El indiscreto encanto de la política
Una Asamblea de garabatos

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Primer acto: el video
Dominique Serrano, asambleísta de 19 años —el más joven del Parlamento ecuatoriano—, esboza creativos garabatos con su esfero Bic, punta fina.
Lo hace con dedicación, mientras sus colegas interrogan a exfuncionarios gubernamentales vinculados con contratos fallidos de una empresa extranjera, en la pasada crisis eléctrica.
La escena se vuelve viral, entre la indignación y los memes. Muchos memes.
Segundo acto: la reacción institucional
Su compañera de bancada, la oficialista Valentina Centeno, presenta una queja por posible infracción a la imagen institucional.
Se activa el procedimiento administrativo, se invoca la Ley Orgánica de la Función Legislativa, se notifican plazos, se garantiza el debido proceso.
Todo impecable, al pie del reglamento. Como si el problema fuera el dibujo, y no el contexto político que lo hizo posible.
Tercer acto: se revela el reparto
Madre, hermano, alterna, tía. Se descubre una pequeña constelación de vínculos orbitando alrededor de la curul más joven de la Asamblea.
No es delito, claro. Es cultura política. Es lo que el sistema permite y, en muchos casos, premia.
No hay ideología ni formación, pero hay confianza de grupo y obediencia garantizada.
Hasta aquí, la anécdota
Pero lo verdaderamente alarmante no es el garabato: es la ligereza con la que los partidos políticos —de gobierno y oposición— han renunciado a su función más elemental: evaluar, seleccionar y preparar a quienes aspiran a gobernar.
Se habla mucho de regeneración política, pero se invierte más en marketing y comunicación política que en meritocracia. Lo que importa no es la trayectoria, sino la lealtad.
No es la formación, sino la utilidad electoral. Y si es joven, mejor: cuesta menos, obedece más, decora bien. Ah, y de paso se cumple con la cuota legal.
La Asamblea Nacional no se llena de garabatos por accidente: es la consecuencia de una cultura partidaria caudillista que prefiere candidatos funcionales e incondicionales a representantes capaces.
La democracia representativa exige algo más que juventud y entusiasmo: exige responsabilidad.
El Parlamento no es una pasantía.