Lo invisible de las ciudades
¿Quién se beneficia de los incendios en Quito?
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Debo confesar mi ingenuidad. Todo este tiempo he estado convencido de que los incendios forestales en los alrededores de Quito no eran provocados. Sin embargo, luego de ver los varios videos que exponen a una serie de pirómanos encendiendo intencionalmente los matorrales secos de los alrededores quiteños, me queda claro que esto no es una coincidencia.
¿Está de más buscar alguna razón que motive a estas personas a destruir nuestra naturaleza? Aún con el riesgo de caer en la paranoia o en el conspiracionismo, creo que la situación amerita ir un poquito más allá de los hechos.
Dejando a un lado las primeras causas que vienen a la mente (motivaciones políticas, interesadas en afectar aún más nuestra precaria estabilidad social), creo que me quedo con el tráfico de tierras como el principal generador de incendios en la capital.
En Quito no es tan frecuente una figura que resulta esencial en Guayaquil, para el surgimiento de asentamientos informales. Me refiero al traficante de tierras. Este personaje es el que hace de intermediario. Busca los terrenos privados que estén dejados a su suerte por los propietarios y luego viaja al interior del país, a buscar personas interesadas en mudarse al puerto principal. Les vende terrenos con documentos falsos; y así perjudica tanto al dueño de las tierras, como a sus supuestos nuevos compradores.
La forma en la que se da la generación de asentamientos informales en Quito y en Guayaquil es diferente. En Quito, quienes se asientan en terrenos ajenos suelen ser organizaciones colectivas, formadas a modo de pre-cooperativas. Si bien tienen cierta asesoría, la participación de sus integrantes es mucho más activa.
Este tipo de situaciones implica una relación mucho más confrontacional entre propietarios y ocupantes; muy al contrario de lo que ocurre en Guayaquil donde -en ocasiones- propietarios y ocupantes coinciden contra el traficante de tierras.
Otro escenario posible está vinculado con un uso real que se le da a la provocación de este tipo de incendios, que es cuando alguien quiere alterar los linderos entre lotes rurales específicos. Es un truco sucio que, en estas épocas del año, suele salirse de control.
Lo cierto es que el Quito actual, cada vez más extenso y suburbano, está mucho más expuesto y vulnerable ante este tipo de actos. De ahí que se debe establecer como una prioridad reducir o detener el esparcimiento suburbano de la capital; sobre todo en los valles orientales.
También se debe incentivar la reocupación del hipercentro y sus barrios aledaños. No puedo decir que no se están tomando dichas direcciones desde la planificación municipal. Solo puedo recalcar que la toma de decisiones en la escala urbana suele tomar más tiempo del debido; y quizá esto debió haber sido revisado y decidido hace cuatro alcaldías atrás.
Quito, al igual que todas las ciudades de nuestro país y del mundo, debe prepararse para los nuevos escenarios que están por darse, a consecuencia del cambio climático. ¿Será factible proveer de agua potable a tres millones de personas, en un conjunto de valles, cada vez más secos y sin glaciares? ¿Qué le espera a un Guayaquil, que apenas está a cinco metros a nivel del mar?
¿Seguirá la cuenca del Guayas igual de productiva, cuando sus aguas se vuelvan menos dulces y más salobres? ¿Nos espera una vida precaria, en un conjunto de desiertos?
Las ciudades son los puntos más vulnerable ante este tipo de incertidumbres. En una de sus conferencias, Robert Muggah asegura que muchos de los problemas que agobian al mundo tienen su origen en las ciudades; pero son también las ciudades las únicas que pueden hacer algo al respecto y salvar al planeta.