Esto no es político
Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir
Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Hay derrotas que sacuden, que obligan a revisar el rumbo, a preguntarse qué salió mal, a reconocer que algo —o mucho— debe cambiar. Y luego está el gobierno de Daniel Noboa, que tras perder su consulta popular de una forma arrolladora, no solo no muestra señales de rectificación, sino que parece insistir en rodearse de aplausos automáticos y silencios complacientes.
La autocrítica no es lo suyo. Y eso quedó claro incluso antes de las urnas, pues el gobierno ha mantenido una línea discursiva y de relaciones políticas que premia el aplauso y castiga el disenso.
Ya en la campaña —e incluso antes— varios de sus voceros han señalado que quienes difieren de las acciones gubernamentales están con el narcotráfico. “Si es que usted está más cercano a Fito, Fede, vote no”, dijo, días antes de la consulta, el legislador oficialista Andrés Castillo, en un burdo intento de deslegitimar la postura que finalmente ganó en las urnas.
La misma línea simplista de construcción de enemigos encarnados por todos aquellos que se atreven a plantear alternativas distintas a las que propone el gobierno, han mantenido otros voceros.
En agosto, en plena arremetida contra la Corte Constitucional, Niels Olsen sentenció: “En este momento no hay puntos intermedios: o se defiende a quienes están del lado de nuestro país o de lado de quienes le quitan las herramientas para dársela a los criminales, los enemigos del pueblo”.
Esa narrativa profundamente antidemocrática ha funcionado para ahondar en una polarización que en esta ocasión ya no les dio réditos. Pero tampoco abrió la puerta a la autocrítica.
Que la derrota no es derrota, fue el primer mensaje del oficialismo. Seguido por un tuit del Presidente igual de elusivo: un pronunciamiento frío, encapsulado en pantalla, incapaz de reconocer siquiera que el país le cerró la puerta a su propuesta. Y tras él, una procesión de ministros compitiendo por demostrar fidelidad ciega. No al país: al líder. Aplausos. Aplausos vacíos.
En lugar de abrir la ventana, el gobierno decidió sellarla. Y reforzó, sin pudor, la burbuja que lo mantiene desconectado del país que gobierna y en el que abundan las urgencias.
Pero en lugar de humildad, el gobierno hizo gala, una vez más de su soberbia: el regreso de Zaida Rovira al MIES —que dedica bastante tiempo a denostar opositores en redes sociales—, luego de su paso exprés por el Ministerio de Gobierno, evidencia que se premia la lealtad dócil, no los resultados.
Lo mismo en el frente de Seguridad donde, por lo pronto, se mantienen las cabezas, mientras el país cerrará su año como el más violento en su historia, enfrentando casos tan atroces como el de los cuatro niños de las Malvinas.
Inés Manzano, la ministra envuelta en el escándalo de Progen y que ha demostrado, un tropezón tras otro: desde afirmar que hubo un intento de magnicidio al Presidente hasta actuar como troll en redes sociales.
Y como si esto fuera poco, llega el anunciado nombramiento de Álvaro Rosero como ministro de Gobierno. Un comunicador que, tras el micrófono, ha celebrado incondicionalmente las acciones de este gobierno, personificando el perfil contrario al que exige un país fracturado, polarizado, exhausto. En un momento que pedía diálogo, Noboa escogió el ruido. En un momento que exigía puentes, eligió barricadas.
Con eso, Noboa insiste en un Ecuador de obediencia y silencio, no debate; se privilegia la búsqueda de seguidores, no ciudadanos críticos; adoradores, no funcionarios al servicio del país.
Mientras sigan aplaudiendo, difícilmente podrán escuchar lo que pide el país: respuestas. Pero las respuestas no llegarán mientras la política se ejerza como un espectáculo de lealtades, mientras el gobierno confunda gobernar con posar, y mientras crea que un país entero puede ser tratado con desprecio.
El mensaje que dejaron las urnas no fue ambiguo: la gente no está dispuesta a entregar un cheque en blanco y más allá de las distintas posturas políticas e ideológicas que están tras la decisión del No, primó el derecho ciudadano a desconfiar, a disentir, a exigir que el poder rinda cuentas. Y ese mensaje no se disuelve con discursos ambiguos, engañosos, desinformadores y que minimizan la derrota ni con el ruido de los que compiten por aplaudir más fuerte.
La realidad —esa que no cabe en un tuit, ni se maquilla con propaganda, ni se silencia con insultos— es que Ecuador enfrenta crisis que requieren Estado, no devoción; instituciones, no aduladores; seriedad, no shows.
Un gobierno necesita el silencio para reflexionar, no para escudarse tras de él. También requiere liderazgos profundamente democráticos y capaces de gobernar para un país diverso, cuya mayoría, ha votado en contra de su más reciente propuesta. Si solo busca rodearse de quienes aplauden sin un ápice de crítica, el ruido de los aplausos le impedirá escuchar al país que disiente. Pero en algún momento, el coro quedará exhausto y la ovación ya no alcanzará para silenciar el clamor de un país, que seguirá ahí, reclamando soluciones y esperando respuestas.