Un respiro económico; subsidios y fundaciones pueden rebajar costo de guarderías para hijos de migrantes en Nueva York
El costo anual de las guarderías en Nueva York puede ser casi la mitad del salario de un migrante. Las familias pueden tener ayudas con fundaciones especializadas.

Niños participan en actividades recreativas y de aprendizaje en Burbujas Daycare, una guardería en Nueva York, ubicada en Queens.
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK. Con el curso ya en marcha, las aulas de Estados Unidos vuelven a llenarse de mochilas, loncheras y nombres nuevos escritos en membretes. Para muchas madres migrantes ecuatorianas, ese regreso a clases marca algo más que el inicio del otoño: es el comienzo de una rutina distinta, una búsqueda constante por equilibrar el trabajo, los hijos y los sueños que las trajeron hasta aquí.
Aunque el regreso a clases trae cierto respiro, el equilibrio económico sigue siendo frágil. Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), el cuidado infantil se considera “asequible” solo si no supera el 7 % del ingreso familiar. Pero las cifras rara vez encajan con esa medida. La organización First Five Years Fund calcula que en Nueva Jersey el costo típico anual del cuidado infantil es de USD 19.600. En Nueva York, un informe del Contralor de la Ciudad eleva la cifra hasta USD 21.000 dólares. “Con eso pago el año entero en la universidad de mi hijo en Riobamba”, comenta Carla, una ecuatoriana que vive en Queens. Su comparación resume el contraste entre dos mundos: en Estados Unidos, dejar a un niño en la guardería puede costar lo mismo que estudiar una carrera universitaria en Ecuador.
Para Malena, madre de dos pequeños en Newark, la situación también raya en lo imposible. Gana poco más de USD 35.000 al año limpiando casas y, tras recorrer varias guarderías, comprobó que tendría que destinar casi la mitad de su salario solo para cuidar a sus hijos. “No es que no quiera pagar —dice—, es que los números no dan”. Intentó solicitar ayuda estatal a través del programa Child Care Assistance Program (CCAP), pero le exigieron demostrar empleo formal. “Mis clientas no me dan rol de pago; sin papeles, no hay subsidio.” Desde entonces, le paga a una vecina 20 dólares por cuatro horas para que los vigile mientras trabaja.
Mientras tanto, otras madres, aunque tienen papeles y empleos formales, enfrentan obstáculos distintos. Verónica, residente legal en Queens, consiguió que su hijo de cinco años ingrese en un programa público de jornada extendida (after-school). “Me salvó la vida”, dice entre risas. “Ahora puedo trabajar sin salir corriendo a las tres de la tarde.” Pero la tranquilidad nunca es completa. Algunas tardes, el niño sale con fiebre o se queda dormido antes de que ella llegue. Otras veces, simplemente le pesa no poder estar presente. “No es el cansancio físico —explica—, es no verlo crecer. Paso más tiempo en el trabajo que con él.” El cuidado está cubierto, pero el costo emocional persiste.

Fundaciones, ayudas y subsidios
Ante esa realidad, las fundaciones locales se vuelven aliadas esenciales. La Casa de Don Pedro, en Nueva Jersey, ofrece programas de after-school y talleres de apoyo para niños de familias migrantes, con tarifas reducidas y cupos que se agotan rápido. En el vecino estado de Nueva York, los programas de subsidio —como el Child Care Assistance Program (CCAP) administrado por el Office of Children and Family Services (OCFS)— cubren parte del gasto, según el ingreso familiar y el condado de residencia. Sin embargo, muchas madres deben ajustar sus turnos o reducir su jornada para coincidir con los horarios disponibles en las guarderías.
Es un sistema que combina esfuerzo personal con requisitos. Lo explica María Belén González, propietaria de una guardería en Nueva York: “El daycare tiene una tarifa directa para los padres, pero también se puede aplicar a un subsidio estatal a través de una red autorizada: los padres llenan formularios, entregan documentos y, tras la revisión, pueden recibir una aprobación parcial. La tercera opción es mediante un voucher, que cubre la totalidad del servicio, pero ese trámite debe hacerse directamente con el Estado de Nueva York.”
Entre el cuidado y el retorno laboral
Para muchas madres migrantes, el regreso a clases no solo marca el inicio del año escolar, sino también el intento de reordenar la vida. Con los niños en la escuela, algunas retoman empleos que habían pausado; otras amplían horarios o buscan nuevos trabajos. Pero el equilibrio sigue siendo delicado.
“Las dificultades para acceder a guarderías o programas subvencionados no solo retrasan el regreso al mercado laboral, también frenan el crecimiento profesional de muchas mujeres. Cada año que reducen jornada o dejan de trabajar implica menos experiencia y menos oportunidades".
Pamela Pérez, socióloga
A esos costos visibles —guardería, transporte, copagos— se suman los invisibles: certificados médicos, traducciones, uniformes, días libres cuando los niños se enferman o feriados escolares que no coinciden con los del trabajo. María, otra madre ecuatoriana, lo dice con crudeza: “Si el niño se enferma o hay feriado, pierdes el día. Y si pierdes el día, el empleador no te espera.”
Aun así, muchas madres ven en el regreso a clases una oportunidad de reorganizar su vida. Algunas logran ampliar sus horarios laborales; otras simplemente recuperan unas horas de paz para aliviar el día a día. Para todas, septiembre —aunque ya haya quedado atrás— se convierte en un umbral: el momento en el que deben decidir si avanzar o resistir.
Cuando suena el timbre del primer día de clases, también se reactiva una esperanza: la de que sus hijos crezcan sin las mismas barreras que ellas enfrentaron. Como dice Verónica, mientras sube al autobús rumbo a casa: “A veces pienso que la escuela empieza para ellos… y otra jornada empieza para nosotras.”
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