Punto de fuga
Fatiga emocional

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Cuando acabe (de común acuerdo) la función del país de la necedad, empezará la función del país de la impunidad. La alternancia de estos dos comportamientos colectivos cíclicos e incesantes está haciéndonos añicos la psiquis en nuestra calidad de ciudadanos sin escapatoria de esta de esquizofrenia compartida.
Ahora, que los necios se están tomando la molestia de sentarse a conversar para ver cómo se termina con la pesadilla del bloqueo, estamos a las puertas del momento de contar los platos rotos y ver cómo se los repara, cuánto le toca reponer a cada cual. Porque son alrededor de 300 millones de dólares los que ya se han perdido en este episodio de estulticia y violencia a diestra y siniestra. Peor aún, son —hasta la hora que entrego este artículo— dos vidas perdidas en el paro, consecuencia de la orgía de violencia que hemos visto a través de todas las pantallas posibles.
La experiencia me dice que justo cuando toque hacer cuentas entrará en escena el ciclo de la impunidad, en el que nadie se hará cargo de esa factura. No habrá sanción para los miembros de la fuerza pública cuya ferocidad fue aplicada al que es y al que no es, con motivo o sin él. Nunca —como tantas veces antes— se sabrá qué mismo pasó, ni quién es responsable, ni cuántos años debería pagar con cárcel sus exabruptos, que son aún más reprochables por la saña con la que se cometen.
Por otra parte, la gente perjudicada de múltiples maneras —sin tener vela en este entierro, además— tendrá que, nuevamente, ver cómo se las apaña y sacar de dónde no tiene llantas nuevas para reemplazar las que le cortaron, y lo mismo ocurrirá con los vidrios rotos o las puertas Lanfor abolladas. Y encima de eso lo harán también a través de los impuestos que pagarán la reparación de los tramos de asfalto incendiado, los puentes explosionados y cuanto mobiliario público haya sido atacado y destruido.
Y así, hasta que vuelva a ser el tiempo de los necios y cada cual quiera hacer las cosas según su sacrosanta voluntad, sin consultar a nadie, por un lado, y sin escuchar razones, por el otro.
No deben ser pocos los que, atrapados en este subibaja de emociones, sienten que no dan más, y que como Mafalda en una de sus viñetas icónicas tengan ganas de gritar: Paren el mundo que me quiero bajar. A mí me pasa y en medio de este desasosiego crónico —que me nubla el optimismo— llegué a la conclusión de que padezco fatiga emocional.
El diagnóstico establece que este tipo de fatiga ocasiona: ansiedad, apatía, depresión, desesperanza, impotencia, irritabilidad, dispersión, mini episodios amnésicos, desmotivación, pensamientos negativos, nerviosismo o llanto. En mayor o menor escala, tengo todos los síntomas, y todos gracias al círculo más que vicioso, tóxico, en el que está inmerso el país en los últimos años.
En estas condiciones, la vida solo se puede ver gris. No soy la única ecuatoriana que se siente así, el otro día Pedro Donoso daba un dato tristísimo salido de una encuesta reciente: el 76% por ciento de encuestados dijeron que veían el futuro con pesimismo.
La solución a mi fatiga emocional y al pesimismo generalizado de mis congéneres estaría en que terminemos con la necedad y la impunidad, en todas las escalas y ámbitos. Pero como eso —sobre todo si depende de los necios— es bien difícil que pase, por ahora me estoy tratando con un remedio casero, siguiendo la recomendación de la Clínica Mayo: “Cuando usted no puede cambiar un factor de estrés porque está fuera de su control, es crucial concentrarse en el momento presente. En el presente se están produciendo muchos eventos neutrales o positivos”.
Y en este intento me está ayudando una cuenta de Instagram que se llama @quebuenasnoticias, que no es más que un señor que se para en cualquier calle o parque a pedirles a los transeúntes que le cuenten una buena noticia personal que tengan. Parece mentira, pero funciona, porque la nube negra que me sigue a todos lados se evapora y me encuentro sonriendo por algo bueno que le ha pasado a alguien a quien no conozco; y luego hago el recuento mental de mis pequeñas buenas nuevas. El alivio es inmediato. Pero la tranquilidad, la paz mental y el descanso emocional duran apenas hasta el próximo noticiero. Bueno, algo es algo —como dicen los negociadores—.