El indiscreto encanto de la política
¿Por qué Daniel Noboa necesita enfrentarse a la Corte Constitucional?

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Carl Schmitt, pensador tan influyente como controvertido, sostenía que la política, en su forma más pura, consiste en trazar la línea entre amigo y enemigo.
No se refería a enemistades personales, sino a una construcción de sentido: todo proyecto político necesita un antagonista que otorgue cohesión al “nosotros” (versus “ellos”). Sin enemigo, no hay épica; sin confrontación, no hay identidad colectiva.
La política ecuatoriana no escapa a esa lógica.
En los primeros meses de gobierno, Daniel Noboa cabalgó entre el miedo, la urgencia y la novedad. Gobernó contra algo: el correísmo, la vieja política, la inseguridad. Tenía adversarios visibles que justificaban sus decisiones.
Hoy, sin embargo, ya no tiene con quién pelear sin mirarse en el espejo.
Tiene mayoría absoluta en la Asamblea. Ha ubicado fichas propias —o funcionales— en la justicia y en los organismos de control.
Cuenta con un Consejo de Participación Ciudadana alineado, una relación estrecha con el CNE y el TCE, y operadores discretos que han barrido del gabinete a voces incómodas. Ha subido impuestos, recibido financiamiento internacional y consolidado su poder.
Y aun así, los niveles de inseguridad superan los del año anterior, los escándalos en distintas carteras de Estado persisten y el crecimiento económico aún no se siente en el bolsillo ciudadano.
Entonces, ¿qué hace un poder sin contrapesos cuando las promesas no alcanzan y los problemas persisten? Busca un nuevo enemigo. Lo fabrica. Lo exhibe. Lo demoniza.
Ese enemigo es, ahora, la Corte Constitucional.
Desde hace semanas se le adjudica, a priori, un supuesto “sabotaje” a las leyes urgentes aprobadas por el oficialismo.
Se construye una narrativa que retrata a la Corte como un freno al desarrollo y cómplice del crimen organizado.
El operativo tiene piezas clave: voceros oficialistas, influencers funcionales y medios sociales que, al compás de la pauta, replican en coro un libreto calcado.
No es la primera vez que lo vemos. Durante el correísmo se señalaba a jueces como saboteadores y a los defensores de derechos como enemigos del pueblo.
¿Déjà vu? Esperemos que no. Aunque hay quienes celebran hoy el asedio a la Corte con la misma fe ciega con la que ayer lo condenaban.
Fabricar un enemigo no es nuevo, pero siempre es peligroso: una vez identificado, el siguiente paso suele ser vencerlo y eliminarlo.
Y si ese enemigo es el último bastión de equilibrio de poderes, el riesgo ya no es político: es institucional.
El “Nuevo Ecuador” no se sostiene con propaganda ni con enemigos inventados. Se sostiene con resultados, límites al poder y respeto a las reglas del juego.
Porque si hoy eliminamos a la Corte por conveniencia, mañana, frente a un poder más voraz, ya no quedará nadie que nos defienda.