De la Vida Real
El universo paralelo de los estados de WhatsApp

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Los estados que la gente pone en WhatsApp son un asunto de análisis profundo. Los vemos tan rápido, uno tras otro, que es como abrir un cajón desordenado de la casa donde hay de todo: la foto de la primera comunión, el comprobante de la luz, algún recuerdo de la abuela y hasta el cargador que nadie sabe dónde está. Uno entra por curiosidad y se queda ahí porque no puede parar de mirar y mirar. Siempre se encuentra algo novedoso. A diferencia de un cajón desordenado, los estados de WhatsApp son la mejor vitrina para vender cosas y comprar.
Lo chévere es que, aunque nadie nos obligue a ver los estados, ahí estamos cada día revisando las historias de la gente como si en verdad nos importaran. Y la pregunta inevitable aparece: ¿para qué sube la gente estados al WhatsApp? ¿Cuál es el objetivo? Solo están visibles por 24 horas y, si nos perdimos uno, es como si nunca hubiera estado ahí.
Por ejemplo, soy fan declarada de los estados de Don Marco, el señor que me trae el gas. Nuestra relación en la vida real es cortísima:
—Buenos días, Don Marco, necesito gas.
—Seño, ya le llevo.
—¿Cuánto le debo?
—Siete dólares, seño.
Y listo.
Pero en los estados, Don Marco es lo máximo. Sé que su hija se graduó de ingeniera agrónoma, que su hijo —del que no tengo idea del nombre porque él solo pone “tú, mi orgullo, tú, mi fuerza y mi motor”— hizo la confirmación con fiesta incluida, y que su mamá murió hace años. Por eso, cada tanto pone una foto en blanco y negro con una rosa encima. De Don Marco conozco su vida entera sin haber pasado más de tres minutos de conversación cara a cara.
Luego está la señora María, una costurera a la que solo fui una vez porque me hizo horrible un pantalón. Jamás regresé, pero, gracias a WhatsApp, sigo cuidadosamente su vida. Sé que es devota de la Virgen del Quinche, que cocina delicioso y que se desvive por Don Medardo (a tal punto que sospecho que tienen algún parentesco o algún amorío oculto). Sus estados son un menú variado: mitad frases motivacionales con fondo de atardecer, mitad platos entre gourmet y criollos. Creo que vende comida también porque pone: “solo por hoy a 3.50 el menú”.
Tengo un vecino taxista, Don José, que debería cobrar por sus servicios. Cada día sus estados son un reporte en vivo: “¡Atención! La Lola Quintana está bloqueada. Mejor váyanse por la Bruning”. A veces creo que, si Waze quiebra, será porque Don José tiene más información que la aplicación. De su familia no sé nada, pero de su vida laboral sé todo: cuántos viajes hizo, en dónde están los metropolitanos haciendo controles y hasta cuántas cervezas se tomó el domingo en el Ecuavóley de Alangasí.
Y, claro, están las amigas. Una excompañera de la universidad, que no sé por qué nos tenemos agregadas si nunca nos vemos ni hablamos, me alegra el día con sus memes. Nuestro vínculo diario es un simple “jajajajajaja” que le pongo en sus estados, y ella me responde con un extenso “jejejejejej”. Por otro lado, mi íntima amiga, Cami, con cada estado me motiva: nos muestra los paseos con su perra Negra al atardecer, una canción alegre y una foto de ella feliz. Gracias a ella siempre me acuerdo de ponerle alegría a la vida. Solo al ver sus estados mi ánimo cambia y le sonrío al teléfono.
Aunque también hay contrastes. La ex empleada de mi tía, por ejemplo, llena sus estados de tragedias: muertes, noticias de sicariato, pura desgracia. Los suyos paso de largo, pero tampoco me atrevo a borrarla de mis contactos porque el morbo es morbo y siempre digo: “algún rato me han de servir sus publicaciones”.
Y entonces aparece Manuel Hierba. No sé quién es, pero vende semillas y comparte tips de siembra. Y yo, que no tengo idea de germinación, ahí estoy, aprendiendo cómo germinar habas en algodón.
Así son los estados: un universo paralelo donde se mezclan las penas y las alegrías, lo íntimo y lo público, lo religioso y lo político, lo gourmet y lo improvisado. Funcionan como un recordatorio de que la vida de los demás transcurre frente a nosotros, aunque nunca crucemos palabra.
Además, los estados de WhatsApp tienen un valor práctico incalculable. A veces necesito algún proveedor y no me acuerdo cómo lo guardé —ese es otro tema—, pero basta abrir los estados y ahí están, como señal divina, recordándome que existen, que tienen promociones y que justo hoy es el día ideal para hacerles un pedido.