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De la Vida Real

Sin ritmo voy al ritmo del gimnasio y de la vida sana

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

01 may 2022 - 19:00

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Esto de la vida sana y los hábitos sustentables en el tiempo me está costando un poco más de lo que pensaba.

Ya pasada la novelería y creada la rutina de ejercicios y de alimentación, el día a día se pone un poquito más aburrido. Por suerte, siempre hay alguien que acolita en el camino de los desafíos.

Mi amiga venezolana Sele me dijo que está igual o peor que yo. Ya no puede más con su gordura, me contó que sus triglicéridos están por las nubes, que está desbordada de azúcar en la sangre y que no sabe por dónde empezar. Ese mismo día la llevé al gimnasio al que voy.

En lo poco constante que soy, el gimnasio me tiene cautivada. Todos son muy buenas gentes, desde el guardia, que me ayuda a parquear con un tino milimétrico, hasta la señora de la cafetería, que me regala agua cuando me olvido del termo, cosa que me pasa todo el tiempo. 

Los entrenadores no pueden ser mejores personas. Me dan una rutina chévere, me explicaron que cada vez tengo que aumentar tiempo, velocidad y coordinación.

Me han advertido que el próximo mes también van a incrementar peso a mi entrenamiento y más tiempo de cardio.

Todas estas cosas son nuevas para mí y tomo con entusiasmo el sufrimiento del dolor corporal.

Pero el tema de la comida, ¡ay Dios mío! El tema de la comida es lo más complicado. La nutricionista me dijo que vaya lento, con calma, sin hacer cambios drásticos para no caer en frustraciones y evitar los atracones. Me dijo: 

-El objetivo es crear hábitos sostenibles en el tiempo, y esto puede tomar meses o años.

Ahí voy, tratando de cambiar las papas fritas por chochos, los chocolates por frutos secos, los postres por fruta con canela.

La Sele no sé cómo se enteró de que en el gimnasio dan clases bailoterapia los jueves y me pidió que porfa vayamos.

La vi tan ilusionada que me dio pena decirle que recién estoy controlando el no caerme de la caminadora.

También sentí vergüenza de confesarle que carezco del gen del ritmo y de la coordinación. Con una sonrisa de inseguridad, le dije:

-¡Qué hermoso! De una, vayamos. 

La pasé viendo el jueves a las ocho de la mañana. Ella estaba lista para bailar, claro, domina este arte mejor que nadie.

Llegamos a la clase, el profe se paró en la tarima y empezó el show. Con el paso de los minutos y el cansancio de mi cuerpo, fui perdiendo toda dignidad y las inseguridades.

Abandoné los esfuerzos para estar coordinada, solo me dejé llevar por una chica que bailaba adelante y sabía perfectamente cada coreografía.

Según yo, lo estaba haciendo perfecto. Sí, notaba que todas se iban a la derecha, y yo a la izquierda; todas subían el rato que yo bajaba. Como por arte de magia, el instante en que por fin agarraba el paso, todas cambiaban a otro.

Algo que amo de ser cuarentona es haber superado la vergüenza del qué dirán. Durante la clase no sufrí como pensé, tampoco gocé, pero sí bailé.

El profe me miraba un poco angustiado. Se puso junto a mí y me pidió que le siguiera el ritmo: "Mueve la cadera al mismo tiempo que los pies, controla los brazos. No dejes que la cabeza vaya de un lado para el otro. Debes controlar los movimientos".

La verdad no tenía ni idea de a qué se refería. Yo estaba bailando perfecto y con ritmo, pero creo que él no veía tan así la cosa. 

Me fijé que un grupo de señoras de unos 70 años lo hacía peor que yo; no es consuelo, pero sí resignación.

Terminamos la clase con gritos y aplausos eufóricos, luego de haber bailado tango electrónico. 

El profe, con acento colombiano, al finalizar la clase me dijo: 

-Lo hiciste muy bien. Además, no es tu culpa. Los latinos tenemos el ritmo en nuestras venas, tú poco a poco vas a ir soltando el 'flow'. 

-Profe, soy de aquí. Soy 100% ecuatoriana.

-Chuta, ahí sí veo grave el asunto, pero no dejes de venir a las clases, a ver cómo evolucionas. 

Mi amiga Sele, como consuelo, me dijo: 

-Mi niña, no te sientas mal. 'No tiene talento, pero es buena moza' -cantó, riéndose. 

Sin dar paso a un espacio de tiempo, soltó la mejor frase que he escuchado en estos días: 

-Valen, ¿has probado el encebollado que venden en la calle de atrás? Vamos, yo invito. Mañana invitas tú al helado con queso de la esquina.

Y así, mi vida saludable va teniendo sentido. 

-Dos encebollados completos, por favor. 

-¿Con Coca Cola o con cerveza?

-Estamos a régimen. Con agua mineral. Gracias.

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