El Chef de la Política
Un presidente ausente
Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"
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Un presidente tiene que estar en el lugar indicado para gobernar. Ese lugar, por más que parezca una obviedad, es el país. Se gobierna desde Carondelet o desde cualquier otro punto geográfico que merezca la presencia del presidente. Esa es su tarea. Para eso se comprometió con sus electores. Este no es un tema en el que caben las relativizaciones. No se gobierna a través de plataformas telemáticas, tampoco vía redes sociales. No se gobierna a través de terceros, ni siquiera de aquellos que actúan de buena fe, menos aún de seres diletantes que heden delincuencia común por los poros. Para conducir un país hay que poner la cara, levantar la voz y disponer. Esa es la tarea de un Jefe de Estado.
Por los sacrificios que implica, el ejercicio del servicio público no es para todos. Ahí se conjuga un espacio en el que junto a las capacidades y destrezas deben estar presentes el civismo y la renuncia a ciertas libertades de las que se goza en la vida privada. En esto último, precisamente, se encuentra una de las dificultades para hallar buenos gobernantes. Los momentos familiares se limitan, el ocio y las diversiones se restringen y el escrutinio de la ciudadanía aumenta. En la vida pública no es posible gerenciar desde un escritorio, ubicado en cualquier lugar del mundo, mientras se revisan los informes de los encargados de que el giro del negocio funcione a la perfección. El mundo privado es maravilloso y el mundo público también lo es, pero con las limitantes y responsabilidades que implica conducir un país. Por eso al común de los ciudadanos le molesta escuchar de asuetos personales y de vacaciones familiares del presidente. Usted, presidente, no es un ciudadano más. Debe trabajar más que todos y descansar menos que todos. Eso también es parte del ejercicio del poder político.
De allí que al común de los ciudadanos le genere escozor que el presidente no informe sobre las actividades que realiza en el exterior o que, sin el menor desparpajo y a través de terceros, anuncie que sus viajes están envueltos en agendas reservadas. A diferencia de la vida privada, en la que el CEO de la empresa o los accionistas pueden hacer y deshacer de sus vidas sin necesidad de informar sino a quienes sea estrictamente necesario, en lo público el presidente es el primero que está en la obligación de rendir cuentas a sus mandantes sobre todos y cada uno de sus pasos. Así de exigente es la responsabilidad de ser Jefe de Estado. Por eso esta dignidad se reserva a quienes efectivamente están dispuestos a renunciar temporalmente al confort propio de la vida privada.
Nadie duda que parte del ejercicio del gobierno está en las relaciones con el entorno internacional. Sin embargo, también es verdad que un gobernante debe justipreciar qué pesa más en cada momento y cuáles son las prioridades que debe dar a su gestión. Ahora mismo, luego de una derrota monumental como la que ha recibido en las urnas el presidente, su espacio está acá, en el país. Las visitas pueden esperar. Hay que planificar mejor con la Cancillería o con quien haga sus veces. Eso de ausentarse prácticamente un mes del país es un mensaje de indiferencia a lo que ocurre con la seguridad, la salud, la educación. Ese es un mensaje que en amplios sectores del país fastidia y enoja. Razones para el hartazgo hay de sobra.
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A futuro valdría la pena que la gente que asesora al presidente sea más prolija en sus sugerencias y consejos, si es que hay oído abierto para ello, sobre la conducción que se está dando al país. Este es un pueblo que tarda en olfatear los rumbos de la vida política y que confía a veces en demasía en las palabras de los gobernantes, pero a la vez es un pueblo que cuando se harta reacciona de manera furibunda. La ira reprimida, la frustración y sobre todo el sentimiento de nuevamente haber puesto sus esperanzas sin ser correspondido, no son sentimientos menores en el pueblo. Miren hacia atrás y verán cómo la gente, indistintamente de partidos políticos u orientaciones ideológicas, cuando se cansa lo expresa y no siempre en las formas cautelosas que a cualquier gobierno le interesaría.
Si el presidente sigue asumiendo el ejercicio del gobierno como la conducción remota de una gran transnacional, pronto la ciudadanía buscará los medios para resolver su inconformidad. Guerra avisada no mata soldado, dice el refrán.