Domingo, 05 de mayo de 2024
De la Vida Real

Entre el ruido del mar y el murmullo del miedo

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

31 Jul 2023 - 5:57

Es un pueblo detenido en el tiempo. Es un pueblo tranquilo. Es un pueblo de gente feliz.

Dicen que un día, en el parque donde juegan los niños, hubo un tiroteo. Dicen que fue ajuste de cuentas y dicen también que los sicarios se equivocaron de chicos.

Dicen, porque no existe un reporte de los hechos, que en la tarde estaban jugando mini fútbol cuando llegaron dos sujetos en moto y abrieron fuego. Otros cuentan que los disparos salieron desde un carro. Pero todos coinciden en que fue una escena de terror, que hubo gritos y llantos. Dos funerales al día siguiente. Dicen que es la segunda vez que algo así pasa.

Cuentan que la primera vez fue hace más de un año, cuando mataron a un señor que estaba parado en una tienda. El pueblo se espantó, pero siguió como si no hubiese pasado nada. 

Esta vez también, el pueblo siguió y el chisme se corrió. Los pescadores a las 06:00 salieron a alta mar a pescar.

Es un pueblo tranquilo. Es un pueblo donde los viejos se reúnen por las tardes a jugar barajas o dominó. Los jóvenes sacan sus parlantes a las calles y ponen música. Es un pueblo que se mueve al ritmo del mar. A veces se agita y otras se calma. Es un pueblo que se quedó en el olvido.

El mar lo observa como un gigante cansado –lleva las olas y trae rugidos–. Dicen que los pescadores se han cansado de la pobreza y ahora hacen "la vuelta", llevan droga por el mar. Dicen, porque a nadie le consta, porque nadie ve, porque a nadie le interesa hablar de a quién le propusieron hacer el mandado, pero todos saben que ahora ese pescador tiene una casa grande, dos motos, tres televisores y es dueño de más de un solar.

El pueblo sigue su ritmo, sigue al ritmo del mar. Y dicen que, al día siguiente del tiroteo, un chico entró a robar a la casa de un viejo. El viejo lo vio, sacó su machete y le cortó la mano. Al joven nadie lo ayudó, y corrió por todo el pueblo con la mano guindada, y la sangre delató su paradero. Dicen que el pueblo salió a lincharlo, y el chico malherido entró a esconderse en la escuela. Los niños gritaron, las profesoras se asustaron y la policía, dicen, jamás llegó.

Cuentan que al día siguiente, el pueblo vivió el terror. El chisme corrió. Las mujeres que trabajan, en los departamentos donde la gente de la capital va a vacacionar, les contaron a sus patrones el horror. Nadie vio nada, a nadie le consta nada, pero todos saben parte de la historia distorsionada.

Nosotros estábamos paseando por el malecón, nunca nos enteramos de los hechos, sino hasta la tarde que quisimos volver a tomar fotos, y nos dijeron que no salgamos, que no vale que nos arriesguemos, que el pueblo está agitado como el mar.

En la mañana, fuimos a comprar pan, y el panadero nos contó una versión de los hechos. Luego fuimos a comprar verde a la tienda, y la tendera nos contó otra versión. Regresamos en mototaxi, y el chofer nos narró –tal cual según él– como testigo. Y nos dijo: "En un pueblo tranquilo como este, que pasen estas cosas es lo mejor, porque nos da harto para hablar. Pero aquí están pasando cosas, y de eso no se habla jamás".

Me senté en el balcón a ver cómo las olas del mar iban y venían una y otra vez. Como música meditativa de fondo, oía cómo cada ola llevaba su sonido, como si se tratara de un gigantesco monstruo manso y cansado, lento y deteriorado. Venía la ola con su rugir, se iba la ola con un suspiro.

Y así me quedé sola por horas. Mi mente iba al mismo ritmo y con el mismo ruido, trayendo recuerdos, recuerdos de mi infancia.

Me acordé de la historia de cuando conocí por primera vez el mar. Mis papás y mis abuelos alquilaron una casa chiquita de madera en este pueblo recóndito de pescadores. Dicen que fueron las mejores vacaciones. Tenemos en algún álbum una foto en blanco y negro de mi ñaño y yo en el balcón. No tengo muchos recuerdos, pero estoy segura de que desde entonces amé el mar y también amé volver una y otra vez a este pueblo que ahora por primera vez lo siento agitado.

Dicen que no pasa nada, que me quede tranquila, que el pueblo es como el estero y que volverá a su cauce. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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