El Chef de la Política
Para ser legislador, la edad importa

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"
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La edad importa y para ser legislador con mayor razón. Esa es la discusión de fondo que requiere el país. No es trascendente si los jóvenes que ahora llegan a la Asamblea Nacional son de un partido u otro o si representan a circunscripciones nacionales, provinciales o del exterior. Lo de fondo es que a los dieciocho años no se puede ser legislador. La razón es simple: a esa edad los jóvenes tienen que prepararse, en el amplísimo sentido de la palabra, para encarar posteriormente el desafío de fiscalizar y legislar. Como todo en la vida, hay tiempos para cada cosa y hay roles que se cumplen en función de la edad. Aunque el comentario puede lucir políticamente incorrecto, en realidad es pragmático y apegado a los hechos.
En América Latina, salvo poquísimos casos, como son los de Ecuador, Bolivia o Guatemala, el requisito de edad para ser legislador está por encima de los dieciocho años. Si el ejercicio de política comparada sirve para algo, ahí hay un referente a tomar en cuenta. Aunque la capacidad de innovar puede ser vista como una virtud, en esta ocasión degenera en una actitud irresponsable con los intereses del país. Los resultados están ahí: tenemos una Asamblea Nacional integrada con personas que, dotadas de capacidades intelectuales, a no dudarlo, simplemente están en un momento de vida distinto.
Frente a lo indicado, el hecho que sean pocos los asambleístas de dieciocho años que llegan a la legislatura o señalar que existen adultos que podrían tener un peor desempeño legislativo que los jóvenes, no deslegitima en forma alguna el argumento de que la edad importa para obtener una curul en la Asamblea Nacional. Incluso podríamos no tener legisladores de dieciocho años que el debate persiste y es necesario asumirlo. Eso es parte de la discusión política que se requiere. Eso es parte del compromiso con un país cuya vida pública se desangra cada día como consecuencia de impertinentes disposiciones legales, como la que se comenta.
Seguramente los politiqueros irresponsables y corruptos que nos gobiernan aprovecharán para salir en defensa del derecho de los jóvenes a hacer parte de la vida política desde los dieciocho años. Como todo lo valoran en función de los votos y de las elecciones siguientes, sin mayor perspectiva de lo que le conviene al país, sacarán argumentos forzados para posicionar este despropósito. En fin, lo dicho no debe llamar la atención pues acá, en el país de la novelería, no solo se puede ser asambleísta a los dieciocho años, sino que, a las dieciséis primaveras, cuando no se tiene permiso para comprar una cerveza, se puede elegir presidente de la república.
No es un argumento conservador requerir una edad mínima, por encima de los dieciocho años, para acceder a la Asamblea Nacional. Es un argumento fundamentado en la ética de la responsabilidad. Esa forma de comprensión de la vida pública, magistralmente plasmada por el gran Max Weber, que implica tomar decisiones políticas que, aunque me sean incómodas, afecten a mis intereses particulares o incluso vayan en contra de mis convicciones, sean las que mayor beneficio van a generar al bien común que se pretende propiciar en una sociedad moderna y justa.
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La edad importa y más cuando se trata de llegar a la Asamblea Nacional. Colocar parámetros básicos, por tanto, no afecta a los derechos de las personas ni constituye una violación a la posibilidad de acceder a cargos públicos. Simplemente se trata de una forma de orden social y político que busca armonizar la convivencia ciudadana. Por tanto, juzgar como impropio el comportamiento de un joven asambleísta manteniendo inalterada la regla que permite que a los dieciocho años se pueda ser legislador no solo habla de la poca coherencia de nuestra clase política sino también de la inmediatez con la que, en general, juzgamos los eventos de la vida social