Viernes, 29 de marzo de 2024

Indígenas de Chimborazo forjaron su 'Sultana de los Andes' en Guayaquil

Autor:

Carolina Mella

Actualizada:

7 Jul 2022 - 0:04

La inmigración indígena de la Sierra a Guayaquil comenzó en 1950, por el boom del banano y de la caña de azúcar.

Autor: Carolina Mella

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7 Jul 2022 - 0:04

Juana Bitón es de Chimborazo, vive en el sector 'La Sultana de los Andes', un asentamiento indígena en la Florida. Guayaquil, 6 de julio de 2022. - Foto: Carolina Mella

La inmigración indígena de la Sierra a Guayaquil comenzó en 1950, por el boom del banano y de la caña de azúcar.

Es mediodía en 'La Sultana de los Andes', un sector ubicado en el barrio La Florida, al norte de Guayaquil, donde la salsa suena a todo volumen entre las calles desoladas.

Por años, el nombre tomó relevancia y sentido de pertenencia entre los moradores en honor a Riobamba, conocida como 'La Sultana de los Andes', el lugar de origen de la mayoría de los adultos de este barrio que es indígena kichwa.

“Los que vivimos en esta calle somos de Chimborazo”, dice Juana Bitón, quien llegó hace 40 años desde Colta.

Lejos de casa, ellos hicieron comunidad en Guayaquil, donde 31.550 personas se identificaban como indígenas, según el censo del INEC en 2010

La niñez y adolescencia de la mayoría de quienes viven aquí transcurrió en el campo, donde sembraban cebada, papas, habas y quinua.

Estas actividades contrastan con las que realizan en la ciudad, como vender verduras y frutas en el mercado, la construcción o negocios de despensa.

Comerciantes de mercados de Guayaquil, el 20 de junio de 2022.

Comerciantes de mercados de Guayaquil, el 20 de junio de 2022. Carolina Mella

Durante el paro nacional de junio de 2022, estos comerciantes también sufrieron los estragos de la escasez por el cierre de vías.

Juana tiene la tienda 'Valentina' y recuerda que cuando llegó a Guayaquil, empezó como vendedora ambulante en el centro de la ciudad.

Luce un anaco verde con flores turquesa, una blusa roja de mangas cortas, una chumbi o faja de colores y un sombrero rosa tejido de lana.

A diferencia de lo que se cree, que es difícil pasar del clima frío de Chimborazo al calor de Guayas, en realidad “lo más duro de migrar a la ciudad es el idioma”, dice Juana, quien habla español, pero a veces se le escapa una palabra en kichwa.

Juana Bitón llegó a Guayaquil buscando oportunidades de trabajo.

Juana Bitón llegó a Guayaquil buscando oportunidades de trabajo.  Carolina Mella

La influencia indígena en el barrio permitió que se abra la unidad educativa bilingüe Jaime Roldós, donde los niños reciben educación en kichwa

Mantener costumbres como la vestimenta y la lengua es una dura batalla. Algunos la entienden, pero no la hablan, como los hijos de Magdalena Villalonso, quien llegó a Guayaquil a los 19 años con su hermana mayor en busca de oportunidades.

Fue durante la segunda ola migratoria del campo a las ciudades, después de que en 1997, el fenómeno de El Niño devastara miles de cultivos.

Hablan con añoranza del campo, pero también con tristeza. “Trabajábamos por muy poco, nunca teníamos la posibilidad de comprarnos algo tan básico como ropa”, cuenta Magdalena, quien quería estudiar, pero al llegar a la ciudad, siendo tan joven, le tocó sobrevivir. 

Magdalena está casada y con su esposo tienen una tienda en Bastión, otro de los primeros barrios guayaquileños donde la inmigración indígena se asentó en los años 50, atraídos por las oportunidades de trabajo por el boom del banano y de la caña de azúcar. 

En el mercado de Sauces IX, al norte de Guayaquil, algunos productos escasean por el paro nacional. Guayaquil, 20 de junio de 2022.

En el mercado de Sauces IX, al norte de Guayaquil, algunos productos escasean por el paro nacional. Guayaquil, 20 de junio de 2022. Carolina Mella

Si bien ella no logró terminar el colegio, cambió la vida para sus hijos. "Ambos han estudiado, les he podido dar educación particular y mi hijo mayor ya está en la universidad estudiando Ingeniería en Sistemas”, asegura Magdalena, orgullosa.

Para esta nueva generación ha sido difícil mantener las costumbres de sus padres; usan otros cortes de cabello y su estilo de vestir es moderno. Con ellos, lo ancestral se desvanece.

Y ese contraste es visible con los abuelos que inmigraron hace un poco más de una década, cuando los hijos se habían asentado en la ciudad.

Ellos no hablan español, como en el caso de la mamá de Magdalena. “Siempre tiene que salir acompañada, porque no puede moverse sola por aquí", relata.

Porque además tienen que seguir lidiando con la discriminación.

"Ojalá la gente aprenda a no discriminar, no tienen por qué llamarme 'la María' o 'la paisana', porque no lo dicen con buena intención, sino como si fuésemos ignorantes”, reclama Magdalena.