El indiscreto encanto de la política
#PendejoGate: anatomía de un debut fallido

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Decirle “pendejo” a un periodista en redes sociales, a las pocas horas de estrenar el cargo, es como debutar como embajadora de paz declarando la guerra.
Apenas se supo el rumor de la posible designación de Carolina Jaramillo como nueva vocera de Carondelet, muchos anticiparon el desastre. Algunos le ofrecieron el beneficio de la duda; unos cuantos lo aplaudieron.
Dentro del relato de “Nuevo Ecuador”, no tenía sentido —una vez más— recurrir a personajes que representan a la “vieja política”. Especialmente para un cargo tan simbólico y estratégico como ser la voz oficial del Gobierno.
En su historial, Jaramillo fue propagandista del correísmo, defensora incondicional del socialismo del siglo XXI y, además, experta en confrontar periodistas.
Hoy, paradójicamente, se sienta en la sala de prensa del Palacio y defiende con vehemencia un discurso abiertamente opuesto al de sus orígenes políticos.
Sin embargo, el #PendejoGate deja algunas lecciones. Primero: un vocero no está para gritar más fuerte, sino para interpretar el guion del Gobierno. Su tarea es curar el mensaje, no agitar la conversación. Su rol, en esencia, es editorializar el poder.
Por eso, los gobiernos con oficio eligen voces disciplinadas, entrenadas y coherentes para representarlos.
En los últimos días, ha cobrado relevancia la figura de Manuel Adorni, vocero del Gobierno argentino.
Adorni enfrenta a la prensa con un estilo que combina ironía, dato duro y aplomo. A pesar de los dardos de la prensa porteña, no cae en la tentación de responder visceralmente ni regala titulares innecesarios.
No menos destacada es la labor de Karoline Leavitt, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, quien, con apenas 29 años, encarna la nueva escuela de voceros: estratégicos y políticamente afilados.
Adorni y Leavitt tienen como misión proteger la reputación presidencial. En cambio, el #PendejoGate de Jaramillo no solo expone una contradicción narrativa para el oficialismo, sino que evidencia el riesgo de convertir la vocería en una extensión del ego.
Ese episodio es, en realidad, un síntoma del desplome de la palabra pública. Cuando el lenguaje pierde su carácter político y se vuelve personal, el poder deja de ser palabra legítima y se transforma en ruido. Y ese estruendo, amplificado por redes, no construye institucionalidad: la erosiona.
Un gobierno joven que habla con voces del pasado termina pareciendo tan viejo como aquello que prometió enterrar.
El escándalo de Watergate le costó la presidencia a Nixon. ¿Y el #PendejoGate?