Miércoles, 24 de abril de 2024

3. Aparecen monedas acuñadas por los gobernantes

Autor:

Redacción Comercial

Actualizada:

16 Ene 2020 - 17:07

Autor: Redacción Comercial

Actualizada:

16 Ene 2020 - 17:07

Los metales, con el tiempo, resultan no ser tan funcionales. En cada intercambio hay que comprobar con exactitud el peso del metal y su calidad (¿oro de cuántos quilates?). Esto no es tan sencillo.

Hacia el siglo V antes de Cristo, en Lidia (actual Turquía) encontraron una solución muy práctica. El rey de esa zona decide crear y acuñar monedas: ponerles un sello en el que aparece obviamente su figura (ningún gobernante evita esa tentación), y un número que indica la cantidad de metal que contiene esa moneda, luego de haber determinado cuál sería su calidad.

De esa manera él certificaba la calidad de las monedas y se las podía intercambiar más fácilmente, sin tener que dudar constantemente sobre la cantidad y calidad del metal. Fue un enorme avance para el comercio y se extendió bastante rápido.

Sin embargo, el nuevo invento podía ser bien o mal empleado. Ahora el rey tenía la tentación y podía engañar a la gente cuando quería aumentar el gasto público, sin el lado negativo y la dificultad de recaudar mayores impuestos o contratar más endeudamiento.

Se pretendía mantener la cantidad y calidad del metal en las monedas, pero en realidad se ponía menos metal en cada una para poder producir más y así financiar los gastos estatales. La gente no se daba cuenta enseguida, sino solo al cabo de un cierto tiempo.

La devaluación y los engaños circundantes

Esto en castellano recibe el nombre de “devaluar”, esto es quitar valor a las monedas, pues su verdadero valor era el metal incorporado, no el número inscrito en la moneda. Cuando la gente se daba cuenta del engaño, de la pérdida de valor del dinero en relación con los bienes, se incrementaba el precio de estos: surgía la inflación. Eso se convertía fácilmente en una espiral imparable, porque subían los precios y como consecuencia bajaba la actividad económica.

El gobernante entregaba cada vez más dinero con menos metal, y venía el círculo vicioso que además se alimentaba por las expectativas, pues las personas ya anticipaban que habría inflación, y por tanto subían los precios aún antes de la devaluación de la moneda.

El dinero ya no servía como depósito de valor y se hacía mucho más difícil ahorrar. Las unidades de dinero ya no servían para poder planificar costos e ingresos, había menos producción, y menos intercambio. Estas son algunas de las consecuencias graves que tiene la devaluación y la inflación.

En este proceso, el dinero deja de ser un factor que sirve para el intercambio de la producción y se convierte poco a poco en un elemento para intentar estimular falsamente dicha producción, y, lo que es peor, se inicia el camino de reemplazar a la producción con mayor creación de dinero.

Hoy ya no usamos monedas con valor en metal, pero los principios económicos siguen siendo los mismos. No tenemos reyes, sino gobiernos que manipulan el dinero, imprimiendo cada vez más billetes con menos valor.