Sin ciencias sociales y humanidades, el cambio no llegará

Aunque lo coyuntural, lo que ocurre en el día a día, es importante y no se lo puede dejar de lado, la comprensión de nuestros problemas de fondo y sus posibles soluciones requieren un análisis de mediano y largo plazo. Ninguna propuesta es eficiente y sostenible si es el resultado de la inmediatez y la calentura del momento político o social. De hecho, no hay país en el mundo que haya generado cambios positivos si no es a través de la maduración de ideas y, para ello, hay que tomarse un tiempo. Un tiempo que va más allá de los pocos segundos que nos permiten los cánones de las redes sociales. Ese es el costo de hacer bien las cosas.  

Pero no es solo cuestión de tiempo. También es cuestión de invertir y apostar en los espacios en los que las ideas pueden nacer, crecer y dar resultados. Las Ciencias Sociales, las Humanidades, el arte, la cultura, son esos espacios. Un país que no fomenta la formación académica en aquellos campos en los que el espíritu se enriquece y da salidas a los problemas de la vida cotidiana está destinado a perderse, a mutar hacia lo animal, a asumir como normal lo que es anómalo, a naturalizar lo que la recta razón impone como un agravio a la convivencia dentro de una organización social.  

Apostar a los estudios en sociología, economía, antropología, artes liberales, artes escénicas y, en general a aquellas actividades que hacen al ser humano más humano no es un gasto, es una inversión. Es una inversión que también genera réditos económicos. Sí, abramos los ojos y las entendederas. Poner atención a los estudios sobre el comportamiento social genera escenarios en los que los negocios pueden desarrollar su actividad con mayor soltura y confianza. Sin ideas no es posible alcanzar la prosperidad económica. Primero pienso en las vías para construir una vida plena, luego tengo la capacidad para que esa libertad espiritual se materialice en libertad económica. Liberales del mundo: ¡cuánta falta hace leer a Adam Smith!    

• Grandes acuerdos: la educación universitaria

Hay que derribar, de a poco, los falsos mitos que se han construido. Asumir que las Ciencias Sociales, las Humanidades y las artes, en general, son patrimonio de una orientación política en particular no solo es ignorancia, es una forma de entregar la capacidad de pensar y proponer el modelo de mundo ideal a un solo grupo. Ahí está una de las razones de la ausencia de pensamiento en este país. De un lado hay poca innovación. Del otro lado, no hay nada, o casi nada. Si hay un espacio al que los liberales deberían ponerle atención es, precisamente, al de las ciencias del espíritu, como se refería Dilthey a todo lo que no correspondía a las ciencias naturales, pues allí está la matriz del progreso. Otra vez: esto no es un gasto, es una inversión con réditos de todo orden.  

En sociedades en las que realmente se piensa en el bienestar de la población, las élites consideran la formación universitaria como una vía clave para que el aparato estatal funcione bien. Ellos saben que, para desarrollar la empresa y la promoción de la riqueza, es imprescindible que el aparato estatal esté presente, sea fuerte, burocratizado, y ofrezca resultados a la población. No hay contradicción alguna entre el libre mercado y el funcionamiento de un Estado que regule a través de personas calificadas para el efecto, bien pagadas, incentivadas, y que aprendan bien lo que es la mecanización del procedimiento estatal. Liberales del mundo: ¡cuánta falta hace leer a Max Weber!

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Pero el problema no solo es de los liberales. Acá el estado de desidia es generalizado. Todos han relativizado a las Ciencias Sociales y las Humanidades. Unos las ignoran y piensan erróneamente que no es un buen negocio jugarse por ellas mientras que los otros las utilizan como trampolín político o para saciar sus anhelos juveniles no cumplidos. En ambos casos, han castrado al país de ideas políticas y de pensamiento social. Las demás ciencias también son clave, por supuesto que sí, pero sin las que atañen al espíritu, este país va camino al vacío, al desparpajo, a la trivialización de la vida pública.