Jueves, 25 de abril de 2024
Una Habitación Propia

¿Es ‘La Ballena’ una buena película?

Maria Fernanda Ampuero

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

17 Feb 2023 - 5:28

Como mucha gente, supe del retorno a la gran pantalla del querido Brendan Fraser ('La momia', 'George de la selva', 'Al diablo con el diablo') por su nominación al Óscar a Mejor Actor por su papel protagonista en la película 'La ballena' (Darren Aronofsky, 2022).

También supe que Fraser, que ahora tiene 54 años, se alejó del cine por problemas de salud derivados de las escenas de acción de sus películas, pero, sobre todo, por haber sufrido abusos sexuales por parte de quien entonces era el presidente de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood.

Me entristeció pensar en ese hombre hermoso y carismático, rodeado de la oscuridad del trauma, del olvido, del dolor físico. Una película dramática, una vida real.

Sus lágrimas cuando recibió el Globo de Oro a Mejor Actor dieron la vuelta al mundo y a mí, como a tanta gente, me dieron la vuelta al corazón.

'La ballena', la película que lo resucita, es la adaptación de una obra de teatro de Samuel D. Hunter, y cuenta la historia de Charlie, un hombre muy solitario a quien vamos conociendo poco a poco, capa a capa, por medio de su gente más cercana: su mejor amiga, su hija, su ex y un joven evangelista.

Aquí empiezo a titubear sobre los adjetivos. Verán, 'La Ballena' ha generado muchísima polémica entre los colectivos de orgullo gordo porque la califican de gordofóbica, cruel, sesgada, deshumanizante, violenta y un montón de calificativos más.

Dicen que muestra justamente la imagen que asquea a la sociedad sobre las personas gordas.

Quienes luchan contra la gordofobia consideran la película como una peligrosa caricatura de lo que la sociedad piensa sobre nosotros: que vamos a morir de tanto comer, que somos repugnantes, sucios y desordenados, que nos hemos deformado a propósito porque no tenemos autocontrol ni autoestima.

Critican que, desde el título, se esté, una vez más, estigmatizando al colectivo.

Yo tengo la costumbre de no leer absolutamente nada sobre una película que pienso ver. Cero. No veo ni siquiera el tráiler. Así que me acerqué a 'The Whale' con la mente lo más desprejuiciada posible, dentro del imposible de erradicar prejuicio interno que tenemos todas las personas, incluso las gordas, quizás sobre todo las gordas, con quienes son grandes como nosotros.

La película me sorprendió.

Para mí, como espectadora, lo más importante de Charlie no es su tamaño, sino su mirada -¿recuerdan los ojos de Brendan Fraser?-, una mirada de dolor profundísimo, de desolación que pocas veces he visto en pantalla y muchas veces he visto en mi espejo.

Voy a intentar no destriparles la película, pero el personaje acarrea duelos y traumas inmensos, casi insoportables, y también errores de esos que convierten nuestras vidas en casas embrujadas, escenas del crimen, territorios atroces.

Pero hay más: es la historia de un hombre que, a pesar de sentirse muy enfermo, no va al médico porque sabe que, sin seguro médico, gastará todo lo que ha ahorrado durante su vida en pagar a los doctores. Las resonancias del trumpismo y de la no-política social de la extrema derecha estadounidense hacen eco sin parar en el departamento de Charlie. 

Y más: hay un padre ausente frente a una adolescente llena de rencor, una relación con la que muchas y muchos podemos vincularnos: amar y odiar a nuestros progenitores al mismo tiempo, con la misma intensidad. Quererlos muertos y que nos aterre la idea de que se mueran.

También 'The Whale' muestra lo peligroso de las religiones del fin del mundo y su libre interpretación sobre los textos bíblicos, una corriente que está ganando adeptos a lo loco en Estados Unidos y cuyo resultado es menos derechos sociales, más represión, más intolerancia y menos respeto por el individuo.

Charlie es un hombre deprimido y traumatizado que padece un trastorno alimenticio y al que la sociedad ha condenado, sin preguntar las causas, a la vergüenza, el ostracismo y la desesperación.

Charlie es un hombre que no hace terapia porque en ciertos mundos y en ciertas realidades la enfermedad mental no es urgente: el tema ni siquiera está sobre la mesa.

También hay una infinita dulzura en 'La ballena'. Ya he hablado de los ojos de Fraser, qué desesperados, qué inocentes, qué infinitamente tristes: dos pocitos azules de dolor. Pero hay que hablar de las cuidadoras, de su amiga enfermera, y el rol tan tremendo que les toca echarse sobre los hombros.

¿Quién la cuida a ella?

Pienso que es una película sobre el amor, todos los amores que atraviesan una vida, y sobre ser honestos con uno mismo.

A mí me reventó el corazón de ternura y de empatía no solo por el personaje, sino por las miles de personas que, en la vida real, comen -o no- para acallar el aullido que llevan dentro sin que nadie les diga otra cosa que "estás muy gorda" o "estás muy flaca". 

En esta sociedad tan cruel con las personas gordas, 'The Whale' muestra las carencias a nivel social -el rechazo que a muchos les generan esas personas cuyos cuerpos son 'desordenados'- y de políticas públicas -acceso gratuito a profesionales de salud mental y física- y la falta de respeto y cuidado que merecen todos los seres humanos sean de la talla que sean.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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