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Esto no es político

La oposición herida

María Sol Borja

Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.

Actualizada:

28 may 2025 - 05:55

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Han pasado dos semanas desde que se posesionó la nueva Asamblea Nacional presidida por Niels Olsen, carta del oficialismo para batallar en el Legislativo, y en ese período ya ha habido deserciones como la de Mónica Salazar, que incluso antes de posesionarse decidió abandonar a la Revolución Ciudadana, que la cobijó para ganar su curul.

El correísmo, que llegó como la primera minoría, ha perdido peso ante la cooptación de los legisladores llamados “independientes” o de aquellos que parecen no definir su línea ideológica o partidista — como algunos de Pachakutik— y coquetean constantemente con el gobierno.

Los otros, socialcristianos, Pachakutik, e incluso la Conaie, parecen itinerantes en el ejercicio de la oposición y no terminan de consolidarse como organizaciones capaces de construir una contrapropuesta al oficialismo.

Con el control del Consejo de la Administración (CAL) — el órgano legislativo que establece, por ejemplo, la prioridad con la que se presentan los proyectos de ley, que verifica el cumplimiento de los requisitos para calificarlos o el que admite a trámite los pedidos de juicio político al presidente, vicepresidente y ministros— y de las principales comisiones, el oficialismo parece haber ganado su primera batalla.

Sin embargo, aún hay un largo camino por andar.

Es innegable que el correísmo está herido por varios flancos, en gran parte, por sus propios errores y falta de autocrítica. Las desavenencias públicas entre algunos de sus miembros también han golpeado a la organización. Una de ellas, fue provocada por el voto favorable que siete asambleístas correístas le dieron en 2024 a la Ley de Turismo propuesta por el gobierno de Noboa y sobre la cual el bloque tenía una postura contraria. Tres de ellos —Milton Aguas, Xavier Jurado y Henry Bosquez— se separaron del bloque a raíz de eso y Marcela Holguín renunció a su curul.

Jurado y Bosques fueron reelectos por ADN en las más recientes elecciones, mientras que Holguín será la gerente de los medios públicos.

Está claro que ha habido tensiones internas que no han podido ser resueltas entre la estructura partidaria y que han provocado la deserción de algunos de sus miembros, sin desconocer que también parecen haber primado las aspiraciones individuales por encima del proyecto político.

Se podría pensar que este es un anuncio de la desaparición de la RC pero la historia reciente ha demostrado que es una organización con alta capacidad de supervivencia y resistencia, por lo que quizás este es un momento de repliegue, en el que todavía hay heridas internas abiertas tras una cadena de derrotas electorales que tampoco parece haber incentivado una autocrítica de la organización.

En el año y medio de gobierno de Noboa, la oposición correísta ha tenido dificultades en posicionarse como una alternativa de peso capaz de hacerle frente a las propuestas gubernamentales que considera nocivas para el país.

En el referéndum de abril de 2024, propuesto por el Ejecutivo, su rechazo fue claro, pero su reacción posterior fue tenue: sin mayor movilización, sin una lectura estructurada del resultado ni una estrategia legislativa coherente.

Esa cautela ha sido interpretada por muchos como fraccionamiento y como la víspera de una muerte anunciada. Sin embargo, es probable que más tenga que ver más con el desgaste natural de una organización política que enfrentó una dura traición interna de la que no ha podido reponerse; la sombra de Lenín Moreno aún es un fardo pesado, sobre todo al momento de elegir candidatos presidenciales.

En la selección de Andrés Arauz en 2021 y Luisa González en 2023 y 2025, parece haber primado la idea de lealtad a Rafael Correa por encima de la de eficacia electoral.

Enfrentar a Noboa —un presidente joven, con un tipo de comunicación que parece calzar con fuerza en ciertos sectores, una narrativa anticrimen y con respaldo ciudadano— no es sencillo. El correísmo parece estar esperando su momento. Pero mientras lo espera, pierde visibilidad y desaprovecha espacios en los que antes marcaba la agenda.

A pesar de ello, sigue siendo el actor político más estructurado del país: tiene liderazgo, tiene territorio, tiene bancada, tiene cuadros y tiene memoria de poder. Lo que hoy le falta no es fuerza, sino capacidad de entender el nuevo momento político, social e incluso de intercambio comunicacional que vive el mundo.

La añoranza de poder alcanza para unos pocos nostálgicos de Correa, no para una población joven, con desafíos diferentes y con poco apego al recuerdo que el correísmo quiere posicionar como positivo de su gobierno. Además, el culto a la figura de Correa solamente refuerza la mirada de un partido que pulula alrededor de un líder incapaz de superar sus propias vendettas políticas ni las heridas que han dejado en él quienes con la misma ceguera lo veneraron, primero, y lo traicionaron, después.

Los casos de corrupción que envuelven al correísmo y la poca o nula autocrítica de la organización abonan al debilitamiento de una organización que parece resistirse a evolucionar y a potenciar otros liderazgos.

Pero no son los únicos que parecen débiles ante la fuerza del oficialismo. Hay otros actores con menos estructura y más volatilidad e inconsistencia que, sin embargo, vuelven a aparecer en las papeletas y a ser elegidos.

El Partido Social Cristiano, alguna vez contrapeso en la Asamblea, ha vuelto a ser golpeado en las elecciones, alcanzando únicamente cuatro curules, quedando imposibilitado de conformar una bancada. Ya en el período anterior mantuvo una estrategia más bien dócil frente al gobierno, quizás precisamente en un intento por sobrevivir tras los golpes electorales que ha sufrido en los últimos años.

Pachakutik, profundamente dividido, ha perdido coherencia ideológica y opera hoy más como un conjunto de voluntades individuales que como bloque político. Ya lo vimos en 2021, cuando sin ninguna consecuencia a su origen como organización, el bloque terminó dividido entre los que se alinearon a Guillermo Lasso, entonces Presidente de la República, y los autodenominados “rebeldes”.

La Conaie, si bien mantiene una presencia simbólica y capacidad de movilización —demostrada con mucha fuerza en 2019 y 2022—, ha evitado enfrentar directamente al gobierno de Noboa, incluso cuando hay decisiones que afectan a los sectores que busca representar.

El desgaste político de la figura de Leonidas Iza, candidato presidencial en las elecciones recientes que decidió respaldar en segunda vuelta a Luisa González, también parece golpear a una organización que aún carga sus propias heridas por los golpes que sufrieron durante el gobierno de Correa, pero que tampoco logra encontrar un espacio para sus demandas en la propuesta política de Noboa.

Tanto a la derecha, con el PSC, como a la izquierda, con Pachakutik, el rol de la oposición es precisamente ofrecer diversidad de pensamiento y alternativas ante las propuestas del Ejecutivo con una consistencia ideológica que permita al votante, por lo menos, hacerse una idea de lo que puede esperar de cada uno. Los socialcristianos, por ejemplo, han sido consistentes con su postura anti impuestos, por lo tanto, es lo que su electorado debería esperar sin desvíos.

Con Pachakutik eso ha sido más difuso: a pesar de sus posturas anti minería, por ejemplo, se aliaron con un gobierno abiertamente pro minero, como el de Lasso. Esa inconsistencia resulta confusa para su electorado y eso, eventualmente, tiene un costo político ante sus potenciales votantes.

Ante el inicio de un nuevo período presidencial, la oposición tiene también muchos desafíos. Aunque hay voces que pretenden que desaparezca para que no “estorbe” al gobierno, en democracia eso es impensable.

Y aunque por ahora, en su conjunto, la oposición parece desorientada frente a un oficialismo joven, con fisuras y cuestionamientos no menores, que ha sabido capitalizar los vacíos y desgastes de liderazgo opositor.

En un país atravesado por crisis profundas y una ciudadanía cada vez más escéptica, el desafío no es menor: sin una oposición crítica, vigilante y propositiva, el equilibrio democrático se debilita.

La oposición puede ser incómoda, pero sin ella no hay democracia.

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