Los que esnifan cocaína

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Si la marihuana fue la droga emblemática del jipismo, con su onda antisistema, paz y amor, sandalias y mochila, vuelos y vagancia, naturaleza, solidaridad, Otavalo y Nepal, la cocaína vino a expresar exactamente lo opuesto: glamour, estatus, acelere, dinero rápido, individualismo extremo.
Y fueron los yupis con tirantes, corbata amarilla y Rolex quienes encarnaron esa reacción al jipismo en retirada. Su emblema era Wall Street, como se llamó acertadamente la película donde Michael Douglas hacía gala de los valores del neoliberalismo rampante: euforia, codicia, falta de escrúpulos, penthouses, orgías químicas y tal.
La coca era chic porque era cara y el templo supremo de la nueva moda, en los años 70, fue el Studio 54 de Nueva York, frecuentado por ‘celebrities’ tales como Bianca Jagger, Andy Warhol y un joven tiburón llamado Donald Trump.
La onda del perico adoptó por estas Andes el ritmo de la salsa en El Goce Pagano, de Bogotá, y en el Seseribó del Quito de los años 80, casi siempre mezclada con el ron con cola que era la bebida apropiada para Pedro Navaja, Juanito Alimaña y todo su combo de chicas plásticas, publicistas, modelos criollas, intelectuales desencantados y artistas variopintos.
El ícono supremo, o patrón de esa movida, fue (y sigue siendo) Pablo Escobar, que amasó su fortuna introduciendo en la Florida avionetas cargadas de cocaína o, eventualmente de escama de pescado, que era la top de la lista, “la que esnifaba don Pablo”.
Eso de ‘esnifar’ en lugar de ‘jalar’ vino de España, mientras en las calles de las ciudades los marginales se dedicaron a fumar variantes degradadas como el crack o el bazuko, elaborado con la base de cocaína: eran drogas mucho más dañinas y adictivas, relacionadas con pandillas y violencia. El glamour desembocaba en callejones malolientes, pero volvería por todo lo alto en las series de televisión.
Desde entonces han surgido otras modas, de pastillas más poderosas, pero la cocaína se sigue vendiendo, sobre todo en el mercado europeo, como bien lo sabemos y sufrimos los ecuatorianos que nos enteramos todos los días de lo que pasa con la producción y el tráfico en lanchas rápidas hacia EE UU, o en containers contaminados que navegan hacia Europa. Y del reguero de sangre, violencia y corrupción que van dejando en la ruta desde Colombia los grupos delincuenciales.
Lo que no sabemos bien es quiénes son los consumidores allá, qué onda, cuál es su perfil. En una amplia encuesta realizada en España a colegiales desde los 14 años, y a jóvenes hasta los 30, responden que la utilizan para “ligar, bailar, divertirse, comunicarse, estar de buen rollo, y que, además, mejora el sexo”. En general, la miran como una droga casi inocua si se la esnifa ocasionalmente.
También se ha observado, a lo largo del tiempo, que el consumo de los adultos jóvenes es bastante inferior al de hace quince años y el consumo mayor se da en el grupo de hombres entre 25 y 34 años. Y hallamos en la web la cara oscura del asunto: testimonios dramáticos de gente que ha arruinado su vida por la adicción a la cocaína específicamente.
Eso pasa en España, el país europeo más cercano al nuestro. Acá, un estudio de 2017, realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, junto con la Unión Europea y dos instituciones más, sobre el consumo de drogas ilícitas de la población universitaria ecuatoriana, arrojó que el 90% percibe como un gran riesgo el uso frecuente de cocaína. Digamos que eso es bueno, que estén alerta. Sin embargo, el 7,5% de los estudiantes hombres declaran haber consumido cocaína alguna vez en la vida. Y el mayor nivel se da entre los 23 y 24 años.
De esos pocos datos no se puede sacar conclusiones apresuradas, pero tampoco pintan un cuadro terrorífico en lo que tiene que ver con esnifar cocaína ocasionalmente. En cambio, el consumo reciente de alcohol llega, redondeando, al 80% en universitarios hombres y 70% en las mujeres. Muchísimo más alto: seguimos siendo un país de borrachos que vivimos repitiendo clichés y prejuicios sobre las otras drogas.
En el caso de la cocaína, si no se estudia a fondo quiénes consumen y para qué y otros temas relacionados, mal se puede diseñar políticas públicas para enfrentar el problema. La respuesta fácil es repartir bala; la difícil es pensar, por ejemplo, en la legalización de la cocaína, como lo han propuesto los expresidentes Fox y Gaviria, y últimamente Gustavo Petro. Así, el esfuerzo militar podría concentrarse en la minería ilegal que devora la selva.