Jueves, 25 de abril de 2024
Efecto Mariposa

Estos tiempos de incertidumbre y sus consecuencias

Yasmín Salazar Méndez

Yasmín Salazar Méndez

Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.

Actualizada:

23 Sep 2022 - 5:28

Vivimos tiempos de preocupación y ansiedad. Ese es el mensaje central del Informe de Desarrollo Humano 2021-2022 titulado 'Tiempos inciertos, vidas inestables: configurar nuestro futuro en un mundo en transformación'.

El informe fue publicado hace pocos días por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

En este informe se presentan las cifras del Índice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que mide el nivel de desarrollo humano de los habitantes de cada país, a partir de evaluación de tres dimensiones: vida larga y saludable, acceso a la educación e ingresos.

Así, el IDH es una medida que, aunque tiene sus limitaciones y múltiples críticas, porque se considera una aproximación inexacta de lo que implica realmente el desarrollo humano, trata de incorporar aspectos que van más allá de lo económico, pues su objetivo también es medir la capacidad de actuar y las libertades.

Uno de los puntos de dicho informe que ha despertado más atención, y era esperado por la pandemia por Covid-19, es el hecho de que, por segundo año consecutivo, el 90% de los países ha mostrado un descenso en el valor del indicador.

El país con el mejor IDH es Suiza, se ubica en primer lugar, mientras que Ecuador está en el puesto 95.

Aunque las razones para el deterioro del nivel de desarrollo humano son múltiples, en el informe del PNUD se recomienda prestar atención a uno de los factores que actualmente constituye una de las principales amenazas para el desarrollo humano: la compleja incertidumbre en la que vivimos.

Es verdad que las certezas absolutas no son parte de la vida, pero cuando la incertidumbre es multidimensional y su nivel es muy alto, como la caracteriza el PNUD, se pone en juego el bienestar mental. Y, si no hay salud mental, no hay desarrollo humano.

Según el organismo, vivir en constante desconcierto genera sufrimiento mental que, si no es atendido oportunamente, puede derivar en casos de estrés postraumático y depresión.

Se podría pensar que los países con mejores IDH están exentos de las consecuencias del desconcierto, sin embargo, los habitantes de países que ocupan los primeros lugares en el IDH, como Suiza, Noruega e Islandia, también se ven afectados por niveles inusitados de preocupación y ansiedad.

De hecho, el 85% de las personas en el mundo manifiestan sentirse inseguras respecto a muchos aspectos de su vida, y aunque la incertidumbre aumentó con la pandemia de Covid-19, esto habría comenzado antes, en 2012.

Entre las principales razones por las que vivimos en constante ansiedad que se mencionan en el informe, aparecen: el cambio climático, manifestado por temperaturas extremas, incendios, tormentas e inundaciones; la guerra en Ucrania, que aumentó el costo de vida poniendo en riesgo la seguridad alimentaria y económica; la violencia; la discriminación y la exclusión.

La incertidumbre requiere de acciones a todo nivel, y la razón principal no es por un ranking en el IDH, sino porque sus consecuencias, incluso, pueden ser trágicas.

En los niños, la ansiedad y las preocupaciones perjudican su desarrollo físico y mental, limitando su asistencia escolar y el aprendizaje. Si no tienen una vida escolar normal, serán los adultos excluidos y vulnerables del futuro.

En los adultos, el sufrimiento mental que produce la incertidumbre no solo dificulta que puedan encontrar un empleo, sino que no son capaces de mantenerlo por ser poco productivos.

En las familias, se puede experimentar mayores niveles de violencia intrafamiliar. Esto también se traslada a las calles y al trabajo.

A nivel de país, personas que viven en el desconcierto y desconfían de todo y de todos, no solo no contribuyen al crecimiento económico, sino que están descontentas y se tornan más violentas. Todo esto en conjunto produce inestabilidad política, social y económica.

Si bien no es posible eliminar la incertidumbre, debemos enfrentarla y, si es posible, dominarla. La pandemia nos dejó la lección de que no podemos impedir que eventos raros lleguen a nuestras vidas; con todo, tampoco podemos perder la vida, paralizados por la inacción que genera el miedo a las sorpresas desagradables.

Si los niveles de incertidumbre ya perjudicaron nuestra salud mental, hay que buscar ayuda profesional. La depresión no es un asunto de debilidad ni fortaleza, es un problema de salud pública grave que puede llevar a la muerte anticipada.

Pero claro, ir a un psiquiatra o a un psicólogo requiere de recursos; entonces, necesitamos atención pública de calidad.

Por otro lado, como es de gran interés para algunos gobiernos figurar bien en los rankings, es el momento ideal para impulsar transformaciones profundas en la conducción de los países y así aparecer bien ubicados en el desarrollo humano.

Esto implica involucrarse en acciones concretas y reales contra el cambio climático, mejorar las condiciones del empleo, ofrecer servicios de salud integral y educación, y generar condiciones que protejan a los más vulnerables, aunque se recomienda apostar por sistemas de protección universal, pues son más resilientes y permiten reaccionar más rápido.

Esto suena bonito, no obstante, en la realidad, transformar un país y garantizar el desarrollo humano de sus habitantes requiere de verdaderos remezones para rediseñar los sistemas social, económico y político. No estoy hablando de anarquismos por si acaso.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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