Autoridad y límites: ¿por qué los niños de hoy quieren obedecer y los padres no los dejan?

En uno de los primeros capítulos de su curso, el pediatra González pone dos ejemplos claros de cómo los niños de 'ayer' no son tan diferentes de los de 'hoy'. 
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​Una de las historias es de Santa Teresa de Jesús, religiosa tan conocida y venerada en España y Ecuador. Sobre ella, se sabe, según sus memorias, que un día se fugó de casa con su hermanito para buscar a quienes no seguían a Dios. 
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​Así es, se fugó de casa, pero no la metieron en un cuarto a solas ni la sentaron en la silla de pensar, mucho menos la golpearon. Lo hecho por Santa Teresa fue visto como una travesura, dice González, porque en esencia, un niños de dos a siete años hace esto: travesuras. 

​"La gente comprendía antes de que los niños son así y con el tiempo aprenderán, pero ahora todos son problemas de conducta, requiere un diagnóstico, de una pastilla que lo convierta en un niño normal", explica González. 

El español lamenta que el mayor objetivo de los padres actuales y de la sociedad en general sea "conseguir un niño normal (...) Aceptamos que los adultos pueden ser distintos, y no por ello, dejan de ser normales".

• "Cuando llevan el niño al pediatra, preguntan si es normal que se rasque la oreja, es normal que se chupe el dedo, es normal que no coma, y parece que la misión del pediatra es establecer un control de calidad del niño". ​

Uno de los descubrimientos que el pediatra González comparte en sus cursos es que "los padres ya tienen autoridad" por el simple hecho de ser más altos, más fuertes y de más edad que los niños. 

Entonces, él se pregunta, "si ya tenemos autoridad por qué hay tantos padres preocupados porque 'sus hijos no obedecen'". 

La respuesta tiene varias aristas, dice González, y una de ellas radica en que los padres pasan mucho tiempo fuera de casa y alejados de sus hijos.

Piense, por ejemplo, cuántas horas al día trabaja fuera o en el hogar, y luego cuántas horas del 'tiempo libre' se lo dedica a sus hijos para jugar o hacer algo que disfruten. 

En la actualidad, debido a las ajetreadas agendas laborales, hay niños de menos de dos años que ya van a la 'escuela', y otros lo hacen desde los seis meses, e incluso deben comer fuera de casa varias veces a la semana. 

"El no pasar tanto tiempo en casa como antes, pues hace que tengamos menos experiencia y menos práctica como padres", dice González.

La buena noticia es que la autoridad ya viene 'regalada', porque aún cuando estamos ausentes, los hijos nos van a escuchar, obedecer y querer. 

• "Darme cuenta de que mis hijos me van a querer, aunque lo haga mal, fue una pesada capa de responsabilidad. Así que por dignidad propia debería merecer esa autoridad y esforzarme por ser digno de ese amor". 

"No pongas los pies sobre el sofá, o no pises los charcos ni te metas los dedos a la nariz", son algunas de las 'órdenes' que damos a nuestros hijos.
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​"Pero, es que queremos disciplina", dice Sonia Ramos, una madre de familia en Guayaquil, de 30 años, y con una niña de cinco. 
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​Para el pediatra González, muchas veces con tantas órdenes y disciplina de por medio, la vida de los más pequeños en casa acaba "siendo una continua sucesión de gritos, amenazas y castigos". 
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​Esto ocurre porque luego de que el niño no 'obedezca' como el padre lo pide, viene (muchas veces) el grito, y en algunos casos, el castigo. 

En el camino de paternidad o maternidad, y agobiados por las tareas laborales o el afán de 'darles todo', los progenitores nos olvidamos de los momentos realmente importantes y nos enfocamos en "no dejarles pasar ninguna o ponerles límites". 

Pero, existe un problema con esta sucesión de gritos y castigos porque no 'obedecen', la autoridad se desgasta como el dinero que se utiliza en cosas sin sentido. 

Y es que "si te gastas todo el dinero en tonterías para cuando lo necesites realmente no habrá dinero", añade González. 

Es decir, en algún momento de la vida de padres, cuando los hijos sean adolescentes, en unos 15 años o más, necesitaremos esta autoridad regalada, para pedirles por ejemplo, que no beban alcohol y manejen, o que no se unan a una pandilla. 

• "Cuando llegue ese momento en que tengas que ejercer tu autoridad y no ignorar cosas serias, puede que no te quede ninguna, porque te la gastaste diciendo hace 15 años que no se metan los dedos a la nariz". 

De acuerdo con González, no hay nada más feliz para un niño que hacer sentir orgullosos a sus padres, y nada peor, que verlos tristes o enojados.

Es decir, si los niños están deseosos de vernos felices, también nos quieren obedecer, solo que existe un límite: la obediencia absoluta es imposible. 

"Los padres con frecuencia somos víctimas de algunos roles y falacias del racionamiento, como la absurda creencia de que es posible la obediencia absoluta y nadie cree en eso, ni aún las dictaduras", dice González. 

Y partiendo de esto, los padres debemos escoger las batallas a luchar y preguntarnos: ¿qué será más importante en la vida de un niño, que sea un buen amigo, o que deje de moverse en la silla de comer? 

"No tiene sentido subirse por las paredes o preocuparse por que 'nos toman el pelo' y no obedecen", agrega el experto español.  

La última reflexión del pediatra español es una pregunta directa para los padres: ¿Para qué tenemos hijos? 

​"Vas a tener un hijo para sentarlo en la silla de pensar y reñir cuando pise un charco, o no será que tuviste un hijo para ser feliz (...) para abrazarlo, ver sus primeros pasos y palabras", se responde González.

Si pasamos gran parte del tiempo fijándonos en límites y la disciplina, quizás los padres nos perdemos los buenos momentos con los más pequeños del hogar.

Después de todo, recuerda González, nuestra hijos no son malas personas, son solo niños que comenterán errores, pero que con cariño y repetición pueden seguir algunas órdenes y otras, quizás no tanto. 

Además, reitera que nadie 'malcría' a los niños por exceso de cariño, por tomarlos en brazos cuando lo piden o por dejarlos dormir en nuestra cama. 

Al contrario, se malcría a los niños cuando "les compramos todos los juguetes, dulces y les damos un montón de dinero y cosas electrónicas para que no molesten". 

Por ello, la próxima vez que su hijo de tres, cinco o siete llore en casa, no le dé un 'premio' o un caramelo. Mejor siga el consejo de González: 

• "Apaga la televisión, aunque te pierdas el partido y lleva a tu hijo al parque".