Los jóvenes al poder… una vez más

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Para los observadores internacionales, el aspecto más llamativo del Gobierno que se posesiona hoy es su juventud. En ese punto (solo en ese punto) probablemente les recuerde el equipo con el que el joven socialista Gabriel Boric asumió el poder en Chile, cuando contaba 36 años. (Luego pagarían caro su inexperiencia).
Acá, si añadimos el aniversario de la Batalla de Pichincha, a los ecuatorianos nos recuerda que todos los generales de las fuerzas patriotas que pusieron fin al dominio español en Quito eran menores de 30 años. Sin embargo, alguien escribió en una pared de la ciudad emancipada una frase clarividente: “Último día de despotismo y primero de lo mismo”. (Tendrían que pasar 142 años para que fuera abolido el huasipungo, esa forma feudal de explotar a los indios).
Sin ir tan lejos, el Gobierno democrático que llegó a Carondelet luego de las dictaduras militares, en 1979, también marcó un cambio de generación pues Jaime Roldós tenía apenas 38 años.
De hecho, el conflicto entre lo joven y lo viejo surgió porque el presidente Roldós no se dejó mangonear por el viejo jefe de su partido, Asaad Bucaram, quien presidía el Legislativo y formó una alianza con aquellos líderes tradicionales y chanchulleros apodados ‘los patriarcas de la componenda’ para oponerse al Ejecutivo.
La Izquierda Democrática, de Rodrigo Borja, que quedó cuarta en esas elecciones presidenciales y que arribaría al poder en 1988, estaba compuesta igualmente por cuadros jóvenes, tecnócratas que expresaban a la nueva clase media surgida con el boom petrolero. El eslogan era “Justicia social con libertad”. Las libertades se mantuvieron, pero la justicia tampoco llegó.
El recambio generacional sucedió dos décadas después cuando Rafael Correa, de 43 años, asumió el cargo de presidente, pero rechazó jurar que respetaría la Constitución. Esa violación de la Constitución en el minuto uno de su Gobierno fue un anuncio de todos los atropellos que vendrían en los años siguientes. Además, las caras nuevas que lo acompañaban reproducirían los vicios atávicos de la república, con el añadido de que la corrupción alcanzaría cotas nunca antes vistas por estas tierras.
Hoy, Noboa, Lavinia, Pinto, Olsen, Centeno y sus asambleístas son los rostros de la sub 40 que enervan a un Correa avejentado y resentido quien, aplicando la estrategia de Trump, no acepta la derrota electoral de su movimiento y tampoco reconoce a la Justicia que lo condenó. Por ello, profiere los peores insultos contra uno de los personajes más respetados del país, Diana Salazar, que a los 36 años asumió el cargo de fiscal general y cumplió una labor descomunal contra la narcopolíica.
En principio, todo cambio generacional aporta nuevos enfoques y nuevas energías, pero de ahí a que este sea ‘el Nuevo Ecuador’ de las propagandas de ADN hay mucho trecho: maniobras como la marginación de la vicepresidenta anterior y el uso desembozado de la aplanadora en la Asamblea actual muestran esa tendencia autoritaria de los Gobiernos que se saltan a la torera la Constitución, buscan controlar a los otros poderes y reemplazan con propaganda y cadenas nacionales de TV la falta de resultados.
Sin embargo, la imagen glamorosa que proyectan Daniel y Lavinia, la pareja presidencial más joven y fashion que ha pasado por el Palacio de Carondelet, ha facilitado hasta ahora la identificación (aspiracional dicen los publicistas) de buena parte de los menores de 40 años, que los admiran y envidian en las redes sociales.
Pero el efecto juventud en la política ¡ay! dura muy poco. Si no logra Noboa mejorar la seguridad y el empleo y si vuelven los apagones, por citar una calamidad, renacerá con fuerza el anhelo de un nuevo mesías cero kilómetros. El original, con mayúscula, empezó su vida pública a los 30 años y fue crucificado a los 33. Hagan números.