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En sus Marcas Listos Fuego

Primus inter pares

Felipe Rodríguez Moreno

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.

Actualizada:

01 feb 2022 - 19:00

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¿De dónde sacamos los humanos esa enfermiza necesidad de rendir homenajes póstumos cuando en vida los grandes hombres y mujeres merecen ser enmarcados como ´primus inter pares´?

Hoy romperé esa maldición y le contaré al país quién es Ricardo Vaca Andrade, uno de los juristas más relevante de nuestra historia, más relevante que tantos presidentes de cartón, que tantos personajes de algodón. Vaca Andrade es una institución, una universidad entera.

Nació en Ibarra el 31 de diciembre de 1945 a las 19h00. Hijo de un virtuoso hombre que hablaba latín y francés, sabio de la teología y la filosofía, gran matemático y contador, que trabajó 18 horas diarias para mantener a su familia y quien representó para Ricardo Vaca el mayor de sus retos: hacer que su padre se sintiera orgulloso de él.

Su padre, José Rafael Vaca, era su mayor admiración; su madre, Juana Andrade, su mayor pasión.

Desde niño siempre le obsesionó la lectura (incansable, ferviente, enfermiza), al punto que José Rafael le apagaba la luz cerca de la medianoche cuando descubría que seguía leyendo. El dinero que le daban para las colaciones lo gastaba comprando libros. ¿Cómo sino se explica que hablar con él sea como dialogar con el oráculo?

Hasta quinto curso estuvo en el colegio Sánchez Cifuentes en Ibarra, fue abanderado y obtuvo una beca para viajar a Estados Unidos y cursar su último año de bachillerato. Curiosamente, su padre de intercambio se llamaba Johnny Walker (supongo que también le gustaba el Whisky).

El célebre penalista empezó en la PUCE la carrera de ingeniería civil, pero sus profesores lo despecharon.

Esto lo llevó a entender que, si bien era docto en las ciencias exactas, su verdadera esencia era lo que es hasta hoy: un hombre respetuoso de las normas jurídicas y morales, pero sobre todo un hombre honrado, apasionado por la justicia y dispuesto a defenderla a capa y espada, pues se jugó la vida más de una vez, enfrentando a asesinos y dictaduras.

No exagero. Cuando Ricardo Vaca entraba a los calabozos y encontraba que sus clientes eran trapos cuya piel había sido usada de cenicero, iba personalmente a buscar a los carceleros y retaba, desarmado, a que tuviesen las agallas de apagarle a él cigarrillos en el pecho.

Los carceleros bajaban la mirada, pues sostenerla ante un hombre que luchó sin miedo por la justicia no era ni para cobardes ni para torturadores.

Ricardo Vaca hasta hoy no logra comprender las desigualdades, los atropellos, las injusticias, la mala fe y el no obrar correctamente de las personas que viven en sociedad.

Pertenece a esa generación donde la palabra de honor pesaba más que cualquier ley. Esto lo encaminó a inscribirse en la Facultad de Jurisprudencia de la PUCE, en la que se graduaría en enero de 1973, con una tesis dirigida por nada más y nada menos que por Monseñor Juan Larrea Holguín.

Mientras estudiaba Derecho, impartía clases de varias materias en los colegios femeninos como el Espejo y el San Fernando para poder comer.

En este trayecto contrajo matrimonio con Gisela Jaramillo, quien es el amor de su vida y como él siempre dice: la mejor decisión que pudo tomar fue elegir a la mujer más maravillosa para compartir su breve paso por este mundo.

En el pequeño cuarto donde vivían los recién casados, él escribía a mano su tesis (sí, a mano), la cual su esposa trascribía a máquina de escribir mientras él salía a estudiar y a trabajar.

Posteriormente, formó parte del Estudio Jurídico del doctor Julio Cesar Trujillo, con quien estaría cerca de 13 años. Estos conocimientos fueron de especial utilidad cuando, en 1981, el entonces presidente Oswaldo Hurtado lo nombró Director General del Trabajo.

Posteriormente, sería nombrado Director de Asesoría Jurídica y luego, Subsecretario de Gobierno. En este cargo, intentó construir un nuevo penal y tuvo oposición por todo lado; mantuvo una firme pero en buena relación con los choferes, y para que el país lo sepa: fue el mismísimo Ricardo Vaca quien obligó a los taxistas a instalar taxímetros en sus unidades; tuvo fuertes roces con la cúpula policial que nunca aceptó que el abogado defensor de unos de los acusados injustamente (Leonardo López Monsalve) de la muerte de Briz López, haya llegado al Ministerio de Gobierno. Su defendido fue declarado inocente en segunda y tercera instancia.

En octubre de 1973 se enfermó y luego falleció el doctor Alfonso Salazar, profesor titular de Derecho Penal en la PUCE, a quien remplazó y luego, tras el respectivo concurso, fue calificado como profesor titular.

Profesor firme y exigente, con una extraordinaria capacidad de trasmisión de conocimientos, que pese a la complejidad de sus cátedras, consiguió con singular destreza hipnotizar a sus alumnos, no sólo haciendo que aprendieran de forma integral, sino también despertando en ellos una incomparable pasión por el Derecho Penal.

Ricardo Vaca construyó su estilo: enseñar Derecho desde casos reales que él vivía día a día, lo cual no lo hacía un teórico, sino un deseoso guerrero que buscó acercar el ser al deber ser.

En su vida profesional, después de haber sido Juez suplente, Conjuez de la Corte Superior de Quito, Conjuez de la Corte Suprema de Justicia, vocal del Consejo de la Judicatura, Presidente del Tribunal de Honor del Colegio de Abogados de Quito, ejerció activamente como abogado en libre ejercicio de la profesión, donde llevó la posta de los principios que inculcó en clases: demostró que la única manera de ganar casos penales de forma honorable, es haciéndolo honestamente y sin dejarse corromper por el sistema.

Este hombre de grandes virtudes hoy es el tratadista más relevante del país en obras jurídicas de procesal penal, y jubilado y sano como un roble, sonríe satisfecho. Sobrevivió a todos los peligros, enfrentó a todas las mafias, y hoy, desde su casa, lee novelas históricas, duerme tranquilo, disfruta de sus nietos, no le teme a persecución alguna.

¿Su secreto? Haber trazado un camino, envejecer con las manos limpias, ver el mundo con la perspectiva de un sabio que conoce el pasado y que ya puede hasta predecir el futuro. Llegó a la vejez con un sentido del humor inigualable, porque entendió que la clave de la vida radica en buscar la felicidad propia sin dañar a los demás.

Hombre de valores, hombre de carácter, ferviente defensor de la libertad y de la academia, déjeme decirle, qué orgullosos estarían Juana y José Rafael de usted.

Hoy le rindo tributo porque, he de confesar, que cada vez que gano un caso, cada vez que escribo un libro, cada vez que veo con satisfacción a mis alumnos superarse, sé que se lo debo a usted. Querido ´primus inter pares´, mi maestro, mi mentor, larga vida y gratitud eterna al más grande penalista de todos.

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