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De la Vida Real

El café: un descubrimiento

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

09 oct 2023 - 05:57

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Siempre me he sentido rara por no ser amante del café. Todos a mi alrededor aman el café y comentan sobre el delicioso café que compraron o que tomaron. Lo primero que me preguntan cuando me ven es: "¿Quieres una tacita de café?". Por educación acepto, porque tampoco es algo que me desagrade. Y ahí estoy yo, con la taza llena de café, pidiendo un poquito de leche y otro poquito de azúcar. Ni por más educación acepto el café puro, que me sabe feísimo.

La gente amante del café no me entiende, ni yo les entiendo a ellos. Pero disfrutamos de un momento agradable, porque el café está en todo: en las primeras citas, en las reuniones de trabajo, después del almuerzo, luego de la cena. Siempre la tacita de café está presente. Igual cuando me reúno por las tardes con mis amigas, lo primero que dicen es "vamos a tomar un cafecito".

Y yo me pregunto: ¿Qué tiene de especial esta bebida amarga que hace que todos caigan envueltos en su hechizo?

Así que decidí darle una oportunidad al café y acepté ir a una cata por los 15 años de JV en el Ecuador. Sí, una cata de café para ver si así podía entender algo de este mundo tan desconocido para mí. Y fue una experiencia cheverísima. Primero, porque estuve rodeada de influencers que se tomaban fotos, hacían transmisiones en vivo en sus redes sociales, conversaban entre sí y no paraban de tomarse selfies.

Y, por otro lado, también estaba rodeada de personas que hablaban sobre las "notas de caramelo" y los "aromas florales" del café. Me sentí en medio de dos mundos que no entendía bien, pero tampoco me eran del todo desconocidos.

Me senté en una especie de graderío para observar y aprender. Nos pasaron en unos vasitos chiquitos unos cafés molidos. Teníamos que identificar su aroma e intensidad. Y fue una forma muy chévere de interactuar entre los invitados, porque comentábamos entre nosotros a qué nos olía el vasito que nos tocó. Por ejemplo, yo no identifiqué un olor específico. No pasé la prueba (entre risas dije que me quedé para supletorios). Me parecieron fuertísimos todos. El barista insistía en que identificáramos el aroma.

Hasta el miércoles pasado pensaba que los baristas eran solo los que decoraban la taza de café con espuma y canela haciendo figuritas decorativas. Pero no. Han sido todos unos profesionales en la materia. Saben cómo hay que pasar el café, conocen sobre su densidad, humedad y la técnica del tostado. Resulta que son fundamentales en el mundo cafetero.

El barista nos explicó cómo cada grano de café tiene su propia personalidad influenciada por el lugar de cultivo. Nos enseñó a oler el café, a saborearlo, a dejar que sus sabores llenaran nuestra boca antes de tragarlo. Y por primera vez comencé a entender este fascinante mundo.

Nos dijo: "¿Sabían que el café tiene más de 800 compuestos aromáticos? Huelan el café. No tengan miedo de meter la nariz. Inhalen profundamente. ¿Huelen a cítrico, o chocolate, o tal vez a frutas? Cada grano de café puede tener un aroma único, dependiendo de dónde venga y cómo se haya tostado".

Ahora, el momento que todos esperamos: ¡A probar! "Pero no se lo traguen inmediatamente. Dejen que el café recorra su lengua para que puedan percibir todos sus sabores. ¿Es dulce, amargo, ácido? ¿Tiene un sabor persistente o se desvanece rápidamente?"

Ahí entendí que el café no es solo una bebida. Es una experiencia. Es una historia contada a través de sabores y aromas. Y aunque todavía prefiero mi café con leche y azúcar, ahora puedo entender el arte y la ciencia que existe detrás de cada taza de café.

Y la próxima vez que alguien me invite a tomar uno, aceptaré con conocimiento de causa. No porque me encante, sino porque ahora entiendo lo que significa para los demás toda la magia que provoca esta bebida en las personas.

Hoy en la mañana, cuando hice mi cafecito pasado por la prensa francesa, tuve un diálogo profundo conmigo misma: "¿Qué color tiene? ¿De dónde será?". Vi la bolsa de café y era de Colombia. ¿Será de altura? Lo olí. Me olió a café. Lo probé. Me supo amargo. Le puse un poco de leche, azúcar, lo calenté un poco más porque con tanto cuestionamiento se enfrió. Y el café me supo a gloria. Al pan le puse mantequilla y un poco de mermelada. Y así desayuné sola, disfrutando cada bocado que entraba a mi boca, una mezcla de sabores únicos.

Total, el café se toma solo o acompañado, pero lo importante es que quien lo toma lo disfrute.

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