Columnista Invitado
¿Condenados a repetir nuestra historia?

Profesor de ciencia política y Decano de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad San Francisco de Quito.
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Daniel Noboa fue elegido asambleísta por la provincia de Santa Elena el 7 de febrero de 2021 por 23.723 ciudadanos, un poco más del 10% de los sufragantes pertenecientes a esa provincia. Este número de votos le permitió obtener -por una diferencia de menos de mil votos- el tercer y último escaño de la provincia menos poblada del litoral ecuatoriano. Era un joven de treinta y tres años que contaba con una excelente formación académica: había realizado estudios en NYU, Harvard y George Washington University; pero era un completo desconocido en la política ecuatoriana. De los 137 asambleístas elegidos en dicho proceso electoral, Noboa ocupó la curul 118, y su paso por la Asamblea Nacional fue caracterizado por baja participación y aún menor brillo.
El verdadero despegue de la carrera política de Daniel Noboa se dio el 13 de agosto de 2023, día del debate presidencial para las elecciones de primera vuelta de ese año. Tras una serie de acontecimientos que incluyeron el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, Noboa se presentó al debate usando un chaleco antibalas -que llamó mucho la atención- y enfocando su discurso en seguridad y economía, los temas que más preocupaban al electorado ecuatoriano en ese momento. Con algunas intervenciones breves y un perfil tecnocrático, logró transmitir una sensación de “aire nuevo” en una arena política marcada por el desprestigio de los partidos y la violencia que había caracterizado a la campaña. Los números de intención de voto por Noboa subieron como la espuma después del debate. Pasó de ser un casi absoluto desconocido para la población ecuatoriana y figurar como penúltimo en todas las encuestas, al segundo lugar, superando a candidatos considerados fuertes, como Jan Topić, Otto Sonnenholzner, o Christian Zurita, el reemplazo de Fernando Villavicencio en la papeleta. Esta tendencia se confirmó en la primera vuelta, cuando logró pasar al balotaje con el 23.5% del voto, y luego en la segunda, cuando se convirtió en presidente de la República del Ecuador.
Dieciocho años antes, otro absoluto desconocido para la ciudadanía ecuatoriana emprendía el inicio de su carrera política. El 20 de abril de 2005, Rafael Correa fue nombrado ministro de Economía y Finanzas en el gobierno de Alfredo Palacio. Durante su período de cuatro meses en el ministerio, Correa empezó a ganar notoriedad entre varios sectores de la sociedad ecuatoriana, sobre todo en algunas esferas intelectuales de la izquierda serrana. Estos círculos vieron en Correa al candidato ideal para representarlos en las próximas elecciones de 2006: era un candidato joven, carismático, y no contaminado por la política “tradicional”. Con el apoyo de varios movimientos sociales, Correa logró pasar a la segunda vuelta electoral, y después ganarla, obteniendo un 57% del voto por sobre el 43% de Álvaro Noboa Pontón.
Sobre el gobierno de Correa se ha hablado y escrito mucho. Siguiendo el libreto clásico del populismo, construyó “enemigos” del pueblo para luego posicionarse como su salvador: la partidocracia, los pelucones, la prensa corrupta. Estableció una comunicación directa y no mediada con la ciudadanía a través de sus enlaces sabatinos, y promovió un modelo de democracia directa -sin pesos y contrapesos- que se asemejaba más a una dictadura o a una monarquía que a una democracia liberal representativa. Esto fue posible porque paulatinamente, y mediante una serie de estrategias, fue concentrando todo el poder político en el ejecutivo: hubo varios años en que Correa personalmente decidía lo que se hacía en la Asamblea, y ejercía control sobre las cortes y otros poderes del estado ecuatoriano. El régimen de Correa se fue convirtiendo, poco a poco, en un populismo tecnocrático autoritario.
Las similitudes en las formas de llegar al poder -y en su ejercicio- entre Correa y Noboa son notables. Los dos jóvenes, outsiders, “incontaminados por la política”. Los dos sin provenir de partidos políticos establecidos, sino dependiendo de la política personalista a la que tanta afición tenemos en el país. Los dos posicionando a “enemigos públicos”, siguiendo el libreto populista al pie de la letra (en el caso de Correa los mencionados anteriormente, en el caso de Noboa el ejemplo más reciente es la Corte Constitucional, una de las instituciones con mayor prestigio en el país). Los dos haciendo todo lo posible por concentrar la mayor cantidad de poder en el ejecutivo, dominando el legislativo, las cortes, adquiriendo medios de comunicación y estableciendo estados de propaganda mediante ejércitos de trolls y periodistas influyentes. Los dos proponiendo “refundar” al país mediante una asamblea constituyente. Los dos pasando de ser absolutos desconocidos a tener poder absoluto en un par de años.
El régimen de Correa duró diez años; cada lector tendrá sus reflexiones y opiniones acerca del mismo. Noboa recién lleva dos años en el poder: ¿estaremos condenados a repetir nuestra historia?