Sábado, 20 de abril de 2024
De la Vida Real

Cómo librarse del gimnasio y entrar en el corazón de los papás

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

29 May 2023 - 5:27

La membresía anual del gimnasio al que iba caducó en marzo. Me pidieron que la renovara
por un año más, pero pensé:

-Es marzo. En cuatro meses empiezan las vacaciones de verano. Son dos meses que no voy a ir. Después de eso, ya es diciembre, y tampoco voy a ir. Entonces, ¿para qué renovar?

Fui muy sincera conmigo y consciente de la economía del hogar.

Según yo, mi pensamiento tenía mucha lógica y sustancia, hasta que un día mi mamá me encontró acostada en la hamaca a las 09:00 de la mañana y me preguntó:

-¿Valen, ¿qué haces? ¿Ya no vas al gimnasio? No puedes estar descansando a esta hora.

Le expliqué mi lógica, y resulta que mi argumento le pareció absurdo. Estaba desconcertada de que su hija piense así.

-Si no quieres gastar plata, mañana te vas a caminar conmigo y tu papá al parque de La Moya, pero no puedes dejar de hacer ejercicio y comenzar el día tan tarde.

Le conté que empiezo el día a las 05:30 de la mañana. Hago el desayuno, arreglo la casa y llevo a mis hijos a la escuela, y luego descanso hasta que llegue la hora de trabajar.

Cada vez que le explicaba algo, ella se enervaba más. Debo reconocer que sí era mucho más productiva cuando iba al gimnasio, porque salía de casa a las 06:00, llegaba a las 08:00, me bañaba y trabajaba sin descanso alguno.

Pero eso también es una autoexplotación, según mi punto de vista, aunque mi mamá no piensa como yo.

Desde hace un mes, mis papás me pasan recogiendo a las 06:15 para llevarme a caminar. Los primeros días tenía un mal genio terrible, ¡qué bestia! Me caían tan mal mis papás.

Además, me sentía ridícula: una señora de 40 años caminando por el parque con sus papacitos de 70 años.

Llevaba mi celular y los audífonos. Caminaba a toda, rapidísimo, para ver si así los 45 minutos se terminaban en menos tiempo. Pero lo único que lograba era irritarme más.

Pero luego le fui agarrando el gusto. Me puse a caminar junto a mis papás. Oía lo que
hablaban.

Cuentan de lo que leen en Twitter, conversan de las series que están viendo, de los
libros que leen y me entero de su día a día.

A pesar de que somos vecinos, no compartimos mucho más que pedirnos cosas y, algunos viernes, nos juntamos a comer pizza con mis hijos. Pero ahora sé de su vida, y ellos se enteran de cosas de la mía.

Poco a poco me fui integrando al parque. Empecé a saludar a todos los que ellos saludan. Mi papá me contaba que hay un grupo de señoras que son insoportables:

-Verás, Tinita, cómo les saludo y ellas bajan la cabeza para no responderme, se hacen las que ni me ven.

Y nos reíamos porque a mí, en cambio, las mismas señoras me saludan muy amablemente.

Me encanta caminar con ellos. Ya no llevo celular ni audífonos. Siento que nos hemos encontrado en otra etapa de nuestras vidas.

Ya no somos padres e hija y tampoco amigos. Somos compañeros de caminata.

Estoy segura de que ellos también me están conociendo más, porque es un espacio que los hijos adultos ya no compartimos con los papás.

Tres personas con intereses distintos, haciendo ejercicio a gran velocidad, porque qué bestialidad, mi papá camina rapidísimo, vuela, y hace chistes con juegos de palabras.

He redescubierto su encanto y me he conectado con él. 

Cuando mi mamá y yo hablamos de algo importante, mi papá baja la velocidad para no
perderse nada.
Se termina la parte trascendental y vuelve a dar trancazos e impone velozmente el ritmo.

Mi mamá es increíble: cómo y cuánto sabe. Se interesa por las cosas más extrañas del mundo. Como dirían mis hijos, las cosas más 'random'.

El otro día, el parque olía a hierba recién cortada, y mi má me dijo:

-¿Cómo se llamará este olor?

Y yo le respondí:

-Má, los olores no tienen nombre. Son solo son olores.

Y ella me contestó:

-No, Valen, todo tiene un nombre, el olor a la tierra mojada se ha sabido llamar petricor.

Ni bien llegué a mi casa, entré a Google y puse:

¿Cómo se llama el olor a hierba recién cortada? GLV por sus siglas en inglés (Green Leaf Volatiles), aunque algunos lo traducen como "volátiles de hojas verdes".

Subí a contarles. Y así cada día no paro de aprender, de reírme y estar con ellos.

Ahora me siento una señora muy afortunada al no tener membresía en el gimnasio y haber obtenido una membresía ilimitada y gratuita en el parque y en el corazón de mis papás.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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