Másters, políglotas y con pocas oportunidades en Ecuador: Migrantes se mudaron a Estados Unidos con sus visas de turismo, cansados de las dificultades
Él tiene dos maestrías. Ella sabe español, inglés y francés. Son dos historias y una misma realidad: la de ecuatorianos que decidieron viajar a los Estados Unidos y dejar su país que, aseguran, no da oportunidades ni seguridad. Ahora trabajan en oficios sacrificados, pero con los que logran tener buenos ingresos.

Alex tiene dos maestrías y decidió dejar Ecuador para migrar a Estados Unidos. Actualmente trabaja en Nueva York como repartidor de comida, aunque está decidido a validar sus títulos.
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK. En una esquina de Queens, Alex se ajusta la gorra antes de subirse al auto para repartir un pedido. Nadie imaginaría que, en Ecuador, fue profesor universitario, con dos maestrías y una carrera académica que le daba prestigio y estabilidad. Salió del país hace menos de un año, no por aventura, sino por necesidad: buscaba mejores ingresos para pagar deudas y sostener a su familia.
La llegada a Estados Unidos fue un choque. Sus títulos, cuidadosamente enmarcados en Ecuador, aquí son todavía papeles sin valor práctico: no ha podido homologarlos y, además, tropieza con la barrera del idioma. Se propuso entrar en el mundo de las ventas, convencido de que su formación y su disciplina le abrirían el camino. Pero vender equipos de purificación por comisión no resultó tan sencillo como había imaginado.
Lejos de rendirse, encadenó trabajos. A veces se convierte en lo que él mismo, con una sonrisa, traduce como “un hombre para todo”: instala muebles que la gente compra online en tiendas como Home Depot, pinta una pared, repara un grifo. “Handyman”, le dicen aquí, un oficio que él relata con ironía y respeto, como si se tratara de un título improvisado que se suma a sus posgrados.
En otros días recorre Queens y Brooklyn en auto, entregando comida. No siente vergüenza: al contrario, asegura que será temporal, porque conoce su potencial. “Sé lo que valgo, sé lo que puedo aportar”, dice, con la convicción de quien ya enfrentó aulas llenas de estudiantes y proyectos académicos.

La historia de Alex es la de miles de ecuatorianos que llegan con formación y experiencia profesional, pero se estrellan con un muro invisible: el de la legalidad, el reconocimiento laboral y las barreras del idioma. Técnicamente, cualquier migrante puede pagar para validar un título en Estados Unidos, pero la realidad es que para ejercer en puestos profesionales se requiere algo más: un permiso de trabajo que abra la puerta a esas credenciales. Sin él, los diplomas terminan guardados en un sobre, esperando un futuro distinto.
Soledad lo sabe bien. Guayaquileña, estudió en una universidad de prestigio y recorrió más de una docena de países antes de aterrizar en Nueva York. Habla inglés, francés y español, pero su poliglotismo no es suficiente para traspasar el candado del sistema. Trabaja como mesera en un restaurante del Bronx. “No me quejo, gano bien”, dice; pero en sus palabras hay un eco de frustración: no es el dinero, es la sensación de estar por debajo de lo que tanto esfuerzo le permitió alcanzar.
¿Cómo se siente un profesional al enfrentar esta contradicción? La socióloga Pamela Pérez lo resume así: “Es un choque identitario. No se trata solo de un cambio de oficio, sino de un desajuste entre lo que uno es y lo que puede ejercer. Esa brecha podría minar la autoestima y generar la sensación de vivir en pausa”.
Esa misma herida se refleja en el testimonio de Soledad, quien admite: “La frustración no es por el trabajo, sino por la distancia entre lo que sé hacer y lo que termino haciendo”. Para algunos, además, el idioma se vuelve otra frontera: explicar en inglés una carrera universitaria, una tesis, una experiencia laboral, puede sonar tan lejano como si se hablara de otra vida.
"La frustración no es por el trabajo, sino por la distancia entre lo que sé hacer y lo que termino haciendo”.
Soledad, migrante guayaquileña en Nueva York
En Nueva Jersey, una pareja de contadores vive esa transformación silenciosa. En Ecuador manejaban balances, auditorías y equipos de oficina. Hoy, él conduce largas horas prestando una cuenta para repartir comida. Cinthya hace demos para una empresa que distribuye productos ecuatorianos y cuida niños en una casa donde se mezcla el ruido de juguetes con la nostalgia de lo que dejó atrás. “Es trabajo honrado”, repiten, pero saben que su verdadera vocación quedó atrapada al otro lado de la frontera.

El costo emocional es alto. No se trata de despreciar el trabajo que hoy realizan, sino de reconocer el vacío que sienten al no ejercer aquello para lo que se prepararon durante años. La sensación de estar atrapados en una vida “provisional” que se vuelve permanente los acompaña todos los días.
Validación de títulos en Estados Unidos: un trámite posible, pero complicado
El camino de la validación de títulos en Estados Unidos existe, “pero no es sencillo” admite Cinthya. Según datos de la National Association of Credential Evaluation Services (NACES) y de agencias acreditadas como World Education Services (WES) y Educational Credential Evaluators (ECE), el proceso para validar un título universitario en Estados Unidos exige pasos concretos: elegir una agencia privada autorizada, enviar el título y las notas traducidas oficialmente al inglés, pagar tarifas que oscilan entre 150 y 300 dólares, y finalmente recibir un informe que indica el equivalente del título dentro del sistema educativo estadounidense.
Ese documento puede ser útil para aplicar a estudios de posgrado o a empleos profesionales. Pero sin estatus migratorio regular y sin permiso de trabajo, las empresas no pueden contratar legalmente, y las universidades difícilmente aceptan la inscripción sin visa de estudiante. “Allí está el Embudo: no es que el título no valga, es que la legalidad se convierte en la llave que falta para abrir la puerta” concluye una colaboradora de la Fundación ActionNYC, Programa que ofrece ayuda gratuita y confidencial para los diferentes trámites migratorios.
"No es que el título no valga, es que la legalidad se convierte en la llave que falta para abrir la puerta".
Colaboradora de la Fundación ActionNYC, programa que ofrece ayuda gratuita y confidencial para los diferentes trámites migratorios.
Volver a Ecuador, por la inseguridad, no es una opción
Lo paradójico es que quedarse no siempre es una elección, sino un dilema. Muchos ecuatorianos afirman que, a pesar de los trabajos que no corresponden a sus aspiraciones, volver no es opción: la inseguridad en Ecuador crece, el mercado laboral se achica y la violencia se ha convertido en una amenaza cotidiana. El “sueño americano” ya no se mide solo en prosperidad económica, sino también en la posibilidad de criar a los hijos lejos del miedo.
Los números lo reflejan: cerca de medio millón de ecuatorianos viven hoy en Estados Unidos, concentrados en Nueva York y Nueva Jersey. En barrios de Queens, Newark o Paterson, forman comunidades sólidas que sostienen no solo la economía local con su trabajo, sino también la ecuatoriana con las remesas enviadas religiosamente cada mes. Según el Banco Central del Ecuador, estas transferencias superan los 5.000 millones de dólares anuales, un salvavidas para miles de familias en el país andino.
Pese a todo, muchos encuentran en la resiliencia un modo de resistir. “Yo siempre digo: esto es temporal”, comenta Soledad, como si esa frase fuera un amuleto. Alex, en cambio, asegura que no tiene miedo de empezar de nuevo. Su sueño es alcanzar un empleo estable, aunque eso implique volver a estudiar desde cero y aprender todo otra vez. Con dos maestrías en el bolsillo y la experiencia de haber sido profesor universitario, confía en que tarde o temprano podrá abrirse paso en su campo. Y la pareja de contadores insiste en que, aunque los números quedaron en el pasado, mantienen viva la esperanza de que sus hijos puedan ejercer las profesiones que ellos no pudieron.
Quizá esa sea la mayor lección de estas historias: no se trata de trabajos “menos dignos”, sino de vidas que se reinventan en un contexto adverso. Y aunque la frustración pese, también hay orgullo: el de sobrevivir, sostener a las familias y abrir camino a quienes vendrán después.
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