¿Con pensar o sin pensar?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Años atrás una amiga entrevistaba a una señora para el puesto de cocinera. Luego de exponerle sus obligaciones, le preguntó si estaba bien el salario que ofrecía y la señora replicó con humildad: “¿Con pensar o sin pensar?”. Se refería a tener o no que planificar el menú de cada día, asunto que le costaba mucho esfuerzo y ocasionaba reclamos impajaritablemente.
Con el paternalismo que nos caracteriza diríamos: pobre mujer, seguramente no terminó la escuela, le tocó entrar al servicio doméstico y el esfuerzo intelectual no es lo suyo, etc.
Sí, pero esto de renunciar al trabajo de pensar acontece en todos los estratos sociales y en todas las ideologías, desde los adolescentes que aceptan sin cuestionar las fantasías del más allá que ofrece la religión, hasta los izquierdistas y materialistas universitarios que hacen alarde de su espíritu crítico y contestatario, pero terminan renunciando a pensar y entregándose a cualquier caudillo iluminado y engrandecido por la propaganda.
A veces de izquierda, a veces de derecha, pero él es el que sabe, él es el que piensa, él es quien ordena; las/los seguidores aceptan sumisamente el discurso a cambio de buenos puestos, seguridad y cierto prestigio.
Pero el rato en que vuelven a pensar los expulsan como a Aguiñaga, acusándola de ser “demasiado importante y sabia”. El asunto tiene aires bíblicos: probó Marcela la manzana de la sabiduría que le pasó, no la serpiente, sino la Lourdes Tibán y chao paraíso.
Ampliando el dilema, frente la temible incertidumbre del mundo actual, ante las guerras, los migrantes, los peligros de la IA, uno puede hacerse el loco y vivir preocupado de sus cosas. O puede tratar de entender la realidad. Los primeros, que son la inmensa mayoría, suelen alimentarse de las distorsiones de las redes y tienen respuestas emocionales, inmediatas, acordes con sus deseos y valores. Y disfrutan más de la vida.
Los otros se amargan el día leyendo que Putin amenaza ahora con exterminar a todos los europeos, ni más ni menos, así como Trump quiere limpiar EE.UU. de esa “basura” que son los migrantes y acabar en tierra venezolana con esos “hijos de puta”, que pueden ser narcos o simples campesinos y pescadores. Para más inri, el presidente de EE.UU. publicó ayer su estrategia de política exterior, de tintes fascistas, donde pronostica que la civilización europea puede desaparecer en 20 años.
Ya lo advertía el psicólogo Carl Jung: “Pensar es difícil, por eso la mayoría de la gente prefiere juzgar". O simplemente se niega a ver la realidad hasta que se le viene encima. El año 2000 o 2001 participé de casualidad en un grupo focal organizado para detectar cómo percibían los quiteños, entre otros puntos, la frontera con Colombia. Dije que era un peligro pues era sabido que por ahí pasaban desde los años 80 armas y vituallas para las Farc, y bajaba droga. El resto del grupo, salvo uno que estaba indeciso, opinaron que no pasaba nada, que eran exageraciones, que Ecuador era y seguiría siendo una isla de paz.
Frente a estas actitudes, los manuales de psicología suelen catalogar a los seres humanos en optimistas o pesimistas, aunque otros acotan que un pesimista es simplemente un optimista bien informado. Si esto es así, ¿qué significa hoy estar bien informado? Mejor aún, ¿cómo procesar la información en el oleaje de basura que circula en la red?
Ya que hablábamos de cocina, dos recetas prácticas. Si uno anda de apuro o no le gusta investigar o leer demasiado, puede recurrir, por ejemplo, al ChatGPT, que es capaz de presentar resúmenes sobre cualquier tema en un par de segundos.
O puede hacer lo que usted está haciendo este momento: puede leer los artículos de opinión de los periódicos. Aunque ya no tienen la importancia decisiva que tuvieron hasta el siglo pasado, cuando venían impresos, los diarios y las revistas siguen creando un espacio de debate e información calificada. Y, desde que se volvieron digitales, es factible consultar artículos subidos en cualquier parte del mundo. O se podía abiertamente al principio, cuando grandes medios como Le Monde, el NYT o la revista colombiana Semana, eran gratuitos y, al final de cada artículo, lectores que llegaban a ser profesores de Harvard o la Sorbona añadían comentarios y se armaban unos debates de gran nivel. Aunque eso se restringió, no es difícil pescar muchas cosas en la red, que constituyen una partecita del caos globalizado en el que estamos inmersos.