Aquaman 2: cuatro razones para ver la última película del Universo Extendido de DC

La película es dirigida por James Wan, el australiano-malayo que creó 'Saw'. Pero, en esta ocasión, no armó un despelote sangriento como en su saga de terror, sino que optó por hacer de este Aquaman un personaje más liviano del que podría esperarse de alguien  abrumado por la paternidad y el peso del poder. Digerible y con énfasis en la acción y la aventura, resulta un producto más cercano a Indiana Jones que al solemnne 'El hombre de acero', de 2013, que dio inicio a este universo.

Bueno, en realidad las películas en que los hermanos son rivales abundan. Desde los bíblicos Caín y Abel, eso pasó siempre. Pero, en esta ocasión, se nota que la relación entre Thor y Loki, de Marvel, es la inspiración para que Aquaman y Orm desarrollen la suya, en una alianza para detener al villano estelar, el vengativo Black Manta. Las bromas y la química entre los actores Jason Momoa y Patrick Wilson funcionan muy bien y aportan los mejores chistes de la función.

Diseñar todo un mundo acuático ya fue una tarea enorme en la primera película de Aquaman. Atlantis es para DC como Wakanda para Marvel, una nación tecnológica pero recelosa y escondida. Aquí, se agregan más detalles a los aparatos, los trajes, las armas y los escenarios. Las escenas de acción son claras y editadas para seguirlas sin confusión. El traje de Black Manta quedó muy bien logrado. Hay problemas con las leyes de la física debajo del agua, pero en general todo el apartado técnico es apreciable.

Pese a la aparente superficialidad de la trama, impulsada por la demente venganza que Black Manta desea conseguir, hay temas más profundos, como el mal uso de los combustibles, el calentamiento global y la necesidad de perdonar. Por supuesto, aquí prima la acción y Aquaman debe resolverlo todo a tridentazos, pero hay condumio y, de paso, el protagonista sale mejor de lo que entra, y mejorar desde adentro es un requisito para ser superhéroe.