Viernes, 26 de abril de 2024
De la Vida Real

La visita a mi abuela en semáforo amarillo

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

14 Jun 2020 - 19:05

Lo primero que hice cuando cambió el semáforo a amarillo fue visitar a mi abuela. La última vez que estuve con ella fue a finales de febrero. Y la verdad ya le extrañaba.

Cuando le vi me lancé a darle un beso y ella inmediatamente puso una barrera con sus brazos y me dijo: “Chiquita, de lejitos nomás”. Me dio un poco de pena no poderle abrazar, pero hay que ser precavidos.

Estábamos felices de vernos aunque al principio no teníamos muchos temas de conversación porque hablamos por teléfono una o dos veces por semana.

Nos sentamos en su sala llena de plantas y me ofreció algo para beber. Le dije que no, y ella insistió. Ya me había olvidado que a mi abuela le encanta tomarse una cervecita con las visitas. Me acordé de ese detalle en el viaje de regreso.

Los silencios eran interrumpidos con las frases típicas que tratan de salvar cualquier encuentro casual: “Qué linda que está su casa”, “qué hermosos están los cactus” y “¿le han vuelto a florecer?”. Pero una vez que agarramos el hilo no paramos de hablar de la cuarentena, del clima, de la crisis económica y de política. 

Mi abuela va a cumplir 91 años este 27 de octubre. Es el único cumpleaños de la familia que jamás me olvido, porque mi cumpleaños es al día siguiente. Tiene mejor memoria y lucidez que yo. 

De pronto tocamos el tema de la corrupción. Sentí que estábamos lanzando barajas al azar. No terminábamos un tema y enseguida cambiábamos al siguiente.

Comenzamos con el caso del Municipio de Quito, luego pasamos a la Prefectura de las Guayas. Ni bien terminamos eso, fuimos al del IESS y al de los Bucaram y al de la avioneta caída... Hicimos un paréntesis y hablamos de las fundas de cadáveres y los insumos médicos, todos los negociados y sobreprecios que se han dado alrededor de esta crisis sanitaria.

Definitivamente, la salud es un negocio redondo para los políticos.

Mi abuela se quedó callada, pensativa y de pronto se puso triste y me dijo: “Nunca en mi vida he visto el nivel de corrupción que estamos viendo ahora. Es impresionante ver cómo la gente por la plata deja todos sus principios para luego huir y esconderse como ratas. Con la misma plata robada se fugan y pagan a los abogados para que los defiendan".

Y siguió: "Me indigna ver en lo que se ha convertido la política en este país, en una payasada completa. Todos los días salen nuevos casos de corrupción. Ya son tantos, que una se va olvidando. Pero Chiquita, dése cuenta que esto pasa en todos los países. Vieron en el coronavirus la oportunidad para robar y enriquecerse”. 

En esos momentos serios, de silencio y reflexión,  quiero  decir algo en el mismo tono, pero tengo la habilidad de fregarla siempre. Era un momento intenso, y con muchas reflexiones por continuar.

Lo único que se me ocurrió comentar fue que el Municipio de Guamote repartió a su población alcohol para tomar en vez de alcohol para desinfectar. Las dos nos reímos de mi comentario y de la realidad que estamos viviendo.

“¿Qué más se puede esperar en estas circunstancias? Era de ir a pasar allá la cuarentena”, dijo mi abuela.

 Ya habían pasado más de dos horas de la visita en las que hablamos sobre cosas del pasado y del presente. Me tenía que ir, pero me insistió que me quedara a almorzar, que había choclo con queso y un riquísimo encebollado de atún, con lo que me convenció porque sabe la debilidad que tengo por ese plato.

Nos sentamos a la mesa con una copa de vino. Almorzamos las dos, como cuando yo era chiquita. Hace tanto tiempo que no pasábamos solas. Cuando le voy a visitar siempre hay algún primo, tío, mi mamá o mis hijos. 

 Me dijo que ya pronto llegaría mi tía y que me quedara un poco más para saludarle, que si quería helado o un café y sacó unas galletas para acompañar.  Cuando mi abuela se puso de pie noté que está un poco chueca. Ya no tiene esa postura erguida que tanto le caracterizaba. No hice ningún comentario al respecto.

Mi abuela tiene una casa hermosa. Ella pintó en las paredes flores y hojas. Es una mujer que jamás se aburre, lee mucho, ve noticias, ama el fútbol, sabe de arte más que nadie en este mundo, se interesa por todo y está enterada de todo. 

Cuando me subí al auto sentí el paso del tiempo. ¿Cómo sería la vida en la época de mi abuela? ¿Cómo será mi vida sin ella?

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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