El indiscreto encanto de la política
La prensa libre: ese contrapeso que incomoda al poder

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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En democracia, pocos actores resultan tan incómodos para el poder como la prensa libre. Su tarea no es aplaudir discursos ni celebrar decisiones de la autoridad de turno, sino fiscalizar, cuestionar y confrontar cuando sea necesario.
El periodismo independiente es, por definición, un contrapeso natural del poder, pues obliga a los gobernantes a explicar lo que preferirían mantener lejos de la opinión pública.
Pero el oficio se complica cuando el poder busca neutralizar a la prensa.
Este propósito se materializa con ataques directos a periodistas, campañas sistemáticas de desprestigio y condicionamientos de pauta publicitaria.
Ante ello, los medios se ven forzados a elegir en una tensa dicotomía: mantenerse fieles a su línea editorial —y asumir las consecuencias— o convertirse en una correa de transmisión gubernamental.
El ejemplo regional más claro está en Venezuela. Allí, la estrategia de cerrar, comprar o silenciar medios derivó en un ecosistema informativo asfixiado.
Sin prensa independiente, el autoritarismo avanzó sin freno, derivando en la crisis democrática que hoy vive ese país.
En Ecuador, la historia reciente también ofrece ejemplos preocupantes. Durante el gobierno de Rafael Correa, medios como El Universo enfrentaron demandas millonarias, mientras periodistas como Emilio Palacio fueron perseguidos judicialmente.
En años más recientes, la reducción de pauta publicitaria a medios críticos y la presión a periodistas de investigación han generado alertas de organizaciones como Fundamedios y Reporteros Sin Fronteras.
Estos antecedentes revelan un patrón: cuando los gobiernos confunden comunicación estatal con propaganda, las estrategias se repiten.
Medios públicos convertidos en altavoces oficiales, pauta publicitaria condicionada a medios críticos y presión sistemática a periodistas incómodos.
Y cuando el periodismo se convierte en propaganda, los ciudadanos pierden la brújula y el poder gobierna sin rendir cuentas.
La ironía es que todos los gobiernos dicen respetar la libertad de prensa —algunos incluso inauguran su gestión firmando la Declaración de Chapultepec para exhibir credenciales democráticas—, pero cuando alguien les recuerda que gobernar bajo escrutinio no es opcional sino la regla, el periodismo empieza a estorbar.
Defender la libertad de prensa es proteger la posibilidad de disentir, de contrastar versiones y de exigir cuentas.
La democracia se sostiene en el pluralismo, en los contrapesos y en esa prensa que, precisamente por ser desafiante, cumple su papel de vigilar al poder y mantener informada a la sociedad.
La libertad de prensa no es un favor del poder; es la condición para que la democracia exista.