Jueves, 25 de abril de 2024
De la Vida Real

Un día cualquiera en el Jardín Botánico

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

19 Sep 2022 - 5:27

Pensé que tenía todo planeado. La noche anterior dejé mis cosas listas para subir a Quito temprano. Tenía una reunión y luego debía bajar rapidísimo a escribir el artículo.

Terminaría de escribir y prepararía el almuerzo para esperar que mis hijos llegaran de la escuela. Este año les pusimos en recorrido.

A la mañana siguiente despaché a los niños. Me puse una blusa blanca, pantalón azul y zapatos de tacón. Me hice una cola de caballo y salí apuradísima para luego estancarme en el tránsito.

De repente llegó un WhatsApp de mi amigo Pedro: "Valen, acolita hoy a las 10:30 en el Jardín Botánico, que tengo que ir a un evento. Ya que estás en Quito, aprovechemos para vernos un rato".

Cambiar de plan siempre me resulta complicado, porque me toca direccionar y coordinar todo otra vez. Y como la Yoli, mi ángel de la guarda, está de vacaciones, se me abría un acantilado de incertidumbres. ¿A quién acudir?

-Má, ¿puedes recibirles a mis guaguas hoy y darles el almuerzo?, me tengo que quedar en Quito hasta tarde.

Le dije en un mensaje de voz a mi mamá. Su respuesta fue un frío y afirmativo "OK".

Llegué puntual. No había ido al Jardín Botánico desde hace unos 11 años. Y el lugar me sorprendió. No me acordaba lo lindo que es y lo bien cuidado que está.

Caminé por los senderos y me olvidé que estaba a menos de cuatro cuadras de mi oficina. Me topé con unos patos simpatiquísimos, que estaban dispuestos a hacerme el tour. Los pájaros pusieron la banda sonora. Las orquídeas, las bromelias y los pencos, la escenografía.

No quería que mi amigo me encontrara. Estaba fascinada sola. Llegué a una laguna donde vi unos peces anaranjados y negros.

Admirada por la naturaleza y sin querer dejar de ver estas maravillas, fui resignada al acto formal del Día del Orgullo Ecuatoriano. No tenía idea, hasta ese entonces, de qué se trataba ni de lo bien que iba a pasar.

Saludé a Pedro y también a uno que otro amigo periodista. Me senté en la última fila con la idea de escapar a la primera oportunidad. Entre discurso y discurso, entendí que hay un día nacional en el que se celebra el orgullo de ser ecuatorianos.

Con el patriotismo a flor de piel, me encantó saber que cada año, desde 2019, se da un reconocimiento especial a ecuatorianos que se han destacado y que dejan su huella a nivel nacional e internacional.

Al terminar el acto invitaron a pasar al escenario a algunos artistas ecuatorianos. Todos nos paramos y tomamos fotos, cantamos con ellos. Luego nos hicimos selfies. La paz mental que tenía antes de entrar fue abruptamente interrumpida por la euforia.

El ecuatoriano definitivamente tiene magia en la sangre. Somos encantadores y entusiastas. Hubo fila de unas 25 personas para tomarse una foto con don Alfonso.

No iba a hacer fila, pero tampoco me quería quedar sin una foto con él. El instante en que se estaba yendo, nerviosísima, le dije:

-Don Alfonso, qué gusto tan grande verle en persona. Solo lo he visto por televisión. ¿Nos hacemos una selfi?

Me dio un poco de vergüenza llegar a este punto de novelería, pero me saqué la foto. Pensé que era un señor mucho más alto. Nos despedimos con beso y abrazo. Y se volvió a formar una fila. Toda una celebridad ha sido don Alfonso.

A lo lejos, vi a Máximo Escaleras. Me acerqué y nos saludamos como íntimos amigos. Ni él me conocía ni yo a él. Pero nos quedamos conversando a tal punto que me contó que tiene un concierto el viernes en la Costa y que puso un restaurante en el valle de Los Chillos.

Yo le conté que tengo una editorial y tres hijos.

Quería acercarme a conversar con María José Endara. Ella es bióloga evolutiva y fue galardonada ese día como mujer destacada. Me quedé con muchas ganas de saber en qué consiste exactamente su trabajo. Pero luego no la vi más.

Intercambié teléfono con la Vivi Parra. Me dijo que recién sacó una nueva canción y la buscamos juntas en YouTube.

Después, con Pedro, salimos a dar una vuelta por el Jardín Botánico, al ritmo de no sentir el tiempo, pero sí el hambre. De repente se agarró la cabeza y me dijo con su acento cuencano:

-Qué bruto, tengo que ir a retirar a mis hijos de la escuela. Y corrimos a toda velocidad.

Subí al auto para ser nuevamente consumida por el tránsito, y pensé que es lindo, a veces, improvisar un poco. Se conoce gente y se viven experiencias que van dejando huella.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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