Leyenda Urbana
El correísmo desciende a los infiernos

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Ante un país estupefacto como testigo y la Asamblea Nacional y las redes sociales como escenarios, el correísmo ha escenificado su decadencia moral y ética teniendo como actores principales a quien dio nombre a la organización, a sus parlamentarios y a los más altos dirigentes.
En apenas una semana, han rebasado los límites del decoro, la integridad y el humanismo.
La denuncia contra el asambleísta Santiago Díaz Asque, acusado de violación a una niña de 12 años, es un golpe demoledor para un movimiento político que ya no puede ocultar su decadencia, envuelto en graves hechos de corrupción, episodios deleznables y por la traición al pueblo que un día los catapultó.
El horrendo crimen podría ser un parteaguas en la llamada Revolución Ciudadana (RC5), al tratarse de uno de los hombres más cercanos a Rafael Correa, de quien fue asesor y en cuyo Gobierno ocupó cargos en el Tribunal Contencioso Electoral y en la temida Senain (Servicio Nacional de Inteligencia) y ha sido procurador común en los procesos electorales.
La expulsión no disminuye la afrenta, y otros hechos agravan el escenario.
Cuando la gente intentaba procesar el repugnante episodio, el país enmudeció de coraje al enterarse del ataque de la excandidata presidencial, Luisa González, a su coidearia la asambleísta Jhajaira Urresta, a quien en un chat habría identificado como “tuerta de mierda”.
Usar un problema físico como insulto desató los demonios dentro de la organización de la que Urresta se separó declarándose independiente, asegurando que ganó la curul por su “compromiso con la lucha social y no por favores sexuales”.
Los ecuatorianos que en política han visto y escuchado de todo, nunca habían asistido a una bronca de semejante nivel entre compañeros de militancia.
Ya había más.
El desconcierto de la propia militancia se transformó en zozobra al leer lo que Rafael Correa escribió en su cuenta de X (antes Twitter), respecto a la denuncia de Urresta de haber sido maltratada, hecho que ya había sido negado por Luisa González.
Dijo Correa que Jhajaira no llegó (a la Asamblea) por sus luchas sociales, sino que “era cliente de Fausto Jarrín y fue él quien vehementemente la recomendó”. Y que la pusieron (de candidata) como homenaje a las víctimas de la represión, y concluye señalando, con respecto a Jarrín, que “ya sabemos dónde están los dos”, en alusión, seguramente, a que después de haber sido su abogado y asambleísta del movimiento, Jarrín trabaja, hoy, con Noboa, y presume que también lo haría Urresta.
En medio de este laberinto de pasiones políticas desatadas, la revelación personal de la asambleísta Viviana Veloz, de que ella misma había sido agredida de pequeña, sacudió las conciencias al mostrar una realidad cruel del país que muchas veces se prefiere ignorar. Y produjo dolor y lágrimas.
Llegó el fin de semana y, mientras el Gobierno anunciaba una recompensa de USD 100.000 por información veraz y verificable sobre el paradero de Díaz Asque, ciertos personajes del correísmo hurgaron las hemerotecas para luego publicar en redes denuncias pasadas de supuestas violaciones atribuidas a personajes de la política nacional.
Hizo falta recurrir a las reservas de resistencia para soportar semejante bajeza nacional, en el que, una forma se zanjar las desavenencias entre políticos parece ser sacar los trapos sucios de todos; y, como en casos de corrupción, apuntarse con el dedo como diciendo: más ladrón serás vos.
A estas alturas de la historia, para un movimiento que gobernó el país durante 10 años consecutivos, el relato fundacional de las manos limpias y los corazones ardientes, hilvanado con astucia para conquistar el poder, parece haber mutado en una suerte de telaraña que terminó atrapando todos los vicios de la política rastrera.
Por eso, cambiar el nombre al movimiento no es suficiente para borrar las malas acciones, y porque el pueblo que fue burlado tiene buena memoria.
Decía Maquiavelo que “los traidores son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos”.
Muchos dirán que el movimiento ya superó crisis semejantes a las de ahora y citarán la ocurrida en 2011 cuando Ruptura de los 25 se retiró del Gobierno, tras el anuncio de Correa de que “metería la mano en la justicia”.
O cuando Lenín Moreno le soltó la mano a su vicepresidente Jorge Glas, reclamado por la justicia por el caso de la brasileña Odebrecht, y el enorme bloque parlamentario de Alianza País se dividió.
Y podría ser verdad.
Pero las sentencias por el caso Sobornos 2012-2016 que toca a dos exmandatarios; o el de la Reconstrucción de Manabí, un caso más de Glas; o Metástasis en el que está el ex asambleísta Aleaga y una larga lista de exministros y altos funcionarios prófugos y huidos, configuran un escenario gravísimo que hasta podría producirse una implosión.
Cualquier cosa puede pasar porque el correísmo ha descendido a los infiernos y allí enfrenta a sus propios demonios.