El ritmo que suena en Nueva York y Nueva Jersey: “Mientras haya un migrante que quiera recordar, la cumbia ecuatoriana cruzará fronteras”
La música ecuatoriana acompaña a los migrantes como un lazo invisible con su tierra. Sanjuanitos, cumbias y pasillos se cuelan en fiestas, taxis y cocinas de Nueva York y Nueva Jersey.

Imagen de archivo de la banda ecuatoriana 24 de Mayo reunida en Manhattan, antes de un concierto para la comunidad migrante en Nueva York.
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Es el cumpleaños 36 de Cristina, ecuatoriana que vive en Nueva York desde hace casi 16 años. El sonido de un sanjuanito interrumpe la charla, las risas, el grito de niños que mezclan el inglés con el español, las videollamadas con Ecuador. Alguien se pone de pie. Luego otro. En segundos, el salón entero baila. No importa si hay papel picado, platos de hornado o celulares grabando un video para enviarlo a mamá; lo que suena no es solo música: es un recordatorio de quiénes fueron, de dónde vienen y a quiénes aún esperan.
Entre tantas agrupaciones que resuenan en las fiestas de la diáspora, la 24 de Mayo ocupa un lugar entrañable. Nacida hace más de 80 años en Patate, esta banda familiar ha tejido un puente sonoro entre el Ecuador profundo y los barrios migrantes de ciudades como Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut o Madrid. Al frente está Luis Alfredo Punguil Chicaíza, hijo del fundador y actual director, quien no solo heredó partituras y tradiciones, sino también el compromiso de mantener vivas las raíces musicales de su tierra. “Donde hay un ecuatoriano, hay un oído listo para recordar”, dice con la convicción de quien ha visto bailar y llorar a cientos de compatriotas lejos de casa.
Esa convicción también se proyecta hacia el futuro: la banda ha creado un espacio donde jóvenes músicos pueden enviar sus propuestas, ser escuchados y recibir apoyo, como una forma de preservar y renovar el repertorio popular ecuatoriano dentro y fuera del país.
“Cada concierto en el exterior, es una ceremonia emocional” comenta. Hombres que no han vuelto a casa en 30 años se quiebran con 'Collar de lágrimas'. Mujeres tararean entre risas y sollozos 'Pobre corazón'. Y niños nacidos en Estados Unidos, que muchas veces no quieren hablar español, se lanzan a bailar un capisca con la misma naturalidad con la que comen pizza. “La música no tiene idioma ni fronteras”, explica Luis. “Pero cuando estás lejos, lo nuestro se vuelve sagrado”.
24 de Mayo ha logrado lo que pocos: cruzar fronteras. No con campañas de marketing, sino con poder de convocatoria. Y ese poder, dice Luis, lo tiene el migrante. “Ellos son los que moldean las fiestas, los eventos, las giras. Ellos son los que deciden qué se canta en la distancia”. Por eso, la banda ha aprendido a adaptarse sin traicionarse: puede empezar con reguetón, pero siempre termina con un sanjuanito. Porque al final, cuando se baila con los ojos cerrados, lo que se busca no es ritmo: es pertenencia.
Música que nunca envejece

La cumbia, dice Mauricio Luzuriaga, no se hereda por tradición: se graba en el cuerpo. Douglas, repartidor en Nueva Jersey, la escucha mientras maneja. En cada presentación de Don Medardo y sus Players en Estados Unidos, hay abuelos que lloran, padres que cantan desenfrenados y adolescentes que, al principio curiosos, terminan grabando videos para TikTok.
Hay incluso niños que no conocen Ecuador más que por las historias de sus padres, pero que ya reconocen los acordes de 'Solo tú'. “Cada canción tiene una historia en cada ser humano”, dice Mauricio. Y esas historias —de amor, de fiesta, de añoranza— son las que han convertido a esta orquesta, nacida en 1967, en un símbolo sonoro del Ecuador migrante.
Cuando su padre, el maestro Ángel Medardo Luzuriaga, fundó la agrupación, soñaba con que cada ecuatoriano tuviera un disco en casa. “Me acuerdo cuando era niño, le ayudábamos a empacar los discos para enviarlos a Guayaquil, Cuenca, Loja”. Hoy, esa misión sobrevive en sus manos. Ya no se embalan LPs en cajas, ahora se comparten playlists por WhatsApp.
Pero el efecto es el mismo: la música llega donde tiene que llegar. Y a veces, genera confusiones deliciosas. En un restaurante ecuatoriano de Queens, mientras sonaba Don Medardo de fondo, dos compatriotas —uno manaba, el otro serrano— discutían si el maestro era o no de Manabí.
No lo es, la banda nació en Loja, pero el error tiene su razón de ser. Manabí fue una de las provincias que le abrió los brazos a Medardo, y él se los devolvió con cumbias que hoy son himnos: 'Cumbia Chonera', 'La esquina de Pérez' y ese grito impreso en vinilo que no necesita explicación: '¡Viva Manabí, carajo!'
Aunque reconoce que la industria discográfica fue clave en sus inicios, Luzuriaga es claro: la verdadera fuerza viene de la migración. “Ellos son los que abren las puertas”. Padres que crecieron con Medardo ahora enseñan esas canciones a sus hijos, que las cantan —aunque sea con acento extranjero, como si les pertenecieran desde siempre. La cumbia, en sus palabras, “Es más que una moda. Es cultura viva”.
En cada gira, Mauricio ve cómo ese legado sigue latiendo. “La cumbia es un ritmo ancestral… eso no va a cambiar nunca”. Y remata con convicción: “Mientras exista un migrante que quiera recordar, la cumbia ecuatoriana seguirá cruzando fronteras”
La alegría que abre brechas generacionales

Si la nostalgia fuera un género musical, los conciertos de Chaucha Kings sonarían a carcajadas con fondo de quena, esa flauta andina de timbre melancólico que parece hecha para cantar el desarraigo. “La migración hace que valores más lo que antes dabas por sentado: la comida, la casa, la música”, reflexiona Hugo Ferro, vocalista de la banda.
Agrega que en cada presentación dentro del circuito migrante: desde Flushing Park hasta una discoteca en Elizabeth, New Jersey, el público no solo baila. Escucha, observa, se conmueve. “Me doy cuenta cuando me miran a los ojos desde la primera fila, y sé que no están solo divirtiéndose, están recordando”. Es ese tipo de conexión emocional la que transforma un show en un ritual de pertenencia.
Chaucha Kings mezcla humor, folclor y crítica social sin pedir permiso. Pero fuera del Ecuador, esa mezcla provoca algo más: una especie de espejo emocional donde el migrante se reconoce. Hugo lo explica así: “Lo que en Ecuador puede pasar desapercibido, afuera es un tesoro”. El detalle más mínimo —un gesto, una palabra, un ritmo— se convierte en un lazo con la identidad.
Canciones como 'Lejos de aquí', que habla sin rodeos del dolor de dejarlo todo atrás, hacen de cada presentación un refugio emocional. Y el público lo agradece con entradas compradas sin dudar, CDs conservados como tesoros, o mensajes que llegan desde Chicago, Los Ángeles o Madrid diciendo: “Tu música me hace sentir en casa”.
Además de sus conciertos, Chaucha Kings apuesta por los jóvenes. Hugo habla con entusiasmo del semillero musical que impulsa la banda. “Ahí hay una posibilidad tremenda”, dice, pensando en cómo llegar a las nuevas generaciones de ecuatorianos nacidos en el exterior. “Si nuestra herencia musical, viene de la voz de alguien de su edad, con un beat moderno, la conexión podría renacer desde otro lugar”. La música, al final, también sabe hablar en varios idiomas.
Cuando le preguntan cómo quisiera que se recuerde el legado de Chaucha Kings en la migración ecuatoriana, Hugo sonríe. “Que digan: ‘ellos eran un pedacito del terruño’. Solo eso”. Su respuesta parece sencilla, pero encierra todo: la música no solo entretiene, también sostiene. Y en un mundo donde muchos ecuatorianos no pueden volver, al menos no de inmediato, escuchar una canción que hable como su madre, que suene como su barrio, que los mire como ellos miran al escenario, es una forma de regresar sin moverse del lugar.
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