Viernes, 03 de mayo de 2024
Con Criterio Liberal

Qué es una monarquía constitucional y por qué existe

Luis Espinosa Goded

Luis Espinosa Goded

Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.

Actualizada:

13 Sep 2022 - 5:26

Ante el fallecimiento de la Reina Isabel II, el mundo se ha inundado de condolencias, pero también muchos han criticado su figura o la de la monarquía constitucional, sin entender muy bien qué es esta forma de gobierno.

De hecho, sus propias críticas son la muestra de que la monarquía tiene una trascendencia y una relevancia superiores a la República, pues no se concibe tal reacción (a favor o en contra) ante el fallecimiento de un Presidente, y sí se produce ante el fallecimiento de una reina.

Y eso es lo primero a destacar, la prosopopeya y la dignidad real, la aureola de poder de la que aún gozan las monarquías.

Pero para entender la utilidad de una monarquía constitucional en el siglo XXI es necesario analizar algunos conceptos previos. En especial la distinción entre Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. 

En gran parte de los países, el Jefe de Estado es una figura constitucional cuyo poder es de representación y moderación, por encima de los vaivenes de la actualidad política, velando por la unidad nacional.

Así, en Alemania o Italia, por ejemplo, se eligen por periodos de cinco o siete años, pero no tienen tanta relevancia; pocos conocen a Matarella cuando casi todos los titulares hablan de Dragui; como pocos conocen a Steinmeier y sí han oído del Canciller Scholz.

La ventaja de que el Jefe del Estado sea un rey o reina es que las monarquías son mucho más conocidas y reconocidas, precisamente por ser mucho más permanentes, pues no sólo son vitalicias, sino que se extienden a las generaciones venideras.

Y esto mismo es lo que hace que los monarcas tengan los mejores incentivos para pensar en el bien de su nación en el largo plazo, pues desean legar un país al menos como el que recibieron de sus ancestros y, si pueden, mejor.

No es su función tomar decisiones de política como subir o bajar los impuestos o aprobar tal o cual ley. Su función es una representación institucional, que en el día a día se traduce en inauguraciones, actos protocolarios y viajes de Estado, pero que en los momentos vitales de un país hace sus intervenciones decisivas.

La cuestión es la importancia de que haya alguien velando por los intereses del país en el largo plazo, que represente que la Nación es superior al Gobierno y a las divisiones partidistas.

Que lo coyuntural pasará, pero la patria permanecerá.

El hecho de que en Ecuador y en América Latina no se tenga ninguna institución con visión de Estado a largo plazo ni división de la figura del Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, puede ser uno de los principales problemas de este permanente vaivén y falta de unidad y perspectiva.

De hecho, creo que sería muy conveniente pensar en implementar estos mecanismos (si las reformas constitucionales no fuesen normalmente en el sentido opuesto del oportunismo político del momento, por sobre los consensos nacionales de largo aliento), que no puede ser una monarquía, pero sí un consejo asesor vitalicio, por ejemplo.

Las instituciones son de creación humana, pero no de designio humano, y demuestran que más allá de la mera lógica, la evolución les va dotando de legitimidad, utilidad y relevancia.

Así, las monarquías nacen para solventar el problema primitivo de la política (¿quién manda?), y las monarquías hereditarias, la violencia y guerras que provocan los vacíos de poder.

Pero con los siglos han ido evolucionando a monarquías constitucionales, adquiriendo un nuevo rol que las hace modélicas por lograr tanto una mejor representación de la Nación, como una defensa de sus intereses perennes.

A día de hoy son monarquías constitucionales y democracias la de Carlos III, del Reino Unido de Gran Bretaña; la de Felipe, rey de los belgas; la de Margarita II, de Dinamarca; la del Gran Duque Enrique, de Luxemburgo; la del Príncipe Juan Adán II, de Liechtenstein; la del Príncipe Alberto II, de Mónaco; la de Carlos XVI, rey de Suecia; la del Emperador Naruhito, de Japón; y la de Felipe VI, rey de España.

Dios guarde y guíe a todos ellos, y acoja a Isabel II en su seno.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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