Viernes, 26 de abril de 2024
De la Vida Real

Las primas son el complemento perfecto de la vida

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

31 Jul 2022 - 19:03

La vida no me dio hermanas. Me puso un hermano al que siempre le caí pésimo. Como recompensa me mandó primas, muchas primas. Cada una tiene algo en su personalidad que me complementa, y eso creo que es mutuo. Ellas son las primeras amigas que tenemos y se vuelven nuestras confidentes, compañeras de travesuras, aventuras y anécdotas. 

Mi prima Marisa, por ejemplo, fue mi vecina toda la vida. Ella fue mi ñaña desde la niñez hasta la adolescencia, etapa crítica en nuestra relación. La Marisa es dos años menor que yo, pero, en esa dura etapa de la vida, fui como 10 años mayor. 

A ella le agarró la adolescencia con fuerza, y yo quería volver a ser su amiga, pero no encajaba en su mundo. Se convirtió en una extraña para mí. Un día bajó a despedirse porque se iba a Estados Unidos a estudiar.

Nos quedamos conversando toda la noche. Entre llantos y risas, nos desvelamos hasta la hora de ir al aeropuerto. Esa noche sentí que nada había cambiado entre las dos. Volvimos a tener la misma edad emocional. Estuvimos otra vez a la par. Recordamos todos los viajes que hicimos juntas y mil historias más.

De esto han pasado ya 10 años. Hace seis semanas vino de visita por primera vez. Claro que en este tiempo sí hemos estado en contacto: la he ido a visitar tres veces, y cada vez el lazo se hizo más fuerte.

La Mari tiene una hija que es cuatro meses menor que mis mellizos. Es una niña, de siete años, absolutamente gringa, pero encantadora. Pensé que no se llevaría muy bien con mis hijos, pero desde el primer día fueron inseparables. 

Alina, la hija de mi prima, habla 20% de español, y mis hijos no hablan ni 1% de inglés. No sé cómo lograron entenderse tan bien. No se callaban, jugaban, se reían, gritaban, conversaban y se explicaban el mundo a su manera. 

A mi hija Amalia no le interesa en lo más mínimo aprender inglés y le corregía todo el tiempo a la Alina cuando decía algo mal:

  • Alina, en el Ecuador no se dice cereal, se dice conflexes. En el Ecuador no se dice palomitas de maíz, se dice canguil. Aquí no se dice pásame , se dice dame pasando por favor. 

La Alina, con la Amalia de profesora, no ha aprendido español, sino “ecuatoriano”.

Por el otro lado está el Rodri, que solo quiere aprender inglés. El día entero le preguntaba a la Alina: 

  • ¿Cómo se dice esto en inglés? Alina, ¿cómo se llama esto en inglés?

Y la Alina, con una paciencia única, le contestaba todo. 

Los pocos momentos que no se entendían los tres acudían desesperados a la Alexa, y ella, la asistente virtual, les facilitaba la comunicación. 

Lo más lindo de estas vacaciones, aparte de todas las pijamadas que hicieron, fue el encuentro de dos mundos. Nos fuimos a Bahía y, claro, hay un montón de rompevelocidades en cada pueblo. Para la Alina era algo absolutamente nuevo, se emocionaba con cada pasada.

Mis hijos gritaban: “Alina, ahí viene un chapa acostado, ¡sujétate!”

Al pasar por Tandapi, la Alina no podía creer que hubiera chanchos colgados y gente caminando y comiendo a su lado. Paramos un rato para que conociera, y la Alina decía con acento gringo: 

  • No me gusta esto. Pobre animal. 

Mis hijos asombrados le preguntaban: 

  • Alina, ¿no has comido nunca fritada? ¿No has probado el hornado? ¿No te gusta el mote con chicharrón? 

A lo que la Alina contestaba: “No, donde yo vivo no hay nada de eso”. 

Durante todo el viaje, iban hablando de las cosas que debe comer y conocer la Alina. Cuando pasamos por Allurriquín, me pidieron que comprara melcochas. 

  • Qué dulce tan delicioso. Esto tampoco hay en mi país. Qué bueno que no es chancho muerto. 

En Bahía les llevé a desayunar encebollado, pero a la Alina no le gustó. Mis hijos devoraron su plato. Luego se me ocurrió llevarles al puerto para que conocieran y de paso contraté una lancha para dar una vuelta. Nunca vi niños tan felices, la Alina decía: 

  • Ir más rápido, por favor, más rápido. 

La Amalia, que no es nada aventurera, gritaba asustada: 

  • Aquí, en este mar, está prohibido ir rápido. Debe ir lento. 
  • Alina, ¿cómo se dice más rápido en inglés?, preguntaba el Rodri.
  • Faster, hit it faster, respondía la Alina.

Y juntos gritaban: “Faster, hit it faster, please”.

  • Ma, no quiero que la Alina regrese a su país. Creo que es más feliz aquí que allá. No quiero que mi prima se vaya nunca, me dijo la Amalia el día que fuimos a dejarlas al aeropuerto. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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