Lo invisible de las ciudades
Guayaquil colecciona espacios abandonados

Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Hablando con amigos míos en el puerto principal, me entero de que los restaurantes en la calle Panamá ya están cayendo en desuso. Me daría una pena que eso se perdiera, sobre todo porque dichos restaurantes tenían el potencial de ser un prototipo replicable en el resto de la ciudad; a fin de poder reactivar su economía.
En caso de morir, los restaurantes de la calle Panamá se incluirían en la lista de espacios públicos, que tuvieron al inicio una aceptación enorme, pero que pasada la novelería quedaron a su suerte. En dicha lista podemos encontrar a Guayarte, el Malecón del Salado y hasta el Malecón 2000.
Antes, Guayarte tenía largas filas de automóviles esperando por estacionarse. Ahora, está abandonado y cerrado. Nadie cruza por el puente zigzag. El Malecón del Salado tiene un montón de infraestructura que nadie usa; incluyendo un supuesto centro de convenciones en medio del parque Rodolfo Baquerizo.
El caso del Malecón 2000 tiene un deterioro lamentable, pero con algunos rasgos diferentes. Ha perdido mucho de su esencia original. Una parte se convirtió por un tiempo en una versión tropical de Coney Island junto al Guayas. Actualmente, La Perla y otras atracciones están casi sin usuarios, ante la inseguridad que reina en las calles. En aras de aumentar sus ingresos, los administradores del Malecón 2000 arriendan la zona de los jardines para exhibiciones. Eso significa que, para poder disfrutar de esos espacios, se debe pagar. Si alguien quisiera entrar a ver la escultura El Fauno y la Bacante, no puede hacerlo gratis.
Esto le pasa también a montones de parques y plazas. La ciudad que antes se ponía al día en la construcción de espacios públicos, ahora los tiene y no los usa. Los deja morir.
Encontrar tanto el origen del problema como la solución requiere de una profunda reflexión. No se puede culpar de esto a una administración específica. Es algo que ha estado pasando en Guayaquil a través de las diferentes administraciones municipales de las últimas cuatro décadas.
Existen muchos aspectos que nos han empujado a la situación actual. Muchos creen que la inseguridad reinante, ante los avances de la delincuencia tienen gran parte de la culpa. Pero al dejarnos llevar por dicha premisa -válida o no- corremos el riesgo de caer en el círculo vicioso que nos paraliza: no salimos a las calles y parques por la delincuencia; pero al no salir, la delincuencia se apodera aún más de nuestras calles.
El desplazamiento de las actividades comerciales y residenciales a Samboróndón es otro problema que afecta a Guayaquil. Se debe entonces planificar estrategias que permitan el regreso de los habitantes y los capitales que prefirieron irse a otras partes. Por ejemplo, el municipio debería establecer estrategias para que sea atractivo otra vez abrir nuevos negocios en las zonas deterioradas de Guayaquil. Se pueden condicionar reducciones en patentes e impuestos prediales para aquellas edificaciones donde prevalezca el uso mixto y la apertura de cierto tipo de negocios, especificados según las actividades predominantes de cada barrio.
Y a todo esto, debemos agregarle nuestra tendencia cultural a usar lo nuevo y despreciar lo viejo. Me atrevería a decir, que el pasar por 7 incendios no sólo nos volvió un pueblo sin memoria. También nos hizo un pueblo que no está interesado en tenerla.
Alguien tiene que comenzar a cambiar el curso de esta inercia. Cierto es que no se puede pintar de culpable a la actual administración de este problema en especial, pero si decide reaccionar a tiempo, podría ser la que pase a la historia por implementar la solución.