Entre Ríos, un 'pueblo fantasma' por el olvido estatal en Santa Elena
De las 150 familias que originalmente vivían en Entre Ríos, parroquia rural de Atahualpa, en Santa Elena, ahora solo quedan tres. Sus habitantes ruegan, en la única iglesia que quedó en pie, que las autoridades locales y de gobierno atiendan sus necesidades.

Entre Ríos, parroquia rural de Atahualpa, en Santa Elena, se queda sin habitantes por falta de atención estatal.
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Redacción Primicias
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En la parroquia rural de Atahualpa, cantón Santa Elena, se encuentra Entre Ríos, un pequeño pueblo que en 1830 albergaba unas 120 familias a orillas del río. Hoy, el paso del tiempo y el abandono han reducido este lugar a apenas cinco casas de caña y madera, con más de un siglo de antigüedad, que se desvanecen en el silencio y el olvido.
La ausencia de servicios básicos y las escasas oportunidades de desarrollo han empujado al 99% de sus habitantes a abandonar sus hogares en busca de una vida mejor.
“La mayoría se fue para otros cantones, también para Guayaquil y Quito, porque aquí no había obras y la vida se ponía cada vez más difícil”.
Carlos Alberto Rivera Muñoz, habitante de Entre Ríos.
Carlos Alberto Rivera recuerda con nostalgia cuando la comunidad vivía de la agricultura y el trueque con trabajadores del campamento El Tigre, una dependencia petrolera ligada al gremio minero de Cautivo, ubicada en lo que hoy es la vía a la comuna de Atahualpa.
“Los trabajadores venían al recinto a comprar leche, pan, comida de primera necesidad”, relata. Sin embargo, la falta de agua potable y energía eléctrica, que recién llegó en 2007 con el tendido de redes, llevó a muchos a emigrar.
Para abastecerse de agua, los pocos lugareños dependen de una cisterna de 12 metros cúbicos, construida en 2000, que solo les dura dos semanas. “No nos alcanza, y para llenarla otra vez, toca pagar tanqueros”, explica Rivera, evidenciando las dificultades diarias que enfrentan.

Un pueblo que no pierde la fe
A pesar de que solo quedan tres familias, la fe católica sigue siendo el corazón de Entre Ríos. Los habitantes formaron el Comité Pro-mejoras Virgen de Fátima, que, con apoyo del GAD Parroquial y la empresa Pacipetrol, ha mantenido en pie la única construcción de bloque y cemento del lugar: la capilla Virgen de Fátima. Este templo, donde se celebra una misa mensual oficiada por el párroco de Atahualpa, reúne a exmoradores que regresan para conectarse con su fe y su tierra.
“Entré aquí en 1998 por mi esposa, que es de este sector. La capilla era un ranchito de 4x4 que se caía a pedazos, cerrada por 25 años”, cuenta Ermijos Balón Martínez, un vecino que, junto a su esposa, impulsó la creación de una directiva con habitantes de la zona y comunidades cercanas para remodelar el templo, dando la imagen que hoy conserva. Sin embargo, la desatención persiste.

“Las autoridades piensan que aquí no hay votos, por eso ni nos escuchan”.
Ermijos Balón Martínez, habitante de Entre Ríos.
Las vías de acceso, de tierra y rodeadas de hierbas y polvo, agravan los problemas de salud de los habitantes. "Mi esposo se enfermó de los pulmones por las condiciones tan duras. Ahora está con unos familiares en Anconcito, y yo voy a verlo en las tardes", relata Beatriz Vera, una mujer de la tercera edad que vive sola en una de las casas de caña centenarias. “Esta casa era de mi mamá y por eso sigo aquí, cuidando mis tierras y mis raíces”, afirma con orgullo.
Al igual que los Vera, la familia Clemente se dedica a la crianza de cerdos, gallinas y chivos, que luego venden en distintos puntos de la provincia de Santa Elena.

"Acá no llegan los ladrones"
Estas familias piden a las autoridades ser consideradas en proyectos como la creación de una casa de retiro, aprovechando la paz y el silencio que aún ofrece Entre Ríos, considerado por sus habitantes un oasis perdido de la península. “Aquí no hay robos ni muertes violentas, somos tres familias que nos ayudamos entre todos”, asegura doña Beatriz.
Aunque algunos han mostrado interés en usar este lugar para retiros, la falta de infraestructura, como hospedaje, los disuade. Durante las misas mensuales, los exmoradores regresan con sus familias y han improvisado un área recreativa con dos columpios para los niños, pero sueñan con un parque que dé vida al lugar.

A pesar del abandono institucional y las penurias diarias, estas familias persisten en cuidar su legado, con la esperanza de que el silencio de su tierra se transforme en oportunidades.
“Esto es un llamado a las autoridades y a la sociedad para que no olviden que, incluso en los rincones más pequeños, late el corazón de una comunidad que merece ser escuchada”, afirma Beatriz Clemente, una abuelita que lleva en su voz el orgullo de su pueblo.
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