¡Muera la inteligencia!

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Al principio de la guerra civil española, en la Universidad de Salamanca, símbolo de la academia y el saber, el general falangista Millán–Astray gritó contra Unamuno: “¡Muera la inteligencia!”, frase que definía el anti-intelectualismo propio de los regímenes fascistas y su culto a la violencia pues alguien coreó: “¡Viva la muerte!”.
Pocos años antes, con su política de erradicar la influencia judía, que incluyó la quema de libros, los nazis habían obligado a exiliarse a muchos de los geniales físicos que desarrollaron la teoría de la relatividad y la física cuántica y cambiaron nuestra visión del universo, empezando por Albert Einstein, quien recibió todo el apoyo necesario para continuar sus investigaciones en la Universidad de Princeton.
Desde entonces, la universidad norteamericana atrajo cada vez más a los mejores estudiantes y profesores del mundo. Tanto así que en América Latina se habló de una fuga de cerebros porque migraban también diversos profesionales de alto rango que en estos lares no encontraban medios para desarrollarse.
Guardando las distancias, pero a tono con las dictaduras obsesionadas con el fantasma del comunismo, acá también la junta militar de los años 60 acosó a los intelectuales progresistas e intervino a la universidad. Medida que repitió el presidente Velasco Ibarra al autoproclamarse dictador en 1970, cuando ordenó ocupar militarmente a la Universidad Central.
Pero nadie pudo imaginar que tamaño oscurantismo llegaría a suceder en los EE.UU. Aunque pensándolo mejor, la CIA tenía una larga experiencia vigilando a escritores, académicos y líderes estudiantiles y participando a veces en su eliminación. Con esos antecedentes veamos qué luce novedoso en la persecución desatada por Donald Trump contra la universidad norteamericana.
Pues que en tiempos de la Unión Soviética el cuco era Moscú, visto como la fuente de la ideología comunista; ahora, Trump coquetea con la autocracia de Putin y echa la culpa de la invasión a la víctima, es decir, a Ucrania, y hace responsables a los palestinos del exterminio de Gaza.
En consecuencia, pretende expulsar del país a quienes levanten la bandera de la causa palestina en las universidades de élite, a las que acusa de ser permisivas con el antisemitismo, a pesar de que muchísimos judíos dentro y fuera de Israel se oponen al genocidio perpetrado por el gobierno de Netanyahu.
Algunas universidades han cedido a su chantaje de los fondos, pero Harvard, la más prestigiosa universidad del planeta, hizo frente al intento gubernamental de impedir el ingreso de estudiantes extranjeros, que constituyen la cuarta parte de la población estudiantil y son una fuente clave de financiamiento.
Según sus autoridades, Harvard defiende el derecho de “acoger a nuestros estudiantes y académicos internacionales, que provienen de más de 140 países y enriquecen inmensamente a la Universidad y a esta nación".
Así lograron que un juez de Massachusetts, en nombre de la libertad de conciencia y de expresión que garantiza la Constitución, bloqueara esa medida cavernícola. Antes, Harvard había rechazado entregar listas de estudiantes extranjeros y aceptar supervisión académica por parte del Gobierno.
La ofensiva en contra de la inteligencia, la academia y la ciencia viene de antes, desde que varios estados empezaron a vetar la enseñanza de la teoría de la evolución en beneficio del creacionismo, es decir, de la versión bíblica de que el mundo fue creado en seis días porque el séptimo Dios descansó. A ello se añadió la campaña antivacunas liderada por Robert Kennedy, que hoy, desde el Gobierno, es mucho más peligroso.
¿Logrará Trump imponer su agenda anti-intelectual y xenofóbica sobre las universidades y los medios de comunicación o resistirán las instituciones y crecerá la oposición? La pelea es peleando: al tiempo que la Corte Suprema refuerza a las medidas contra la educación liberal, el triunfo en las primarias para la alcaldía de NY de un candidato demócrata socialista, musulmán, hijo de migrantes, manda una buena señal. Hay muchos factores en juego. Hagan su apuesta, señores.