Columnista Invitado
¿Qué nos está diciendo el precio del oro?

Economista por la Sorbona y máster en Corporate Finance por EDC Paris. Consultor en estrategia e inversión, especializado en mercados emergentes y análisis macroeconómico. Radicado en París, analiza y escribe con la mirada de una nueva generación.
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Puede sonar hipócrita decir que no tengo la suerte de vivir en Ecuador. He visto la cara de asombro de mi mamá cuando le digo que la vida allá es inigualable. Escribo esto desde una oficina a pocas calles de La Madeleine, en París. Y no, no soy ingenuo: aquí hay conferencias de premios Nobel y oportunidades que pesan en la carrera de un joven. Y claro que el país atraviesa momentos duros. Pero tampoco me como el cuento de que estamos condenados. Si apuntas al sol, quizá no llegues, pero al menos aterrizarás en la luna.
Por eso quiero aportar con mi granito de arena al debate sobre lo que no se está discutiendo en el Ecuador. No se trata de soñar por soñar, otros ya lo hicieron: Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Irlanda, y, más cerca, Chile o Uruguay. Y no estoy solo: hay ecuatorianos extraordinarios que aman a su país tanto o más que yo.
El tema de hoy es el oro. ¿Qué nos está diciendo?
El precio del oro rompe récords históricos: ha subido más de 50% este año y una onza ya vale cerca de 4.000 dólares. El oro ha sido una reserva de valor por más de 5.000 años. Se dice, vulgarmente, que, si llegas con una moneda de oro a cualquier rincón del mundo, un campesino te acoge y te da de comer una semana.
Comprar oro es refugiarse en tiempos de incertidumbre.
Vivimos en un mundo loco: los principales mercados financieros están en máximos históricos, la deuda pública global en récord y las empresas tecnológicas valen cifras absurdas. Nvidia, por ejemplo, tiene una capitalización de mercado de 4,67 billones de dólares, casi 38 veces el PIB del Ecuador.
En este mundo apalancado, crece la desconfianza hacia las monedas y los Estados. No solo el dólar está bajo presión: el Banco Central Europeo confirmó que el oro ya superó al euro como segundo activo de reserva. Como explica Robert Armstrong, del Financial Times, el oro no rechaza solo al dólar, sino al dinero fiduciario en general.
Cuando el sistema huele fragilidad fiscal o monetaria, los inversores se protegen con oro y activos reales: metales, infraestructura, empresas productivas, entre otras.
Warren Buffett lo entendió en 2008: en plena crisis compró ferrocarriles, servicios públicos y aseguradoras.
China hace lo mismo hoy, invirtiendo en puertos, minería y energía por todo el mundo. Construyó el Puerto de Chancay en Perú, uno de los más grandes de Sudamérica, diseñado para conectar directamente con Asia.
El oro también nos recuerda que uno de los activos reales más sorprendentes hoy es la energía. El ratio gold-to-oil (los barriles de petróleo necesarios para comprar una onza de oro) está en su nivel más alto en años: entre 55 y 66 barriles.
El Banco Central del Ecuador, en su Programación Macroeconómica 2025–2029, proyecta que el precio del crudo marcador se mantendría por debajo del nivel de 2024 y que los ingresos por exportaciones petroleras seguirán cayendo hasta 2029. Es un enfoque prudente, pero muy conservador en un mundo que podría volver a sufrir tensiones de oferta.
La inteligencia artificial y los data centers ya consumen tanta electricidad como países medianos, y su demanda se duplicará pronto.
Occidente invirtió miles de millones de dólares en su transición energética y, aun así, el mundo solo redujo su dependencia fósil del 66% al 60% en casi cuarenta años. China, en cambio, abrió nuevas plantas de carbón sin complejos. Su argumento: no frenará su desarrollo cuando EE. UU. y Europa se industrializaron sin límites. Esa pragmática energética le da poder industrial.
Hoy, la energía global aún depende del gas y el petróleo, y no se puede prescindir de ellos en el corto ni en el mediano plazo.
En ese contexto, Ecuador tiene una ventaja: su electricidad industrial cuesta entre USD 0,09 y 0,12 por kWh, igual o más barata que en China y muchísimo menos que en Europa. Y, además, el 80 % de su energía es limpia.
El Ecuador debería mandar un mensaje al mundo:
“Diversifica tus riesgos, ven al Ecuador. Estoy dolarizado, estoy solucionando mis problemas, pero tengo energía limpia, barata y confiable. Eres bienvenido si respetas la naturaleza, formas a mis trabajadores y haces las cosas bien.”
En un mundo casi saturado, la energía barata será una nueva moneda de cambio. Los países que ofrezcan a los inversionistas reglas claras y la posibilidad de planificar en medio de la incertidumbre atraerán flujos de capital, sobre todo dólares. Ecuador tiene todo para hacerlo, si se atreve a creer en sí mismo y a pensar en grande