Columnista Invitado
Levantemos la mirada
Economista por la Sorbona y máster en Corporate Finance por EDC Paris. Consultor en estrategia e inversión, especializado en mercados emergentes y análisis macroeconómico. Radicado en París, analiza y escribe con la mirada de una nueva generación.
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Cuando uno invierte o planifica su futuro no puede vivir atrapado en el ruido postelectoral o en el escándalo de la semana. Hay que levantar la mirada: entender la historia, la cultura y nuestra posición en el mundo nos ayuda a tomar mejores decisiones.
Mi bisabuelo, funcionario municipal, mantenía nueve hijos con un solo salario. Mi abuelo a tres. Y mis papás tuvieron que trabajar los dos para mantenernos a tres hijos. Hoy, muchos de mis amigos ni siquiera se plantean casarse o tener hijos, y uno de los motivos centrales es la inestabilidad económica. El dinero pierde valor con el tiempo, y pocos entienden el sistema y logran hacer crecer sus ingresos al mismo ritmo o más rápido que esa depreciación.
La historia económica, desde 1300 hasta el siglo XX, ha estado marcada por guerras, crisis y recesiones frecuentes. Hoy, exceptuando el breve COVID, el mundo no ha tenido una verdadera limpieza económica desde 2008.
En 1971, cuando terminó el patrón oro y comenzó el sistema de dinero fiduciario moderno, los gobiernos, a través de sus bancos centrales, han tenido una facilidad creciente para interferir en la política monetaria.
Tras la crisis de 2008 y durante la pandemia, con el pretexto de evitar una crisis y “salvar la economía”, las tasas de interés reales de las principales economías fueron negativas. En esas condiciones, es muy fácil justificar rescates a empresas, subsidios, cheques a la población y billones de dólares entrando al sistema. Pero cuando evitas recesiones durante mucho tiempo, creas la ilusión de que nada malo puede pasar…
Si bien el precio de activos esenciales como los alimentos o los bienes raíces ha subido más rápido que los salarios, esta inmensa liquidez se fue principalmente a activos financieros. Sin recesiones y con condiciones financieras históricamente ultra favorables, los inversionistas toman más riesgo, compran activos más volátiles, se endeudan más y empujan todo hacia arriba. Por eso hoy, pese a deudas crecientes, gasto público sin límites y un mundo lleno de conflictos, vemos mercados en máximos históricos, criptomonedas batiendo récords y empresas con valoraciones inexplicables.
Esta “calma” no solo hace que los actores económicos asuman más riesgo del que pueden manejar, por ejemplo comprando acciones; además crea una dependencia gigantesca del Estado. Según The Economist, 30% del total de los activos de los estadounidenses está expuesto a los mercados financieros y, más alarmante todavía, en Estados Unidos las obligaciones contingentes del gobierno representan cinco veces el PIB del país. En palabras simples, son compromisos que el gobierno tendría que cubrir si algo “sale mal”. Si un banco quiebra, el gobierno promete devolver el dinero a los depositantes. Eso es una obligación contingente.
N. Gregory Mankiw, economista cuyo libro se estudia en casi todas las facultades del mundo, explica que a largo plazo la riqueza de un país depende del trabajo, la acumulación de capital y la productividad. Hoy, sin embargo, parece que para que el mundo avance se necesitan condiciones financieras favorables y un gasto público que empuje el crecimiento.
Otra idea olvidada viene de Joseph Schumpeter y su “destrucción creativa”. Las recesiones cumplen una función necesaria: permiten que las empresas ineficientes mueran, que el capital migre hacia sectores más productivos y que los trabajadores se reubiquen donde realmente hay demanda. Es doloroso, pero esa limpieza forma parte del proceso económico.
El problema es que hoy la liquidez sigue fluyendo, los gobiernos siguen endeudándose y los mercados siguen subiendo; las condiciones financieras, en general, siguen siendo favorables. Todos sienten el riesgo, pero nadie quiere ser el primero en corregirlo. Todos quieren aprovechar el momento, nadie quiere perderse la fiesta.
Pero, pasito a pasito, se siente el miedo y los inversionistas internacionales ya empiezan a mirar hacia otros lados.
El presidente Milei lo entiende muy bien: primero arregla la casa y luego llama a que vengan a visitarla. Fue brutalmente honesto: dijo que iban a reducir de forma drástica el gasto público, liberalizar el tipo de cambio, volver al superávit fiscal y abrir el camino para que los emprendedores —a los que él llama “benefactores sociales”— tengan una avenida libre para construir lo que define como el “nuevo siglo dorado” de la Argentina. Su estrategia geopolítica es clara: quiere alinearse con Estados Unidos.
Y así, el Tesoro estadounidense negoció con Argentina una línea de swap por 20.000 millones de dólares para estabilizar el peso y reforzar las reservas del Banco Central, y está promoviendo además una facilidad de crédito adicional por otros 20.000 millones. Si Argentina hace las reformas duras, no está sola. Y ese apoyo externo solo llega cuando hay un programa creíble detrás.
Hagamos lo mismo.
Y el país tiene todo por hacer. Tenemos agua, energía limpia, doce horas de sol… una gran capacidad agroindustrial, turística, minera, petrolera… En un mundo donde los activos tradicionales están carísimos y la liquidez abunda, los inversionistas buscarán destinos nuevos.
Para Estados Unidos, ayudar a Argentina con cuarenta mil millones de dólares no significa mucho. Ecuador, con apenas una fracción de ese apoyo, también podría empezar a transformarse. Eso nos muestra que sí hay opciones, sí hay cosas por hacer, pero para aprovecharlas necesitamos un acuerdo entre ecuatorianos, definir algunos ejes en común y convertirnos en un país serio y atractivo.
Yo seguiré escribiendo sobre economía, mercados y educación financiera… Pero mientras tanto, empieza por lo tuyo. Conversa con alguien que piense distinto y encuentren cinco cosas en las que coinciden para construir juntos el futuro del país.