Jueves, 25 de abril de 2024
De la Vida Real

Un estilo de vida que no es mi estilo

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

29 Dic 2019 - 18:00

¿Qué nos está pasando? Es increíble la poca o nula tolerancia que tenemos entre nosotros. 

Hoy tenía que ir a la oficina a dejar todo arreglado para empezar el próximo año. Estaba feliz. El tráfico fluía con normalidad. Era mi último día de trabajo de 2019.

Me organicé para ir a almorzar con unas amigas. Oía una linda música cuando, de pronto, el carro que estaba atrás me pitó durísimo. No podía avanzar. Delante de mí estaba un bus a la espera de pasajeros. Cuando en eso oigo que una chica empieza a insultarme.

Miré por el retrovisor, pero ya algo había cambiado en mí. Me sentí agredida. Sí, los buseros son una joda. No hay cultura vial, pero pitar e insultar así es también una señal de pésima educación ¡Qué tipa para mal educada! Pensé.

Pero creí que eso no debía afectar el lindo día que iba a tener. 

En el semáforo un señor que limpia los parabrisas pone, sin mi permiso, el chorro de agua con jabón. Le digo que no tengo plata –era verdad–. Con una sonrisa y de manera amable le digo: “no, señor, por favor, no me limpie el vidrio. No tengo nada para darle”.

Otras veces me han dicho, no importa. Otro día me da y ya. Esta vez repitió en esencia lo mismo que la chica. Me pegó una insultada. Yo, aterrada, pensé que me iba a sacar el cuchillo o que me iba a pegar, pero no. Se fue bravísimo, y yo exploté en llanto. Nadie tiene el derecho de arruinarle así el día a nadie, pensé. No darle plata no es un crimen.

Aunque me quedé con la inquietud de que el señor, tal vez, estaba realmente necesitado. Pero no tiene derecho de insultarme así.

Llegué a la oficina y mientras dejaba las cosas en mi puesto, llaman esas operadoras de celular. Me puse de un mal genio y le colgué el teléfono de una al señor que estaba llamando. Estaba brava e indignada, se me regó el café en el escritorio. La secretaria me saludó y no le respondí. Prendí la computadora y pensé que sí, que los de la operadora son una joda, pero es su trabajo, y que debí al menos decirle: “no, gracias, señorita o señor, no me interesa. No me llame más”. Sé que eso es inútil, pero no es descortés. Tal vez le arruiné el día a esa persona.

Analicé en mi interior que debo romper esta cadena de malos tratos. Le pedí disculpas a la secretaria, puse música alegre y a trabajar, hasta la hora de verme y almorzar con mis amigas. 

Estaba cruzando la calle por el paso cebra y un señor casi me pisa con su carro. En vez de pedirme disculpas, me mandó a la eme.... “La próxima te lanzo el carro”. Me gritó. ¿Qué derecho tiene ese señor de ofenderme de esa manera? Me sentí desprotegida, llena de miedos, inseguridades. ¿Qué más me podía pasar? Me di la vuelta y ya no fui a almorzar, solo quería que el día se acabara e irme a mi casa y sentirme querida, protegida. ¿Qué está pasando? ¿Ya no hay respeto por el otro? 

No importa el nivel social. La intolerancia y falta de educación nos están acabando. Nos están haciendo gente fea, amargada, grosera. La arrogancia y la prepotencia nos están consumiendo. 

Mientras iba de regreso a la casa, muerta de hambre, con miedo de cometer alguna imprudencia, con miedo de molestar, con miedo que me vuelvan a insultar, pensaba en que tratar mal al otro se está convirtiendo en algo habitual.

El otro se cree más inteligente que uno y se cree con el derecho de sentirse poderoso. A lo mejor porque a él también le insultaron hace un rato y se desquita con el primer gil que ve. Yo no quiero vivir así. No quiero vivir en una ciudad violenta, con miedo a ser insultada, golpeada, agredida ¿Cuándo nos volvimos así? Creo que no nos merecemos este estilo de vida. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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