Carlos Granés: Tenemos pequeños déspotas que ahora tienen una impunidad tremenda porque no hay autocrítica
El rugido de nuestro tiempo (Taurus, 2025), el nuevo libro de Carlos Granés, “intenta analizar los liderazgos actuales en América Latina, abordar los problemas culturales y los problemas geopolíticos referidos al lugar de América Latina en el mundo”.

Carlos Granés (izquierda), durante el lanzamiento de su nuevo libro El rugido de nuestro tiempo, en la Casa de América en Madrid.
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Cortesía Casa de América/X
Autor:
Ana Karina López
Actualizada:
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Para el escritor español Javier Cercas, Carlos Granés (Bogotá, 1975) es “uno de los mejores ensayistas de nuestra lengua”. Para Mario Vargas Llosa, a quien dedica este último libro, su ensayo Delirio americano (2022) es una obra extraordinaria. El 24 de septiembre, Granés lanzó su nuevo libro El rugido de nuestro tiempo, en la Casa de América en Madrid, con la presencia de Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara, y Patricia Llosa, viuda de Mario Vargas Llosa, entre otras personalidades de la escena cultural madrileña. Granés explica a PRIMICIAS las grandes líneas de su último ensayo.
Populismos autoritarios, de derecha e izquierda, palabras desprovistas de su contenido, arte moralizador, o como reza el subtítulo de su ensayo “batallas culturales, trifulcas políticas”. ¿Ese es el rugido de nuestro tiempo?
Sí, ese es, lamentablemente. Vivimos en una sociedad de economía de la atención en donde se intenta por todos los medios captar la atención de gente hiper estimulada. Quien capta esa atención es el que hace algo absolutamente extravagante. El caso evidente es Bolsonaro (expresidente de Brasil). Después de que lo echaran del Ejército, estuvo 30 años en el Congreso en el anonimato, un tipo mediocre, en la sombra, hasta que en el juicio político de Dilma Rousseff (2016) votó en honor al capitán Alberto Brilhante Ustra, torturador de Rousseff durante la dictadura. No solo reivindicaba a un torturador, sino a la dictadura militar. Fue tal escándalo que de la nada pasó a ser presidenciable y ganó. Hoy en día, lo más estridente llama la atención y te convierte en alguien, te pone en el escenario. Los inicios de Milei son como showman, antes de ser candidato presidencial era tertuliano que se caracterizaba por ser un salvaje y atacar al oponente con ferocidad tremenda. Convirtió la tertulia política en un espectáculo. De ahí hizo una obra de teatro, en donde él hacía como de psicoanalista que curaba a la Argentina no con psicoanálisis sino con todas las recetas económicas. En adelante, ya simplemente saltó al escenario con una motosierra, rugir a lo loco y echar la suerte. En Colombia ahora tenemos 60 y tantos precandidatos presidenciales, uno de ellos es un abogado que trabajó con narcos, Alex Saab fue su cliente. Él sacó una propaganda donde sale acompañado de un tigre con el lema: “tigre que ruge y que muerde”. Es el intento de yo grito más, yo soy más fuerte, yo tengo huevos para hacer lo que se necesita, yo soy el macho. Este turbo populismo es muy machote.
¿Daniel Noboa corresponde a este rugido?
Noboa también tiene esos tics de irrespeto hacia cierta institucionalidad que nos ha ayudado a comportarnos como países civilizados y a regirnos por leyes y tratados, cuando tumbó la puerta de la embajada de México. Es grave ser el primero que viola el tratado de Viena. Si se le hubiera escapado un pícaro, no iba a pasar a la historia, pero sí por ser el primer presidente que viola el tratado de Viena. Y no pasó nada. Es sorprendente la impunidad con la que la gente hoy en día puede traspasar esas normas. Eso tiene que ver con las batallas culturales: el electorado está tan dividido y fanatizado en contra del enemigo, no tanto a favor de su líder, sino en contra del enemigo, que no está dispuesto a darle ningún triunfo. No critican a su general porque estamos en guerra, se le permite todo. Entonces tenemos pequeños déspotas que ahora tienen una impunidad tremenda porque no hay autocrítica. La prensa de izquierda no critica nunca al presidente de izquierda, la prensa de derecha no critica nunca el presidente de derecha.
Usted asegura en su libro que Agustín Laje (ideólogo argentino de extrema derecha) instrumentaliza el pensamiento de izquierda y le da la vuelta.
Me sorprende que tenga tanto éxito porque sus libros son mamotretudos y sesudos. Es decir, él hace un análisis de corrientes de pensamiento, hace una vuelta por pensaderos de izquierda posmodernos, y llega a la conclusión de que esa gente tenía razón en su diagnóstico sobre la realidad. Los posmodernos dijeron ya no necesitamos el concepto de realidad ni de verdad, porque vienen de la tradición moderna impuesta por el hombre blanco occidental, que aplacan los discursos minoritarios y de identidad. Entonces, si nos deshacemos de esas ideas, vamos a encontrar más voces y va a haber más libertad y un diálogo más plural y rico. Laje lo reinterpreta: un político no tiene que estar apegado a la realidad, no tiene por qué decir la verdad. Lo que cuenta hoy en día es la experiencia mediática, como todo lo que entendemos del mundo pasa a través de las pantallas, está filtrado por los medios, tienen que construir un pequeño discurso, una racionalidad parcial, que intente apelar cada vez a más gente. Fue llegando a esa conclusión poco a poco con herramientas que le daba la izquierda. Laje dice textualmente que esa es nuestra estrategia: jugar juegos de incorrección política. Así de pronto una cosa que es muy poco sexy -un modo de vida absolutamente tradicional, cero hedonista, cero experimental- lo convierten en una revolución del desparpajo y la espontaneidad, de la rebeldía de la transgresión y del show.
Aunque usted lo escribió mucho antes de que sucediera, el odio y el sinsentido que envuelven el asesinato de Charlie Kirk se explican en la primera parte de su libro sobre las batallas culturales. ¿Es el columnismo (Granés mantiene una columna en el periódico español ABC y en The Objective) que le permiten esta clarividencia?
El columnismo te permite o te obliga a estar todo el tiempo pendiente de la actualidad. He intentado ver qué ideas se están moviendo bajo la superficie, qué retóricas y valores están determinando los actos y están moldeando la sociedad. Entonces sí, es un lugar privilegiado para observar la sociedad y para estar al tanto de lo que pasa en las esferas que a uno le interesan, las mías son la cultura y la política, de economía no tengo ni idea, no es algo que observe con detenimiento, porque no sé.
Sin embargo, su análisis de las batallas culturales lo fija a partir de la crisis de 2008.
Porque una crisis económica trae consecuencias sociales, culturales, y políticas fuertísimas, ese es un momento capital para entender el presente. La crisis económica tuvo consecuencias sobre todo en los jóvenes: cambió las expectativas de vida y la manera de afrontar el futuro y eso los politizó. Antes de esa fecha, la gran queja de los intelectuales era que los jóvenes estaban despolitizados, que a nadie le interesaba la política.
¿Estos jóvenes politizados son los hijos de los hijos de Mayo del 68?
Sí, exactamente a esa generación, en donde se había entendido que la revuelta no iba por el lado de la política. Mayo del 68 dio esa gran lección a la juventud: hacen tremenda revolución e inmediatamente después gana la derecha en Francia, es decir la revolución que intentó cambiar la política no cambia la política, pero la cultura cambió brutalmente. Fue una explosión de libertad que le permitió a esta nueva camada de europeos -y también latinoamericanos y estadounidenses- vivir con muchísima más libertad, experimentar con su vida, desfogarse con la autoexpresión, inventar identidades, experimentar con el arte de una forma que venía haciéndose, pero no tan masivamente ni con tanta legitimidad.

¿En qué cambió?
Poco a poco los “sesenta y ochistas” empezaron a llegar al poder, por ejemplo Bill Clinton, y llevan esos valores al poder y se convierte ahí sí en un nuevo status quo. El progresismo se vuelve como la nueva moral. No llegan al poder inmediatamente, pero sí conquistan todos los otros espacios: la Academia, las instituciones culturales, los medios de comunicación, y ahí empiezan a moldear una nueva actitud vital. Los que vinimos inmediatamente después nos socializamos en esos valores. Yo le agradezco muchísimo al 68 porque tuve una vida mucho más libre y abierta gracias a ellos, que dieron una batalla contra el conservadurismo que aligeró las costumbres de una forma, creo yo, positiva.
¿Cuándo se da la vuelta?
Con la crisis del 2008 se acaba la fiesta, los jóvenes saben, intuyen o temen que no van a vivir mejor que sus padres. Y a eso súmale cambio climático, la muy mala noticia que no van a tener planeta, no van a tener futuro. Además empiezan a triunfar en el ámbito académico y cultural ciertas ideas que satanizan al hombre blanco occidental, que le atribuyen el pecado de origen que es el machismo y la opresión de clase y de raza. Estos jóvenes creen vivir en la peor sociedad del mundo, que es Occidente. Porque Occidente no puede desligarse de modernidad y modernidad no puede desligarse de heteropatriarcado y de esclavitud y opresión racial. Son jóvenes que empiezan a romper amarras con esta tradición libertaria del 68 y se vuelven más bien wokistas [de la palabra Woke en inglés ligada al progresismo estadounidense]. Quieren conservar las pocas conquistas que quedan de Mayo del 68, que es una meta loable, pero con métodos atrabiliarios, cancelando a todo aquel que dice algo inadecuado o que hace una obra de arte que transgreda las convenciones morales que ellos están defendiendo. Todas estas prácticas de cancelación no son ni liberales ni libertarias, entendiendo el libertarismo como en Mayo del 68. Son todo lo contrario, puritanas, muy conservadoras y denotan una actitud defensiva, un miedo al presente y al futuro. Si uno tiene confianza en el futuro es mucho más abierto y tolerante.
¿No es este panorama muy circunscrito a la realidad estadounidense?
Sí, es verdad. El wokismo nace en Estados Unidos, en sus universidades de élite. Pero, Estados Unidos tiene un poder de contagio tan tremendo que América Latina, con algo de demora también ya está con sus propias formas de wokismo y yo estoy convencido de que el decolonialismo que tanta influencia tiene en Ecuador y en Colombia, es nuestra forma de wokismo. Es una forma de censurar todo lo occidental por considerarlo fruto y fuente de un pecado que es el despreciar a las etnias no blancas y relegarlas.
Usted analiza a cinco presidentes (Petro, Bukele, López Obrador (AMLO), Boric -a quien reivindica como demócrata- y Milei) como mesiánicos, una fuente del populismo.
Nosotros no inventamos el populismo, pero lo llevamos a un nivel de perfección supremo durante el siglo XX, y es el populismo que explica la actualidad. Estos populistas, de izquierda o derecha, tienen la misma estructura mental, esto es que en la sociedad hay amigos y enemigos, opresores y oprimidos. Para Gustavo Petro (presidente de Colombia), que es el paradigma de este tipo de populismo, conseguimos la independencia pero las élites oligárquicas siguieron incrustadas en el Congreso o en el poder económico. Ante esto hay que conseguir una base electoral amplia, el pueblo, para que una vez en el poder, una vez teniendo el Ejecutivo, por las vía de hecho, [Petro] lo llama “la fuerza de la multitud que hace historia”, y pasar por encima de estas instituciones que no tienen legitimidad democrática porque son enclaves o nichos de la oligarquía explotadora. Entonces, para Petro el Congreso no es una institución democrática ni legítima.
Para Nayib Bukele, presidente de El Salvador, tampoco.
Pero por otra razón. Él tiene la misma lógica binaria, pero él no ve necesariamente a sus enemigos como opresores, sino como un una amenaza corruptora para la sociedad, para la familia: estorbos, células cancerígenas. Y él usa exactamente la metáfora médica, él se considera a sí mismo un médico que está sanando a la sociedad. Un oncólogo que tiene claramente definido cuál es el cáncer, dice. No estoy diciendo que se lo está inventando, es un problema real, es lo que preocupaba a los salvadoreños con toda la razón, pero los ha convertido justamente en la amenaza a la salud de la nación, y a él de paso en el único médico que tiene la receta. Es decir, está diciendo que el único que puede gobernar El Salvador es él, porque es el único que tiene la medicina. Está básicamente anticipando que se va a perpetuar en el poder. Otra cosa que hacen los populistas es que cuando los datos empiezan a darles información que no les gusta cambian los datos o echan al funcionario, como Trump que echó a la funcionaria de estadísticas laborales porque las cifras no le favorecían. Si la realidad no te gusta, sencillamente dejas de dar datos de la realidad.
¿Estos presidentes dejan a Chávez, Morales y Correa como líderes del pasado?
Yo creo que son sus descendientes. No los trato como caso porque no están en el poder. El chavismo y Maduro siguen en el poder, pero él ya no ofrece ningún tipo de novedad y ya es sencillamente un dictador. A AMLO, aunque ya no está en el poder, lo que hizo como presidente hasta ahoritita vamos a ver las consecuencias, es decir la reforma del Poder Judicial que entró en funcionamiento el pasado 2 de septiembre.
¿Estamos en un escenario parecido a los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial: polarización, crisis, autoritarismos crecientes?
Las cosas no se repiten exactamente igual. Esa experiencia nos protege de cometer los mismos errores. Pero sí estamos en un momento en donde la política está sirviéndose del odio para movilizar al electorado.
"La política está inventando ficciones y está pidiéndole al público que se las crea, es decir, que suspenda su incredulidad, que se crean los delirios que están diciendo los políticos".
Pero como en la década de los 30 del siglo pasado se ve al otro como el enemigo a destruir.
Exactamente, claro que sí, esas grandes ficciones de construir enemigos, señalarlos y finalmente legitimar su aniquilación. Estamos empezando a ver síntomas de eso. La diferencia, no sé si es una diferencia, es que de alguna manera ahora somos banales, más jocosos y todo parece un circo, un carnaval. Es un carnaval mortífero, pero me cuesta creer que finalmente estas grandes mentiras vayan a creérselas todos. No lo sé.
¿Cómo resistir en un mundo cada vez más individualista, en el que estamos segmentados casi microscópicamente por los algoritmos?
Es complicadísimo, porque además en el mundo contemporáneo está pasando algo muy raro: todos creemos entender el mundo, todos creemos tener la verdad y ver la realidad y todos creemos tener la razón moral de nuestra parte, somos incapaces de dudar de nuestra verdad, de nuestra realidad y de nuestra superioridad moral y asumimos que todo aquel que está en la orilla de enfrente es inmoral, está equivocado y está siendo manipulado por la redes.
Usted diferencia en su libro la responsabilidad del político y la del artista.
Claro, el artista no tiene una responsabilidad moral con la sociedad, él tiene una responsabilidad con su obra. Esto lo dijo alguien muy de izquierda como García Márquez: mi única responsabilidad como escritor es escribir bien [“el deber revolucionario de un escritor es escribir bien”]. Es decir, escribir bien, buenas novelas, no hacer bueno a nadie. Eso sirvió para que una generación de escritores latinoamericanos empezara a hacer cosas maravillosas. ¿Qué tal que ahora le dijeran a García Márquez que sus novelas tienen que ayudar a la inclusión, a la diversidad y a aniquilar el machismo o fomentar la paz? Su novela Cien años de soledad es la más violenta, más trágica, más machista, digamos la pulsión masculina penetra a las mujeres y a la literatura, y a la novela, y está ahí de una forma brutal. Es decir, es una catedral como novela, justamente porque intenta ser fiel a la literatura y explorar lo peor del ser humano, porque se sumerge en la amargura, el resentimiento, el odio, la incapacidad de amar, el sectarismo, el incesto, la pederastia y, a pesar de eso, hace una cosa hermosísima. Ese es un artista.
¿La fuerza de Trump y Maga un poco es por la exacerbación de lo que usted describe como wokismo?
Sí y no. Digamos que les ha dado cierta legitimidad, porque el wokismo pronto se convirtió en un movimiento puritano, anti libertad de expresión y que empezó a cancelar a gente y a joderla en su vida profesional. Se suponía que el puritanismo era más de derecha, pero la izquierda también puede ser puritana. Eso lo demostró el wokismo. Por otro lado, la derecha critica a la izquierda por su identitarismo, pero la derecha también está en el juego identitario. La idea de “hacer América grande otra vez”, de rescatar las instituciones tradicionales que nos hicieron grandes, atacar el globalismo ese es un paradigma de la nueva derecha y de Rusia, que defienden la identidad nacional, el patriotismo.
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