En sus Marcas Listos Fuego
Castración química, la gran fábula

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Me pasa lo mismo que a Daniel. Detesto a los violadores. Nunca defendería a uno y he conocido a varios. Desde hace 13 años, decenas de ellos han entrado a mi oficina y cuando me han confesado que sí violaron y que la acusación es real, les he pedido que salgan por la misma puerta por la que entraron.
Es que para mí la línea entre defender a un violador y defender a una persona falsamente acusada de violación, no ha sido delgada, sino tajante y cortante. A los primeros los repudio; a los segundos los compadezco.
Y en este tiempo me puedo jactar de haber mandado a decenas de ellos tras las rejas cuando he tenido el privilegio de estar del lado de las víctimas. Son los únicos casos en los cuales siento alegría y paz al llevar a un hombre a prisión. Quizá alegría y paz no sean las palabras correctas. ¿Deleite y regocijo? Sí, así está mejor.
Pero no porque en lo humano coincida con Daniel, quiere decir que en este caso no vaya a desmontar su propuesta de la castración química. Así que pongan atención, que llevo dos años estudiando esta materia para actualizar mi libro de Teoría de la pena y tengo mucho que contarles hoy.
Empecemos por el final, con crudeza y de sopetón: la castración química no es una pena en ningún lugar del mundo, ni siquiera en los países que la reconocen en su ordenamiento jurídico, como Estados Unidos, Rusia, Polonia o Alemania.
De ahí nace el error técnico penal de la propuesta del gobierno, que el 11 de julio de este año envió esta pregunta de reforma a la Corte Constitucional:
“¿Está usted de acuerdo con que se enmiende el artículo 393 de la Constitución, a fin de que la Asamblea Nacional, a través de la ley, implemente un mecanismo de castración química para personas que tengan sentencia condenatoria ejecutoriada por el delito sexual de violación […]”.
Créanme, nos han vendido la idea equivocada y se ha producido algarabía en las hordas medievales que componen este rancherío y que con sus antorchas en ristre celebran que se castrará a los violadores.
Les explico, despacito: la castración química no equivale a extirpar el pene y los testículos. No hay mutilación.
Déjenme meter más quiños: la castración química no es permanente, sino que simplemente consiste en el uso de fármacos hormonales para reducir la libido y disminuir la producción de testosterona.
Es decir, se debe suministrar, permanentemente, Leuprorelina o Triptorelina o Goserelina o Ciproterona acetato o Medroxiprogesterona acetato.
Sólo en casos de tratamiento muy prolongado podría producirse atrofia testicular y recién en esos casos puede ser irreversible.
Ajá, no se trata, como ustedes se imaginan, de una inyección mágica que deja impotentes a los hombres. Para que funcione debe suministrarse en dosis mensuales o trimestrales, pero siempre de forma continua, prolongada y bajo supervisión médica especializada.
¿Y si se abandona el tratamiento? El deseo sexual regresa y el caballero se pone de pie (por no decir: se para).
¿Qué efectos tiene? Reduce los impulsos sexuales, genera disfunción eréctil, aumento de peso, depresión y osteoporosis.
¿Y si no es una pena, entonces, qué es? En los países que se la reconoce es una condición para reducir el tiempo de condena u obtener la pre-libertad. Es decir, un violador condenado a 26 años podría salir, digamos, en 15 años, siempre y cuando acepte someterse a la “castración química” en libertad.
Y si Daniel quiere mantenerse en que en Ecuador será una pena y no una medida de reinserción social, pues prepárense, que el Estado deberá, en ese caso, suministrar mensualmente estas inyecciones a los condenados mientras dure la condena. Estos fármacos, en Ecuador, tienen un valor promedio de 700 dólares por inyección.
Multipliquemos (USD 700 x 12 meses) x (26 años que dura la condena) ¿Cuánto sale? USD 218.400 por violador. Además de eso, el costo mensual por preso es ficticiamente de USD 90, porque en realidad el costo de mantenimiento del SNAI por preso es de USD 230, es decir, un violador, con castración química, en 26 años le costaría al Estado USD 290.160 aproximadamente.
Las estadísticas difieren, pero se calcula que en la cárcel tenemos la módica suma de 3.500 condenados por violación. A esos, por irretroactividad de la ley, ya no se les puede castrar químicamente, pero pensando en futuros violadores, saquen calculadora y hagan el cálculo.
De ahí que me mando una idea más loca para componer la propuesta oficialista: ¿no sería mejor que en lugar de ser pena, sea una condición para reducción de la pena que deba ser costeada íntegramente por el violador en caso de que pretenda acceder a ese beneficio? Es que, si ya se van a mandar la bukeleada, al menos que no nos salga tan cara, ¿no?
Pero esperen, que ahí no acabo. Que estas estadísticas se ponen más enigmáticas.
Sí, Daniel en algo tiene la boca llena de razón: está demostrado que en los países donde la castración química es una condición de reducción de la pena, la tasa de reincidencia es de entre el 3 y 6%. Y eso, para una tasa de reincidencia, es maravilloso.
Pero claro, a esta estadística hay que analizarla con pinzas, porque las estadísticas también nos dicen que solo el 20% de las violaciones son por libido sexual, mientras el porcentaje mayoritario se motiva por poder, humillación, venganza, ira y control.
Es decir, el macho siendo macho. Australopitecos en estado puro. Miserable animalito de la creación.
Y en estos casos, que son la mayoría, la castración química resulta irrelevante, porque para violar no se necesita tener un pene como medio exclusivo de penetración, sino que los dedos y objetos cumplen el mismo objetivo si lo que quiere el mamífero homo no erectus es dominar y vejar.
¿Ven? El asunto no es tan sencillo. A veces en esta tierra de lluvias inesperadas creemos que basta con gritar “a la hoguera” para que todo se solucione. Ya es el siglo 21. Ya estamos un poco viejos para andar creyendo en brujería.
Entonces, alguien leerá esta columna y aseverará con la vehemencia del tuitero descerebrado promedio: “¡entonces, la solución es la castración física. ¡Debemos cercenarles el pene a los malditos violadores y sin anestesia!”.
Y no lo niego, que suena hermoso, pero ojalá la cordura nos libre de las pasiones humanas.
¿Por qué? Porque Ecuador no es Dinamarca, mis queridas masas incendiarias. Ecuador tiene una estadística de error judicial gigantesco, donde la probabilidad de ser condenado por una violación inventada es más probable que la condena a un verdadero violador.
Así es, si usted quiere mutilar a los violadores, aquí lo más probable es que arranquen y troceen el miembro viril que usted lleva entre las piernas, querido lector. ¿Y si usted es inocente? Vaya a mendigar la inocencia a otros lares, que en este latifundio al parecer no hay tiempo para tanto romanticismo.
Recuerden mis palabras, que las repito siempre a mis alumnos el primer día de clases: en Ecuador las cárceles no están llenas de culpables, sino de seres humanos, muchísimas veces inocentes, que no tuvieron un buen abogado.
Así que linda, muy linda la propuesta de Daniel. Hace años me hubiese encantado y la habría aplaudido con euforia. Luego estudié. Ahora, que sé de lo que hablo y entiendo de lo que me hablan, no puedo ser la rata que sigue enceguecida a la hermosa melodía de la flauta de Hamelin.