El espejo del país

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Ahora que brotan constitucionalistas como las flores de taraxaco en las veredas y que hablan como si estuvieran inventando la pólvora, me permito recomendarles la lectura de un libro colectivo de gran formato y tapas rojas que editamos, en el 2004, por encargo del entonces presidente del Congreso, Guillermo Landázuri, un auténtico demócrata que pidió incluir a historiadores, sociólogos, juristas y políticos de diversas tendencias políticas.
Digitalizado, el libro se encuentra en la biblioteca virtual de la Asamblea Nacional. Allí descubrirán un equipo de colaboradores de alto nivel, desde Patricio Quevedo y Jorge Salvador Lara, hombres de derecha sin resquicios, pasando por Alfonso Ortiz, Simón Pachano, Enrique Ayala, Nina Pacari y Miryam Garcés, hasta Jorge Núñez, Rafael Quintero y Juan Paz y Miño. Cada uno narró la parte asignada desde su punto de vista, pero a ninguno se le ocurrió plantear que había que desechar la Constitución de 1998, consigna que lanzaría tres años después un nuevo caudillo iluminado.
Además de la dirección, me encargué de la parte gráfica, que suele ser complicada pues se trata de obtener fotos, óleos o grabados para ilustrar, por ejemplo, el período garciano, que estrenó dos Constituciones y concluyó con un magnicidio, del que salimos con una nueva Constitución, la de 1878, porque así somos desde el inicio de la república: unos tigres para dar golpes de Estado y alimentar la fantasía de que la siguiente Constitución lo arreglará todo.
Una anécdota: cuando presenté el libro diseñado, una diputada del CAL reclamó porque la imagen del presidente de la Primera Constituyente, su antepasado, aparecía más pequeña que la del vicepresidente, Nicolás Arteta y Calisto, futuro arzobispo y doctor en Jurisprudencia.
Respondí que el arzobispo tuvo el cuidado de posar para un óleo de gran factura, que daba para página llena, mientras el retrato de medio cuerpo de Fernández Salvador fue pintado sin gracia un siglo después.
Más importante fue que, hasta la Revolución liberal, los miembros activos de la Iglesia participaban como diputados, incluidos Federico González Suárez, ecuánime, y Julio María Matovelle, quien logró la descalificación del senador liberal Felicísimo López por haber sido excomulgado. ¿Por quién? Por el obispo de Portoviejo, Pedro Schumacher, un fanático que luego se levantaría en armas contra el liberalismo triunfante.
Revisando el libro se constata que por el Congreso y las Asambleas Constituyentes fueron pasando los personajes más importantes de cada época, en su mayoría abogados que, en debates e interpelaciones, exhibían sus conocimientos y sus dotes para la oratoria.
Y le ponían empeño al asunto porque las curules eran un trampolín para llegar a Carondelet. El caso más notable fue el del diputado Velasco Ibarra, quien se dio a conocer derribando ministros del liberal Martínez Mera y luego de ejercer su primera presidencia de la República, “se precipitó sobre las bayonetas”.
Volvió gloriosamente en 1944 y la Asamblea Constituyente que siguió a la revolución popular e izquierdista del 28 de mayo lo nombró presidente constitucional. Pero año y medio después dijo que la Constitución que habían aprobado era un tratado de sociología, dio un autogolpe y convocó a una nueva Constituyente, esta vez conservadora.
También León Febres Cordero, en 1981, inició su campaña presidencial con la célebre interpelación de las muñecas de trapo, una tontería hábilmente magnificada que, comparada con los chanchullos posteriores, parece literalmente un juego de niños.

La ‘Historia del Congreso Nacional’ contiene valiosa información sobre las principales leyes aprobadas hasta el 2004, y fue lanzada el último día de la presidencia de Guillermo Landázuri. Como era de esperarse, no asistió ni la mitad de los diputados pues andaban en los arreglos para elegir a un exbasquetbolista, Omar Quintana, quien no paró bola al libro.
Por esa razón, quizás queden en algún rincón del Palacio Legislativo algunos ejemplares que podrían repartir a los actuales asambleístas y a los futuros constituyentes, junto con un volumen de Derecho Constitucional y un manual de Carreño, que nunca está demás.
Como tampoco está demás conocer la historia de una institución que, para bien y para mal, siempre ha sido el espejo del país.