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El Chef de la Política

Confianza, valor supremo

Santiago Basabe

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip)

Actualizada:

26 dic 2021 - 19:03

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La confianza es el valor supremo de la convivencia social. A partir de ella es posible establecer estructuras sociales más solidarias, vínculos familiares más sólidos, relaciones laborales más productivas y, en definitiva, generar progreso material e inmaterial.

Con confianza, todo. Sin confianza, el caos. Por la confianza que tengo en ti, aumenta mi esperanza de que lo que me dices es cierto, de que lo que me ofreces a futuro se cumplirá, de que lo que me pides en préstamo me lo devolverás.

Por la confianza que tengo espero que, si dejo olvidado algo, nadie lo tomará o si lo hace será para devolverlo. Por la confianza asumo que tú y yo somos iguales, nos observamos como iguales; y, como consecuencia de ello, podemos emprender en un proyecto en conjunto.

A medida que aumenta mi confianza en ti estoy más seguro de mí mismo y de mi rol en una estructura social determinada. Los grandes de la sociología, Weber, Durkheim y Marx hablaron ya, desde sus particulares perspectivas teóricas, del papel de la confianza en la dinámica de las sociedades.

La confianza interpersonal, que es a la que me refiero, es el mejor termómetro de una sociedad en particular.

Más que cualquier otro indicador, conocer en qué medida los ciudadanos creen en sus pares, da cuenta de cuál es el estado de la economía, la política y de las diferentes estructuras de relacionamiento social.

Dicho de otro modo, en los países en los que este valor se encuentra más sedimentado en el tejido social, las relaciones económicas son más fluidas, la política genera mayores rendimientos; y, en definitiva, la sociedad funciona mejor.

Desde otra perspectiva, la mayor confianza interpersonal suele asociarse también con sociedades en las que las brechas en la distribución de los ingresos son menores y las diferencias étnicas, sexuales y de otras vertientes, han sido resueltas de mejor forma.

Por tanto, de la confianza entre pares al posicionamiento de la tolerancia social hay un solo paso. Como corolario de lo dicho, a mayor confianza entre los ciudadanos, siguen sociedades más libres, equitativas y solidarias.

América Latina es la región del mundo en la que la confianza inter pares está en los niveles más bajos.

Dentro de esta parte del continente, Ecuador ocupa una posición incómoda pues, junto a Brasil, Venezuela, Nicaragua y Paraguay, se sitúa entre los países en los que los ciudadanos confían menos en sus pares.

En efecto, de acuerdo con los datos proporcionados por la firma Latinobarómetro, en nuestro país la palabra del 'otro' vale poco, los acuerdos propician apenas una vaga esperanza sobre su efectivo cumplimiento y, en definitiva, la sociedad ecuatoriana vive en zozobra, temerosa, alerta.

Apenas el 9,70% de los ecuatorianos y ecuatorianas encuestadas señalan que confían en la mayoría de las personas. Lapidario escenario.

El escenario descrito se torna aún más lapidario cuando se observa la trayectoria asumida por el país a lo largo de los últimos 25 años.

Durante este lapso de tiempo, en 2020 registramos el porcentaje más bajo de confianza interpersonal desde 1996.

En otras palabras, cada vez somos más hobbesianos, cada vez somos más depredadores de nuestro entorno social, cada vez asumimos con mayor certidumbre que la posibilidad de generar una sociedad estructurada alrededor de valores no es nuestro destino.

En clave sociológica, cada vez nos acercamos más a lo que Durkheim -aunque posteriormente también Talcot Parsons o Robert Merton discutieron sobre este concepto- denominó como sociedades anómicas; vale decir, grupos humanos en los que los vínculos sociales se debilitan de forma tal que el conjunto pierde la fuerza para integrarse y a la vez regularse adecuadamente.

Sin embargo, y como lo demuestran los datos de Latinobarómetro, esta realidad no siempre fue así. En 2008, por ejemplo, Ecuador se situó en el segundo lugar de América Latina en cuanto a confianza interpersonal (35,70%) por detrás solamente de República Dominicana (37%).

Aunque en los años posteriores los valores empezaron a decrecer, lo observado en 2020 debería llamarnos a una reflexión profunda.

Si bien no se puede dejar de lado el hecho que la confianza interpersonal está correlacionada con la credibilidad que nos genera el rendimiento de las instituciones políticas, como el Ejecutivo, la legislatura o el Poder Judicial, es posible desde la ciudadanía dar pasos para evitar caer en el caos social al que estamos enrumbándonos.

La asociación cívica, con cualquier tipo de fin lícito, espontánea, sin demandar nada al Estado que no sea respeto a la libertad de reunión, es una de las salidas.

La organización ciudadana alrededor de un oficio compartido, del deporte que nos apasiona, de la expresión artística que nos transforma, de la profesión que amamos o de la simple vocación de buscar espacios en los que se pueda hacer el bien por el bien mismo, son formas de estructurar el tejido social que permiten no solo afianzar los lazos interpersonales sino, además, empujar las estructuras macro hacia mejores desempeños en lo económico o lo político.

Allí, en la capacidad de asociación ciudadana, está una salida frente a una realidad que pronto nos constituirá en un grupo humano en el que los antivalores reinen y la desconfianza haga presa de todos.

En ese escenario, solo la violencia prima y la lucha descarnada de todos contra todos es el lema.

Fomentar la asociación cívica, la del barrio, la del comerciante, la del obrero, la del profesional, la del artista o simplemente la del ciudadano que se reúne con quienes comparte intereses, puede ayudar a poner un punto de quiebre al deterioro social que ahora mismo atraviesa el país.

La otra salida, no excluyente, está en la capacidad de nuestros actores políticos para llegar a acuerdos que permitan devolver la credibilidad de las instituciones públicas y, de esa forma, propiciar un escenario de mayor confianza entre la ciudadanía.

Como esta opción cada vez se ve más distante, tomar partido por la asociación ciudadana es lo que se puede hacer en el corto plazo, sin mediación alguna de las instituciones del Estado y con resultados más eficientes.

Si esperamos a que los políticos hagan su parte, el caos y la inseguridad generalizada nos colocarán cada vez más cerca del reino de la irracionalidad.

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