Dobles y triples jornadas de trabajo en Estados Unidos: así impacta el 'burnout' a los migrantes ecuatorianos
Pocas horas de sueño y ansiedad creciente: el burnout, o fatiga laboral, es una realidad en los migrantes ecuatorianos en Estados Unidos.

En 2024, 8,43 millones de personas en Estados Unidos tenían dos o más empleos. Un segundo o tercer turno laboral es algo que enfrentan los migrantes y que impacta en su salud mental.
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NUEVA YORK. Manuel se acuesta cuando la ciudad despierta. El ruido del metro es su arrullo y la alarma del teléfono, su verdugo. Entre un turno y otro apenas junta cinco horas de sueño, pero al día siguiente vuelve a empezar. “No me canso de trabajar, me preocupo cuando tengo tiempo libre, porque aún estoy joven”, dice con un humor que no esconde la verdad: vive quemado. El burnout ya no es una “Fancy Word” o palabra elegante, es el pulso cotidiano de miles de migrantes atrapados entre la necesidad de producir, de no perder una oportunidad de ingreso y el temor constante de quemarse.
Según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, a través de su National Center for Health Statistics (NCHS), en 2024 aproximadamente el 12,1 % de los adultos declaró sentirse con ansiedad frecuente y el 4,8 % reportó síntomas depresivos de manera regular. Son cifras de alcance nacional, pero en la población migrante, estas cargas suelen ser más pesadas: las dobles y triples jornadas convierten el cansancio en una constante, más que en un estado pasajero.
A esa presión se suma un dato que retrata la realidad laboral estadounidense. En 2024, 8,43 millones de personas —el 5,2 % de la fuerza ocupada— tenían dos o más empleos, según el Bureau of Labor Statistics. Para muchos migrantes, ese segundo o tercer turno no es una elección de ambición, sino una estrategia de supervivencia: pagar la renta, enviar remesas y saldar deudas sin que el día alcance para todo.
“Lo que vemos es una mezcla de hipervigilancia, culpa y autoexigencia sostenida”, explica Carmen Díaz, quien es psicóloga ecuatoriana y junto a su esposo, tiene una agencia de empleos en Queens. “El resultado es ansiedad: dolores musculares, insomnio, irritabilidad, picos de presión”. El instituto NIOSH, dependiente de los CDC, confirma el patrón: largas horas, cargas pesadas y ritmos frenéticos son factores de riesgo claros para el burnout.
La comunidad latina, y dentro de ella los ecuatorianos, arrastra además una brecha de acceso a la salud mental. La encuesta federal NSDUH 2023 muestra que, aun cuando existen síntomas claros de depresión o ansiedad, una parte significativa de esta población no recibe atención especializada. El estigma, la falta de información y la barrera del idioma refuerzan la tendencia: “No se habla de eso”, dice Margarita, migrante de 42 años que encadena turnos en un restaurante nocturno, atiende una despensa de productos latinos y cuida niños. Confiesa ataques de pánico en el metro, pero nunca buscó terapia. “No tengo seguro; los sicólogos son muy caros, además lo mismo lo puedo hablar con alguna amiga sin pagarle, y si no trabajo, no cobro”.

El burnout y sus límites en el contexto laboral
La OMS lo aclara: el burnout no sustituye diagnósticos como depresión o ansiedad, se limita al contexto laboral. Pero para los migrantes, el trabajo es casi toda la vida: tres empleos, un solo cuerpo, ninguna frontera clara entre jornada y descanso.
Los datos ayudan a dimensionar. Tras la pandemia, tres de cada diez adultos en Estados Unidos reportaron cambios negativos en su salud mental, con disparidades marcadas por edad y nivel de ingresos, según los CDC. Y aunque el discurso cultural insiste en “echarle ganas”, la evidencia es tozuda: turnos largos y nocturnos empeoran la salud.
“La narrativa migrante premia el sacrificio y castiga el descanso. Muchos sienten que si paran traicionan el motivo por el que se fueron: enviar dinero, pagar deudas, levantar una casa. Pero el cuerpo no entiende de remesas: pasa factura igual”.
Carmen Díaz, psicóloga ecuatoriana con una agencia de empleos en Queens, Nueva York
Antonio, 28 años, lo aprendió de golpe. Dormía cuatro horas, trabajaba en construcción y vivía “acelerado todo el tiempo”. Tras un episodio de ansiedad, fue derivado a un grupo de apoyo en español en su iglesia. “No me volví millonario, pero pude volver a respirar”, dice. Lo que marcó la diferencia fue poder hablar en su idioma y encontrar rutinas más humanas. Ahora trabaja repartiendo comida en la mañana y en la noche, en un bar cercano a su casa.
En el mapa del burnout, ciertas profesiones concentran más riesgo: hotelería, sanidad, logística. Pero el denominador común es el ritmo. NIOSH lo advierte desde hace años: cargas intensas, pausas escasas, tareas con poco margen de control, son la receta del agotamiento. Para los migrantes ecuatorianos, esa receta se cocina entre dos fuegos: el salario que no alcanza y la obligación de sostener dos hogares, aquí y allá.
Una brecha de acceso a la salud mental
Cuando el cansancio se convierte en ansiedad, la puerta de entrada al sistema sanitario suele estar cerrada. La encuesta federal de salud mental (NSDUH, 2023) muestra que los hispanos son menos atendidos incluso en episodios graves de depresión. No se trata solo del costo: influye la escasez de servicios en español, el miedo a ser estigmatizado y la desconfianza hacia un sistema que muchos perciben como ajeno. Recursos como la línea nacional de crisis, el 988, existen, pero no forman parte de la rutina migrante. Entre la vergüenza de pedir ayuda y la necesidad de seguir trabajando, la mayoría opta por callar.
Sin embargo, hay iniciativas que funcionan cuando se adaptan: consultas en español, horarios flexibles, acompañamiento comunitario. Programas laborales que incluyen pausas estructuradas o rotación de tareas han demostrado reducir estrés, según guías de NIOSH. En los barrios latinos, las parroquias y asociaciones se convierten en la primera puerta: no son clínicas, pero ofrecen consejería y derivación, y sobre todo confianza.
Manuel no dejó alguno de sus trabajos ni ganó la lotería. Pero aceptó algo que muchos evitan: que su cuerpo estaba enfermando. Así que pidió cambiar un turno nocturno por uno diurno para dormir mejor y todas las semanas dedica al menos una hora, para hacer algo que le guste mucho: “jugar pelota”, otras veces visita a un familiar, o simplemente disfruta una película en su casa. El burnout no desaparece de golpe: se gestiona; como la migración misma: paso a paso, con la certeza de que descansar no es un lujo, sino una forma de cuidarse.
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