Leyenda Urbana
Notre Dame de París: metáfora del tiempo y del poder
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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“¡Notre Dame, abre tus puertas!” repitió, tres veces, el arzobispo de París, Laurent Ulrich, mientras golpeaba con la cruz de madera, y las campanas repicaban celebrando la reinauguración de esta joya del gótico, destruida parcialmente por un voraz incendio, el 15 de abril de 2019.
Una emoción incontenible sobrevoló dentro y fuera del templo y recorrió otros espacios trayendo a la memoria la historia de este monumento a la fe, cuya primera piedra fue puesta, más de ocho siglos atrás, en 1163, por el papa Alejandro III. Y este 7 de diciembre de 2024 era reinaugurado en una ceremonia sobrecogedora.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, que vive sus horas políticas más bajas, se ha alzado como un gran líder al cumplir su palabra de reconstruir en solo cinco años la catedral incendiada. Y al ser el artífice del encuentro de presidentes, jefes de Estado, reyes, príncipes, autoridades y donantes, seleccionados minuciosamente para el magno acontecimiento, porque cada quién jugaba un papel y representaba un rol.
Setecientos millones de euros, cinco años de trabajo incesante, la colaboración de 250 empresas, aportes de 150 países y la participación de 2.000 artesanos, obreros, artistas, ingenieros, arquitectos, científicos y más, lograron el milagro.
Centro neurálgico del poder y la política, Notre Dame ha sido siempre escenario de los hechos más relevantes como cuando Enrique VI de Inglaterra fue coronado rey de Francia, en 1431; o cuando Napoleón Bonaparte se coronó asimismo emperador, el 2 de diciembre de 1804.
Durante la Revolución Francesa la catedral fue a manos del Estado y devino más tarde en templo pagano; luego sufrió una severa destrucción y el robo de valiosísimas piezas, y hasta pasó a ser usado como depósito de vino para el ejército.
Fue el genial Víctor Hugo quien sacudió la conciencia de los franceses al escribir en su novela Nuestra Señora de París, publicada en 1831, que “es difícil no suspirar y no indignarse ante las degradaciones y mutilaciones que el tiempo y los hombres han infligido a este venerable monumento”, lo que llevó a emprender una rigurosa restauración, que se prolongó por más de 20 años.
El pasado glorioso del monumento más visitado de Europa y escenario de los grandes acontecimientos políticos de Francia debieron haber inspirado al presidente Macron para, surfeando sobre la tormenta que afronta su administración, —luego de que la extrema derecha y la extrema izquierda se juntaran para echar abajo al Gobierno de su primer ministro Michel Barnier— aprovechar la reinauguración y propiciar un encuentro estratégico entre el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en el Elíseo, a fin de buscar una salida a la cruenta guerra, que se ha cobrado cientos de miles de vidas.
Justamente, el 24 de febrero de 2025 se cumplen tres años de la invasión rusa a Ucrania y Trump desearía llegar a esa fecha con un cese el fuego firmado entre Kiev y Moscú, lo que dicen sería aceptado por Zelenski, siempre que exista el apoyo de la OTAN.
En la reinauguración de Notre Dame el líder ucraniano recibió una cerrada ovación, que tendría que ser asumida por el liderazgo mundial como termómetro de los apoyos con que cuenta Zelenski.
Cuando en 2019 el mundo contempló con horror el dantesco incendio de la catedral, cuya icónica aguja del siglo XIX se vino abajo, hizo presumir tiempos difíciles, pero nadie habría imaginado que el mundo viviría una pandemia mortal y que dos cruentas guerras, que siguen en curso, atormentarían a la humanidad.
Por eso, hoy conmueve que, como testigo de la historia, la catedral renazca espléndida en instantes en que el Gobierno de Francia está a la deriva y el de Alemania se desmorona.
También conmueve que, solo horas después de su apoteósica reapertura, el mundo haya asistido a otro hecho político tan sorprendente como inesperado: la caída del dictador de Siria, Bashar al Assad, quien persiguió y sojuzgó a su pueblo durante 24 años, y provocó la huida de millones de sirios a países vecinos y a Europa, en busca de libertad y una oportunidad de vida.
Educado en Inglaterra y de profesión oftalmólogo, todos creyeron que Bashar al Assad sería diferente a su padre Hafez, quien gobernó con crueldad durante 30 años, pero terminó siendo un tirano que torturó y usó armas químicas contra su pueblo al que persiguió dejando un saldo de medio millón de muertos y una pobreza que alcanza al 80% de la población.
Al Assad se sostuvo en el poder con el apoyo de Rusia e Irán que le proporcionaban armamento estratégico y cobertura aérea; pero la invasión rusa a Ucrania, al igual que la acción de Israel contra Hizbolá y Hamás, debilitó al régimen de Assad.
El destino de Siria —hoy en manos de Abu Mohamed al Jawlani, del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS)— es incierto, pero la historia de ese país está siendo reescrita y la geopolítica de Oriente Medio, remodelada.
El mundo está en alerta.
Al intervenir en la reinauguración de la catedral medieval, el presidente de Francia dijo que han descubierto que las grandes naciones pueden realizar lo imposible. Y habló de que Notre Dame “es la metáfora feliz de lo que debe ser una nación y el mundo”.
Yo creo que Notre Dame también es una metáfora del tiempo y del poder.