El Chef de la Política
Pañitos de agua tibia

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"
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Con esa expresión popular se sintetizan las recientes reformas al Código de la Democracia. En efecto, los cambios propuestos a las reglas del juego político nacional no son más que salidas superficiales al problema real que tiene el país y que se resume en la estructura de incentivos para el ejercicio de la representación política, materializada en los partidos. En otras palabras, si no se propone una variación profunda a la normativa que regula el funcionamiento de las organizaciones políticas, todas las enmiendas resultan insuficientes, pañitos de agua tibia que calman, pero no curan la enfermedad del país.
Si no exigimos que los partidos tengan un número razonable de afiliados, no de adherentes ni simpatizantes, para obtener y mantener el registro electoral, difícilmente se podrán generar cuadros políticos que sirvan como ejecutores de las políticas públicas.
Nos quejamos del “reciclaje” de funcionarios, pero poca atención le ponemos a la raíz del mal. Si los presidentes no tienen gente capacitada profesionalmente y que además comparta una visión política del país, ambas características halladas en los afiliados a los partidos, la salida natural ante la orfandad de apoyo es buscar personas que hayan servido en anteriores administraciones. No es cuestión de falta de coherencia sino la simple necesidad de sobrevivir políticamente.
Si no se requiere un mínimo de tiempo de afiliación previa a los partidos políticos como requisito indispensable para ser candidato a un cargo de elección popular, los delincuentes y oportunistas que ahora pululan por la Asamblea Nacional seguirán presentes. Peor aún, ganarán cada vez más espacios. Sabido es por el país entero que ahora mismo hay muchos asambleístas que compran candidaturas, autofinancian sus campañas electorales y, una vez en los cargos, responden a los intereses inconfesables del crimen organizado. Ergo, no hay afiliados a los partidos políticos porque la gente honesta, que desearía hacer vida partidista, mira con impotencia que lo que manda al momento de la designación de candidatos no es la pertenencia a la organización sino el grosor de la chequera.
Modificar las reglas electorales, aquellas que convierten los votos en escaños, es importante, desde luego. Pero lo que no se ha dicho, o se ha dicho poco, es que cualquier tipo de mecanismo de asignación de asientos legislativos termina siendo secundario si los partidos políticos no funcionan de forma adecuada.
También son importantes los controles al gasto electoral y al financiamiento de las campañas, desde luego, pero si el país tiene más de doscientas organizaciones políticas con registro legal, el CNE seguirá siendo incapaz de dar seguimiento a conductas ilegítimas. No se trata solo de falta de decisión para emprender acciones de auditoría sino también de la deficitaria capacidad humana y tecnológica para hacerlo.
Pañitos de agua tibia, eso son las reformas recientes al Código de la Democracia. Como era de esperarse, ninguna organización política se ha atrevido a proponer un cambio profundo al sistema de partidos. Todos, sin excepción, se han conformado con alegrar al graderío, dar una espuria señal de intención de cambio y por esa vía seguir con la dinámica partidista a la que nos tienen acostumbrados: mediocridad y delincuencia organizada. No es una exageración. Muchos de nuestros actores políticos están en una u otra categoría y cada vez más engrosan ambas. Como en otras ocasiones, el país perdió una excelente oportunidad para dar un giro a nuestra vida política.
Pañitos de agua tibia es la receta aplicada por nuestra Asamblea Nacional a una democracia enferma de gravedad. Como cualquier solución superficial, pronto el diagnóstico volverá a ser el mismo. El problema no es el régimen democrático, como algunos aprovecharán para posicionar en el debate público. El problema es que quienes están al frente de las grandes decisiones del país no tienen convicciones democráticas y menos, mucho menos, vocación cívica. Una y mil veces más: mientras no reformemos profundamente el sistema de partidos políticos nuestra vida pública irá de mal en peor.