Columnista Invitado
Quito, ¿quién está al volante?
Arquitecto y consultor urbano con más de 20 años en su oficio. Analiza ciudades y su gobernanza desde la intersección entre diseño, instituciones y ciudadanía.
Actualizada:
Quito perdió la voz. Perdió la brújula. Y, sobre todo, perdió al conductor.
Hoy vivimos un clima político inquietante: un alcalde que ya habla como precandidato, un exalcalde que calienta motores para 2027, un Gobierno que mueve fichas pensando en el próximo ciclo y una ciudadanía que percibe —con creciente lucidez— que la capital se gestiona desde lógicas electorales más que desde sus instituciones.
No es un problema de personas. Es un diseño que produce mandatos débiles.
En las dos últimas elecciones, Quito eligió alcalde con porcentajes que en cualquier análisis civilizado serían alarmantes. En 2019, Jorge Yunda ganó con el 21 %. En 2023, Pabel Muñoz con alrededor del 25 %, en una contienda donde tres candidatos quedaron separados por tres puntos. Dos veces seguidas, el rumbo de casi tres millones de habitantes se decidió con el apoyo de un cuarto del electorado.
No es solo culpa del sistema. También es estrategia. La mayoría relativa abre la puerta y algunos actores saben usarla: una sola vuelta, candidatos colocados para dispersar el voto y una legitimidad que nace frágil porque así fue, deliberadamente, diseñada.
Y mientras tanto, el tablero de 2027 ya se mueve. Hay nombres en carrera abierta; otros tantean terreno en columnas, encuestas y reuniones discretas. Quito vuelve a ser la pieza mayor del tablero político nacional: valiosa, disputada, pero rara vez comprendida como ciudad.
Aquí el déficit deja de ser electoral y se vuelve estructural.
Un alcalde que divide su tiempo entre gestión y campaña pierde foco.
Un exalcalde que regresa sin examinar su propio legado añade ruido.
Un Gobierno central que ve a Quito como plataforma electoral deja de verla como paciente crítico.
El resultado está a la vista:
– Prioridades que cambian con el clima político.
– Proyectos estructurales que no despegan.
– Decisiones guiadas por encuestas y no por indicadores.
– Una orfandad institucional que ya parece parte del paisaje.
La pregunta no es quién debe ser alcalde.
La pregunta es cómo queremos elegirlo y con qué legitimidad debería gobernar.
Quito necesita abrir tres conversaciones ahora, sin esperar a que las papeletas estén impresas.
1. Coaliciones reales antes de votar
La papeleta no se llena sola. La fragmentación suele ser inducida: candidaturas colocadas para dispersar el voto y asegurar triunfos con porcentajes bajos. Ese tablero no lo controla la ciudadanía, pero sí puede exigir algo distinto. Si aspiramos a un mandato sólido, los sectores que creen en esta ciudad —empresariales, barriales, técnicos, académicos, sociales— deben pedir acuerdos previos y renuncias necesarias. Menos dispersión; más ciudad.
2. Un debate serio sobre la elección a una sola vuelta
Reformar el sistema implica cambios profundos, incluso constitucionales. No está en la agenda del poder central. Pero lo difícil no puede seguir siendo excusa para callar. En otras ciudades, corregir reglas electorales ha sido cuestión de decisión colectiva, no de milagros. ¿Es razonable que una capital elija alcaldes con un cuarto del electorado? ¿Un balotaje capitalino produciría mandatos más claros, menos improvisación y mayor estabilidad?
3. Un “tablero de ciudad” que trascienda a los candidatos
La capital necesita un acuerdo mínimo que enfrente sus urgencias reales: una movilidad que aún no conecta sus corredores, un suelo que se usa sin criterio, una seguridad que se diluye en un territorio desbordado, unas finanzas tensas y una periferia que crece sin servicios. Esto no depende del color político, sino de continuidad. Quien aspire a dirigir Quito debe comprometerse con ese marco antes de competir. Estos pactos han dado estabilidad allí donde la política gira más rápido que la ciudad. Podemos debatir estilo y ritmo, pero no el rumbo.
Si evitamos estas conversaciones hoy, pagaremos el costo mañana: otra campaña de slogans, otro alcalde con legitimidad precaria, otra administración que confunde victoria electoral con respaldo real y otro ciclo de frustración que se sentirá en el tráfico, el espacio público, la economía barrial y el ánimo colectivo.
Quito no necesita que le digan por quién votar.
Necesita entender la aritmética que define su futuro.
La capital que vive más cerca del sol no puede seguir entregando su rumbo a un 20 %.
Quito no está perdida.
Está sin conductor y sin reglas claras de manejo.
Y ese vacío, a estas alturas, ya no es técnico.
Es la raíz del problema.