Miércoles, 17 de abril de 2024
Leyenda Urbana

¿Por quién votará Lenín Moreno en las elecciones de 2021?

Thalía Flores y Flores

Thalía Flores y Flores

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC de España.

Actualizada:

30 Nov 2020 - 19:01

Una carambola del destino enfrenta al presidente, Lenín Moreno, a una contienda electoral en la que él mismo será la pieza que los cazadores de votos quieran exhibir.

Con una de las cifras más bajas de respaldo de las que se tenga memoria para un Presidente (9,12%, según Click Report) Moreno debe sentirse más solo que nunca.

Pero no se trata de la conocida soledad del poder, sino de una soledad comicial, justo cuando debe entregar el poder. Y cuando en la papeleta hay, hasta hoy, 16 candidatos, con ninguno de los cuales tendría una real identidad ideológica. 

Que alguien que ejerza el poder haya llegado a semejante situación debe tener una historia que lo explique.

Cuatro años atrás, cuando Lenín Moreno, representando a Alianza País (AP) corría por la Presidencia y rompía fuegos contra la derecha, nadie en sus cabales podría sospechar que en su Gabinete tendría a Mauricio Pozo, entonces candidato a la Vicepresidencia con Cynthia Viteri, por el PSC; a Richard Martínez, a la fecha, presidente de la Federación de Industriales del Ecuador, y como asesor económico a Alberto Dahik, exvicepresidente y acérrimo opositor al gobierno en el que Moreno estuvo una década. 

Permanecer en el poder ha supuesto para Moreno un giro conceptual e ideológico que bien podría convertirse en laboratorio de análisis para tratadistas, enfrentados a la realpolitik como la concibió Maquiavelo, quien sostenía que "un príncipe siempre tiene motivos para no cumplir sus promesas".

Cuando Moreno soltó la mano a su vicepresidente, Jorge Glas, sindicado por corrupción en el caso Odebrecht y Correa lo declaró traidor, dio un salto político al romper con su mentor. La gente lo respaldó.

La consulta popular que convocó supuso quemar las naves. Y ya no hubo retorno.

El contundente apoyo en las urnas, donde las líneas ideológicas se difuminaron, posibilitó arranchar al correísmo el control de varias entidades que les garantizaban impunidad y recomponer la institucionalidad del país. 

Una nueva fiscal, un nuevo contralor, procurador, superintendentes; un nuevo Consejo de la Judicatura, etcétera, cambiaron los equilibrios. Moreno estaba en su mejor momento. Correa dejó de decir que volvería al país.

Hacia afuera, sus decisiones también fueron contundentes. 

En la OEA condenó al régimen de Maduro y luego reconoció a Juan Guaidó como presidente de Venezuela.

La mutación ideológica de Moreno remodeló la geopolítica regional y Washington miró hacia Quito.

Luego del secuestro y asesinato de tres periodistas, acusó a Correa de abandonar la frontera por su permisividad con el narcotráfico; autorizó que aviones estadounidenses de vigilancia contra el narco repostaran en Galápagos.

En Carondelet, recibió al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, y, en Guayaquil, al secretario de Estado, Mike Pompeo. Echó de la embajada en Londres a Julian Assange. Salió de Unasur. Firmó un acuerdo con el FMI. 

Para el socialismo del siglo XXI, Moreno se volvió un enemigo. 

A Lenín Moreno le habrá hecho ilusión la posibilidad de cerrar su gestión con una sucesión sin traumas, y con alguien que cubra su retirada. Le habrá entusiasmado la expectativa de entregar la banda presidencial a su vicepresidente Otto Sonnenholzner. O, quizá, a María Paula Romo, su ministra de mayor confianza. Fue una quimera.

La pandemia, las intrigas palaciegas, las denuncias de corrupción, las ambiciones personales aniquilaron toda probabilidad de una sucesión parecida.

La política como ajuste de cuentas es una realidad que acompaña a Ecuador a lo largo de su historia; se ha reconfirmado. En este escenario, Moreno deberá escoger a quien dar su voto.

Queda descartada Ximena Peña, aunque sea la candidata de AP, movimiento que Moreno preside. La ojeriza de Peña ha llevado a pedirle, en repetidas ocasiones, dejar la presidencia de AP.

Tampoco, al parecer, votará por su amigo Gustavo Larrea, quien, en 2006, le propuso la vicepresidencia y lo catapultó políticamente. Hoy, están en orillas opuestas. 

Yaku Pérez, César Montúfar, Isidro Romero, Lucio Gutiérrez o algún otro de esa larga lista de aspirantes también estarían descartados. 

¿Y por Guillermo Lasso quien lo ha apoyado haciendo, incluso, acuerdos de gobernabilidad? ¡Quién sabe! A la hora de la verdad, por cálculos electorales, CREO contribuyó con sus votos a censurar y destituir a María Paula Romo, a pesar de que Lasso nunca ha dejado de elogiarla, en público y en privado.

¿Podría apoyar a su exministro de Cultura Juan Fernando Velasco, candidato presidencial de Construye (ex Ruptura) de la exministra Romo, y de su secretario de Gabinete, Juan Sebastián Roldán? ¡Cómo saberlo!

Rodeado de colaboradores que cuatro años atrás eran sus contradictores ideológicos, y con la única certeza de que jamás votará por el candidato de Correa, Andrés Arauz, la perplejidad debe rodear a Moreno, abocado a la consigna de no desperdiciar el voto, aunque eso implique jugar a la política donde sabe que el único juego seguro es el juego del engaño. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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